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Votamos. Hubo un ganador y asumió su rol en forma legítima,
por decisión de la mayoría. Fin de la acción democrática. Porque… ¿Acaso se correspondieron
las propuestas pre-electorales con las acciones post-electorales? ¿Acaso se
respeta estrictamente al texto y el espíritu de la Constitución? ¿Acaso se
promueven políticas destinadas a mejorar la vida de la totalidad de los
ciudadanos, sin excepciones? ¿Acaso se sostienen todos y cada uno de los
derechos humanos más elementales? ¿Acaso pueda considerarse lícita la negación
de la realidad como método de disciplinamiento social? ¿Acaso es sustentable
una política económica basada únicamente en el endeudamiento sin límites?
¿Acaso son lógicas las respuestas de los funcionarios al ser interrogados sobre
el futuro? ¿Acaso es contrastable con los hechos objetivos, la sarta de
mentiras sobre el pasado reciente, convertidas en rezos de una religión del
odio y la destrucción de los adversarios? ¿Acaso se puede hablar de justicia, cuando
se encarcela por arrojar huevos que no se arrojaron, pero se libera a quien
extorsionó con amenazas de muerte para quedarse con bienes ajenos? ¿Acaso es
legal inventar paródicas falsedades sobre suicidas pretendidamente asesinados?
¿Acaso se corresponde con la realidad esperada el presupuesto que se presentó
ante el Congreso? ¿Acaso el Congreso está integrado por impolutos legisladores
que actúan solo por imperio de sus convencimientos? ¿Acaso los gobernadores
piensan en algo más que mantener su nidito electoral, aún a costa de la miseria
de sus co-provincianos? ¿Acaso el presidente piensa en algo más que defender
los intereses de quienes lo elevaron a tan inmerecido cargo? ¿Acaso piensa?
¿Acaso es humano?
Entonces, cuando las obvias respuestas a tantos simples interrogantes
caen como granizo sobre la testa, surgen otras preguntas: ¿Acaso respetar el
resultado de las elecciones tiene una contrapartida de respeto hacia los respetuosos?
¿Acaso defender los valores democráticos significa que los adueñados del Poder
también lo harán? ¿Acaso el verdadero Poder, el que nunca deja de ser tal, le
importa algo de lo que el Pueblo exprese en las urnas? ¿Acaso su victoria no es
el sometimiento a sus reglas por parte de todos los actores sociales? ¿Acaso no
ha utilizado en el pasado y también en el presente, toda la fuerza de su
maquinaria de muerte y horror? ¿Acaso no disfrazan a esa fuerza de “combate al
delito”, o “al narcotráfico”, o “al terrorismo”, para convencer de su necesidad
a quienes serán sus víctimas? ¿Acaso la
experiencia no sirve para corroborar lo inexorable del destino ante la
aplicación de determinadas políticas? ¿Acaso es democrática la democracia
argentina? ¿Acaso es democrático arrogarse derechos superiores al resto de la
población, solo por pertenecer a una clase de mayor poder adquisitivo? ¿Acaso
es democrático negarle esos derechos a quienes no cuentan con sus colores de
piel, sus orígenes étnicos, sus fortunas mal habidas o sus ideologías
importadas? ¿Acaso los poderosos piensan, alguna vez, en otra cosa que aumentar
su poder?
A pesar de tantos “acasos” de fáciles respuestas, todo
indica que los aturdidos ciudadanos argentinos marcharán a las próximas
elecciones como soldaditos adiestrados para matar su propia y mejor herramienta
de lucha: el voto. Salvo que… la lucha de quienes todavía no cayeron rendidos
ante los destructores del genuino sentido de la democracia, logre desbrozar el
camino de la recuperación de la conciencia a la mayoría, en base a otra
herramienta fundamental, tan olvidada: recordar.
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