miércoles, 18 de enero de 2017

LAS AGUAS SUBEN TURBIAS

Imagen INFOnews
Por Roberto Marra

Otra vez sopa…O agua, para mejor decirlo. Las actuales inundaciones obligan a remitirse a viejas advertencias de conocedores profundos del tema meteorológico y climático, desconocidas siempre por quienes son los encargados de tomar decisiones al respecto. Claro que también aparecen algunos científicos que, aun compartiendo advertencias sobre las recurrencias de inundaciones, no acompañan las evidencias sobre la importancia del sistema productivo agrario en el aumento de los daños que provocan estas inundaciones. El dinero suele ser, también en estos casos, un factor determinante para decir o no decir.
Sabemos que las recurrencias de las inundaciones son inevitables. A lo largo de la historia (al menos desde que se realizan registros pluviométricos) se suceden entre períodos que suelen ser más o menos parejos. Pero es innegable, porque lo vemos y lo sufrimos, que estos períodos se han venido acortando, en virtud de las afectaciones que sobre el clima se vienen produciendo a escala mundial, continental y regional. Afectaciones que se derivan de la acción humana, como consecuencia de la intensificación del uso de la tierra y de las aguas con fines productivos-rentísticos.
En Argentina se adoptó, desde hace algunas décadas, un sistema productivo agrario basado en la escasa o nula labranza de la tierra, el uso de semillas modificadas genéticamente y millones de litros anuales de agroquímicos, indispensables para este método de producción. Los rindes crecieron, las ganancias incentivaron el aprovechamiento de tierras boscosas o con montes, las que fueron literalmente arrasadas, para sumar superficie que permitiera el obnubilante negocio verde de la soja. Superficie que se fue impermeabilizando debido a este tipo de proceso, donde la retención natural de las aguas de lluvias desapareció y el escurrimiento comenzó a realizarse superficialmente, inundando con cada vez mayor frecuencia las zonas de menor nivel topográfico.
Esto, que es más evidente que la existencia del sol, es permanentemente ignorado a la hora de pensar soluciones. En realidad, soluciones no se piensan. Solo se habla, y únicamente cuando ocurre una inundación, donde entonces aparecen los ministros, gobernadores y presidentes, con caras compungidas, diciendo lo obvio, recorriendo las zonas afectadas en helicópteros (algo absolutamente ridículo e innecesario, pero de gran marketing) y asegurando inversiones que, como todos sabemos, nunca llegarán en la medida y con los destinos que corresponden.
Pero no solo los funcionarios políticos son responsables de lo no hecho o lo mal hecho. También los grandes empresarios agrarios, cuyas ganancias son tan enormes que pueden soportar varias inundaciones sin problema alguno, y que solo piensan en rentas rápidas, despreciando cualquier recomendación preventiva, atados al carro vencedor del capitalismo, donde solo se suben ellos y sus socios de otros sectores que aprovechan tanta ganancia fácil a costa de la desgracia de millones de afectados directa e indirectamente.
Intentando imitar a sus admirados y poderosos estancieros, los pequeños productores creen que podrán también obtener esos mismos márgenes de ganancias sin que nada los afecte. Creyéndose parte del mismo colectivo rentístico, terminan por perder todo lo realizado con sus esfuerzos de años, ignorando las decenas de advertencias que se les hicieron, señalando culpas en quienes no las tienen tanto, pero a los cuales conviene satanizar para no hacerse cargo de las propias.
Por supuesto, el gobierno de los Ceos continuará con sus retahílas de herencias recibidas, para tampoco hacerse cargo de sus responsabilidades, que son dobles: como funcionarios y como parte del sector social que domina la producción agraria. Un poco de alharaca verbal  para calmar los descontentos, promesas varias para evitar pérdidas electorales cercanas y mucha mentira mediatizada para culpar a quienes ya no están gobernando. Aplicando el manual marketinero habitual, convencerán otra vez a los afectados, quienes se deberán contentar con la falsa solidaridad de colchones y muebles sobrantes, para volver, dentro de no mucho tiempo más, a recibir otra vez las aguas en sus domicilios devastados.
Como si hubiese una prohibición de pensar, millones de personas parecen aceptar con mansedumbre el fruto de tanta desidia y aprovechamiento de sus esfuerzos. Los medios resaltarán, con la “humanidad” que los caracteriza, las palabras de resignación de alguien con el agua hasta la cintura, abandonado a una suerte que le fabrican sus votados funcionarios, pero que recibe como si fuera el resultado de hechos “naturales”, buscando en Dios el cuidado que le debieran dar los integrantes del “mejor equipo de gobierno”.
Tanta mentira organizada parece que no tuviera perspectiva de ser contrarrestada con verdades tan evidentes, que hasta se tropieza con ellas. Pero sí existen posibilidades de modificar estas falacias productivas, productoras de más daños que beneficios, al menos para las mayorías. Sí que hay métodos productivos diferentes, tan viejos y tan nuevos, tan innovadores y tan ancestrales al mismo tiempo.
Claro que para aplicarlos, deberá primero existir consciencia. Sobre las razones de los hechos y sobre las  responsabilidades. Sobre la inevitable realidad de la naturaleza y las imprescindibles prevenciones destinadas a evitar los daños. Sobre el sistema económico y la necesidad de su modificación perentoria. Sobre la necesidad de la unidad de los millones de iguales (y parecidos) para contrarrestar el inmenso poder de los dueños del Mundo, ahora también apoderados del gobierno de nuestro País. Y, por encima de todo, sobre la necesaria adopción de los valores humanos perdidos, tras el miserable  y avasallante Dios dinero.

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