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viernes, 24 de noviembre de 2017

VIVA EL CÁNCER (SOJERO)

Imagen de "Las monedas de judas"
Por Roberto Marra
Hace muchos años, una mujer tan querida por su Pueblo, generó sin embargo, en una parte de la población argentina un sentimiento de odio que solo puede ser entendido a partir de la brutalidad y la ignorancia. Tan fuerte era ese odio, que se manifestaba con pintadas callejeras con la bestial frase de “viva el cáncer”.Por estos tiempos parece regresar esa misma expresión, si nos atenemos a las opiniones de los representantes de los más poderosos sectores agrarios de nuestro País y, más específicamente, de la zona sojera por excelencia.
Ahora que se ha aprobado una Ordenanza prohibiendo el uso del glifosato dentro del ejido urbano de la ciudad de Rosario, la reacción de la corporación sojera, tan bestial como aquella contra Evita, no se hizo esperar. Negando incluso los estudios internacionales y las resoluciones (tardías pero necesarias) de la Organización Mundial de la Salud sobre la toxicidad cancerígena de ese producto, avanza intentando extorsionar a las Autoridades locales para que no se aplique tal Ordenanza.
Para estos lobbies no existen los límites políticos. No temen lo que, habitualmente, manejan a su antojo. Están acostumbrados a someternos a sus decisiones y tergiversar lo que dicen los especialistas e investigadores de todo el Mundo, sin importar los resultados evidenciados por los centenares de casos de cáncer y otras afecciones que proliferan en las poblaciones rurales y periurbanas donde se aplican ese y otros tóxicos similares.
Se niegan a reconocer que las tierras son nuestras. El suelo y el subsuelo, no son de propiedad privada de nadie, sino de todos. Su usufructo podrá ser privado, pero su cuidado y sustentabilidad es requerido para preservar la vida sobre ella. La vida de todos los habitantes y del ecosistema que la posibilita.
Pero ahí están estos energúmenos con poder, envalentonados por el empujón de sus cómplices manejando los destinos de la República. Avanzan contra la vida de quienes no les importan, por la miserable recompensa de la acumulación de riqueza material. Arrasan con lo que encuentren, dejando a su paso solo tierras estériles y aguas contaminadas.
Ellos también están gritando “viva el cáncer”. Igual que antes, con el mismo desprecio inhumano, consumen sus sucias opulencias logradas con sudores y vidas ajenas, sin sentir la mínima culpa. Al final de sus días los esperará, como a todos, un ataúd. Tal vez sea dorado, pero solo estará repleto de los odios y rencores que supieron acumular, a costa de su amada soja transgénica.

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