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Estamos
subiendo. Eso dicen. Pero la escalera hacia la felicidad prometida
parece interminable, y cada escalón parece hundirnos en vez de
elevarnos. Es una extraña forma de mejorar, empeorando. Es una
repetida (pero mansamente aceptada) fórmula, que se nutre de la
ignorancia generalizada y la falsedad ideológica comunicada con la
inteligencia de los perversos.
Casi
con placer, millones de personas adhieren a postulados que no
entienden muy bien pero que, les aseguran desde la televisión, son
los que hay que seguir para llegar al paraíso terrenal. Con odios y
rencores sin sustento en ninguna realidad objetiva, siguen los
caminos trazados desde las alturas del poder, sin atreverse a dudar
de tanta ignominia repetida.
Como
Yupanquis sin moral, los enajenadores de nuestras vidas nos aseguran
que las vaquitas, esas que siempre son ajenas, solo están para
consumo de nuestros amos del norte, mientras que las penas, las que
nunca dejan de ser nuestras, las deberemos seguir padeciendo aquí,
como si fuera el peaje a la dicha lejana que nos espera desde siempre
y, por lo visto, para siempre.
No
contentos con empujarnos a ese esfuerzo inútil de ascensos que nos
hunden, preparan nuevas sorpresas a cada paso, repetidos
entretenimientos y distracciones, necesarios para que aceptemos
soportar los golpes del látigo de la pobreza creciente. Fábulas
tribunalicias mantienen en vilo a los (muchas veces prevenidos)
escaladores de los peldaños de la ignorancia, mientras legisladores
con poca ética y muchas ambiciones levantan sus manos para acompañar
la disparatada andanada de leyes retrógradas que nos envían al peor
de los pasados.
Mientras
tanto, los pocos que nunca usan las mismas escaleras que el resto,
siguen ascendiendo rápido hacia otros paraísos, los fiscales.
Acarrean sus fortunas sin esfuerzo alguno, ayudados por una sociedad
complaciente, al tiempo que aseguran la llegada de inversores que
parecen fantasmas, porque jamás los vemos.
Pero,
a no preocuparnos. Gracias a las nuevas leyes que se preparan, se
podrá seguir trabajando muchos más años, mientras se continúa
ascendiendo por las interminables escaleras hacia un destino que, a
estas alturas, ya casi se habrá olvidado. Es posible que, al llegar
al último escalón, frente al abismo tantas veces visitado de la
miseria inminente, se entienda que a partir de allí solo quede un
camino: el del regreso a la unidad de las conciencias solidarias y la
expulsión de los asesinos de nuestras más justas convicciones.
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