Como
un “moderno” Darwin, un personaje al que se le ha otorgado el
pretencioso título de “rey de la soja”, ha lanzado su propia
teoría de la evolución (económica), utilizando entre sus
expresiones una palabra demasiado significativa para la sociedad
argentina, como es “desaparición”. Así lo ha determinado frente
a ese meneado pre-acuerdo entre el Mercosur y la Unión Europea,
respecto a las empresas que no puedan “re-adaptarse” a las
condiciones neo-coloniales que se pretenden imponer desde el Viejo
Mundo, que de tan viejo parece oler a podrido en cada uno de sus
estertores de soberbias nunca curadas.
Descarnadamente,
sin medias tintas ni redes de contención, manda a la muerte
prematura a miles de empresas y, con ellas, a millones de
trabajadores sin destino, todo por lograr sus repugnantes ventajas
financieras, todo por acrecentar sus odiosas fortunas, acumuladas
gracias a la liviandad eterna con la que se ha tratado a estos
energúmenos a lo largo de nuestra historia, producto de la
aceptación mansa de sus poderes emanados del robo primigenio de lo
que nunca debió ser suyo.
Otros
engreídos personajes que actúan como “economistas estrellas”,
intentan darle sostén “teórico” a este paladín de la maldad,
pretendiendo explicar con palabras lo que salta a la vista por la
evidencia de las palabras que no se preocupan en ocultar los
mandamases de la decadencia europea. “Hay que esperar la letra
chica”, dicen a sabiendas que todo está ya a la vista de quien
quiera ver, que todo rebalza de impudicia financiera y oscuridad
semántica, lo suficiente para comprender que la muerte de nuestras
economías está a la vuelta de la esquina.
Llaman
a estos arreglos super-estructurales “de libre comercio”. Libre
de condiciones para ellos, repletos de requisitos y limitaciones para
nosotros. La vieja piratería con ropaje renovado se pasea frente a
nuestros ojos haciendo ondear su bandera mortal en nombre de
libertades que nunca tendremos y negando desarrollos que prometen en
vano, para seducir a los imbéciles y a los traidores a sus pueblos.
Los
oligarcas no llegaron al gobierno solo para hacer breves negocios,
sino para diagramar y fijar una estructura que les asegure la
continuidad y profundización de su poder. Sus pretensiones son las
de siempre, pero en el contexto de un Planeta degradado y maltrecho,
donde miles de millones de personas no alcanzan a comer un plato de
comida al día, espejo de lo cual vemos morir en nuestras calles a
los pobres de toda pobreza bajo las heladas impiadosas de un invierno
que no es solo climático.
No
se trata solo de un gobierno conservador. No son simplemente un hato
de improvisados en busca de réditos fáciles (que también lo son).
No pretenden sencillamente gobernar para los ricos (que lo hacen,
exclusivamente). Son depredadores seriales, son dinosaurios redivivos
que arrasan con todo y con todos, son bandas de forajidos amorales
que sustentan su poderío en el miedo de las mayorías, inducido por
sus cómplices mediáticos y alimentado por politiqueros sin
escrúpulos que sobreactúan sus incapacidades hasta convertirse en
los payasos de un circo al que le están robando hasta la carpa.
Como
paradoja de semejante desvarío social, al mismo tiempo que aquel
energúmeno sojero emitía su “veredicto” sobre el ridículo
tratado de comercio esclavizante, un indigente moría de frío en una
vereda de esa Buenos Aires de contrastes irritantes, donde la riqueza
apabulla y la miseria se tapa con muros de vergüenzas incontenibles.
Pero nada de eso le importará a ese personaje siniestro de apellido
innoble, pero de poderes inmensos solo basados en el dinero
acumulado.
Hay
que proceder ya, para generar una nueva “especie social”, una
evolución de aquella que supo algunas veces arrancarles las
prerrogativas a los eternos privilegiados y convertirlas en derechos
sociales que después se convirtieron en cenizas. No parece que quede
otro camino que la reproducción rápida y geométrica de una “raza”
de valientes que termine con la ilusión oligárquica de su eterno
dominio. Entonces puede que comience, desde allí, un nuevo tiempo de
justicias nunca acabadas, de independencias jamás terminadas, de
soberanías siempre avasalladas. Y donde lo único que desaparezca,
sea esa maldita casta de asesinos sin banderas.
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