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jueves, 18 de julio de 2019

SEREMOS EL CAMPO

Imagen de "La palabra desnuda"
Por Roberto Marra
Hace once años, estalló en nuestro País una “revuelta” muy particular, encabezada por un grupo de conductores de entidades representativas de empresarios de actividades agrarias. Un claro intento de golpe de estado escondido detrás de supuestos enojos por la aplicación de una medida específica, las retenciones o derechos de exportación. Con la soberbia que siempre ha caracterizado a los terratenientes, herederos de aquellos que supieron apoderarse de millones de hectáreas a costa de la sangre de los habitantes de un desierto que no era tal, asumieron una postura de dirigentes de la sociedad que, paradójicamente, los acompañó en gran parte, defendiéndolos con la recordada y ridícula frase de “todos somos el campo”.
Como furgón de cola de esa construcción denominada “mesa de enlace”, los pequeños productores asumieron un degradante papel de sumisos “peones” de esa caterba de estancieros sublevados. Sus representantes se colocaron al frente de los cortes de rutas, transformados en la “infantería” de los verdaderos dueños de la tierra. Incluso los auténticos peones rurales, creyéndose parte de aquellos, los acompañaron en ese intento que hicieron por derrocar al gobierno de entonces, sueño oligárquico que se convertiría en realidad, pero por las urnas, hace ahora casi cuatro años.
Hoy, aquellos que condujeron ese movimiento que despertó la adhesión de millones de sojeros de macetas de balcones, siguen ganando fortunas, acumulando dólares que ya no les retacean, libres de huirlos al exterior, obvios defensores a ultranza del gobierno del que son parte. Mientras, los subalternos de entonces, esos pequeños productores que eligieron el camino del desprecio a la realidad de sus orígenes, que decidieron olvidar el significado y la razón del Grito de Alcorta, están padeciendo los resultados de una política decididamente contraria a sus intereses, que comprime el consumo de los naturales compradores de sus productos.
El origen de nuestra estructura agraria ha generado esa historia de concentración en pocas manos de las tierras, ha promovido la extranjerización y el sometimiento a las decisiones imperiales para elegir los caminos productivos, alejados de las necesidades nacionales. Mientras, aquellos primigenios sacrificados colonos derivaron, décadas después, en pretensiosos pichones de terratenientes, hijos putativos de quienes les arrendaban las tierras a sus abuelos, a quienes esclavizaban esos ascendientes de los actuales dueños de la mayoría de las tierras.
El “campo”, esa entelequia que pretendió convertirse en paradigma nacional, no es más que una sumatoria de inmensas cantidades de hectáreas sembradas con y como lo desean los dueños del sistema alimentario mundial. Las consciencias de los productores, sometidas a la inacabable balacera mediática, bajan sus defensas y asumen pertenencias imposibles, defendiendo lo que profundiza sus debacles económicas y financieras.
No, no todos fuimos el campo, al menos con el concepto elitista de los creadores de semejante consigna. Pero sí todos necesitamos, podemos y debemos transformar esa realidad agraria, asumiendo la historia que nos robaron como la base para la conformación de otro sistema productivo, re-convirtiendo esa estructura anquilosada, feudal, opresiva, concentrada y socialmente improductiva, en la imprescindible y natural productora de soberanía alimentaria, en el final de la tragedia del hambre. Y en la victoria de un Pueblo, convertido por fin, en soberano de todo el territorio nacional. Entonces sí, seremos el campo.

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