Imagen de "Va con Firma Mendoza" |
Por
Roberto Marra
La
realidad suele caminar al lado nuestro sin que la veamos.
Acostumbrados a ver lo que nos indican que veamos, a sentir solo lo
que sea parte del armado mediático, elaborado con la precisión de
los perversos que transfugan la verdad para encumbrar sus beneficios
individuales y sectoriales, repetimos sin pensar los mensajes del
Poder, hablamos sobre lo que éste desea, hasta dudamos de nuestras
propias convicciones, al recibir las andanadas de falsedades
presentadas como certezas absolutas por comunicadores preparados para
la estafa cotidiana y el desfalco de una sociedad adormecida con el
veneno diario, que transformó a la Nación en una horrenda copia del
infierno del Dante.
Aparecen
en escena los spots televisivos donde se reiteran “testimonios”
de “ciudadanos honestos” que nos explican que “ahora” hay
pavimentos, veredas, viviendas, plazas, escuelas, jardines de
infantes, iluminaciones, seguridad y otras linduras por el estilo,
solo visibles por televisión. Después, las entrevistas a
funcionarios que replican esos mensajes y les agregan sus improntas
clasistas, raciales, que denostan a los “caídos” en la pobreza
hablando de “cuestiones de actitud” de quienes sufren los
resultados de sus trampas economicistas y sus oscuras maniobras
financieras.
Con
el latiguillo de la “sarasa”, el minusválido sensorial que
habita la Rosada hace gala de su pobre histrionismo, insultando la
inteligencia de la mayoría, “sobrándonos” con sus
“canchereadas” de ricachón miserable, señalando el asfalto de
unos pocos kilómetros de rutas a ninguna parte, como la salvación
de la Patria... contratista. “Setenta años” es la expresión
repetida por cada uno de ellos, es donde anidaría la culpa
originaria de todos los males de la República, esa construcción
histórica de principios oligárquicos y certezas absolutistas que
impusieron desde un sistema educativo generado para “fabricar” un
pensamiento generalizado de desprecios antisociales.
Sigue
al costado nuestro caminando la verdad, tapada por las anteojeras de
la intolerancia, de la insolidaridad, del desprecio y el odio
impuesto desde niños para conformar una sociedad de eternos
desiguales, sometidos y abandonados al arbitrio de estos “foquistas”
del neoliberalismo, creídos dueños de nuestras conciencias,
fabricantes de cuanta destrucción haya sobre la tierra que nacimos,
cómplices sin tapujos de los dueños del Planeta, a quienes sirven a
cambio de sus fortunas evadidas y lavadas en “paraísos“
construídos a la medidas de sus cataduras de amorales.
Nos
roban mucho más que nuestros esfuerzos de sobrevivencias. Nos
atracan cada día con sus deshonestidades arrasadoras de los pequeños
sueños de simples felicidades. Nos embelesan con sus oropeles
tentadores que jamás tocaremos, nos seducen con maniobras elaboradas
por expertos comunicacionales, para convencernos de colocar en las
urnas el papel que les otorgue la libertad de quitárnosla a
nosotros.
Si
lo hacemos, si no dejamos de mirar para otro lado, si no intentamos
verificar cada una de sus fantasías denigrantes, descubriremos,
demasiado tarde, los horrendos resultados de sus designios atroces,
el fruto de la brutalidad que nos envolvió hasta hacernos piezas
descartables en el tablero de la ficción en la que sobrevivimos.
Estamos
obligados a transitar el camino opuesto, a arrancarnos las anteojeras
y las vendas de los ojos, a dejar de lado el fantasioso sueño de
imitarlos, para mirarnos y comprendernos como iguales, para sentirnos
capaces de hacer añicos tanta mentira organizada, para mirar de
frente a la realidad, esa vieja compañera, abandonada por dejar de
ser lo que nos hacía verdaderos humanos.
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