Imagen de "Las monedas de judas" |
Hace
muchos años, una mujer tan querida por su Pueblo, generó sin
embargo, en una parte de la población argentina un sentimiento de
odio que solo puede ser entendido a partir de la brutalidad y la
ignorancia. Tan fuerte era ese odio, que se manifestaba con pintadas
callejeras con la bestial frase de “viva el cáncer”.Por
estos tiempos parece regresar esa misma expresión, si nos atenemos a
las opiniones de los representantes de los más poderosos sectores
agrarios de nuestro País y, más específicamente, de la zona sojera
por excelencia.
Ahora
que se ha aprobado una Ordenanza prohibiendo el uso del glifosato
dentro del ejido urbano de la ciudad de Rosario, la reacción de la
corporación sojera, tan bestial como aquella contra Evita, no se
hizo esperar. Negando incluso los estudios internacionales y las
resoluciones (tardías pero necesarias) de la Organización Mundial
de la Salud sobre la toxicidad cancerígena de ese producto, avanza
intentando extorsionar a las Autoridades locales para que no se
aplique tal Ordenanza.
Para
estos lobbies no existen los límites políticos. No temen lo que,
habitualmente, manejan a su antojo. Están acostumbrados a someternos
a sus decisiones y tergiversar lo que dicen los especialistas e
investigadores de todo el Mundo, sin importar los resultados
evidenciados por los centenares de casos de cáncer y otras
afecciones que proliferan en las poblaciones rurales y periurbanas
donde se aplican ese y otros tóxicos similares.
Se
niegan a reconocer que las tierras son nuestras. El suelo y el
subsuelo, no son de propiedad privada de nadie, sino de todos. Su
usufructo podrá ser privado, pero su cuidado y sustentabilidad es
requerido para preservar la vida sobre ella. La vida de todos los
habitantes y del ecosistema que la posibilita.
Pero
ahí están estos energúmenos con poder, envalentonados por el
empujón de sus cómplices manejando los destinos de la República.
Avanzan contra la vida de quienes no les importan, por la miserable
recompensa de la acumulación de riqueza material. Arrasan con lo que
encuentren, dejando a su paso solo tierras estériles y aguas
contaminadas.
Ellos
también están gritando “viva el cáncer”. Igual que antes, con
el mismo desprecio inhumano, consumen sus sucias opulencias logradas
con sudores y vidas ajenas, sin sentir la mínima culpa. Al final de
sus días los esperará, como a todos, un ataúd. Tal vez sea dorado,
pero solo estará repleto de los odios y rencores que supieron
acumular, a costa de su amada soja transgénica.
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