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La violencia ejercida contra un niño debe ser la más
repugnante de todas las violencias. Quien la ejerce, se denigra a sí mismo,
pierde el fundamento de lo humano, diluye su condición de ciudadano. No importa
las razones que pueda esgrimir, siempre se tratará de un avasallamiento de un
derecho que está por sobre los demás, porque le corresponde a un ser cuyas
defensas no tienen comparación posible con las de un mayor.
Pero ahí tenemos las decenas de violaciones de esos derechos
realizadas por, justamente, quienes debieran servir para evitarlas. Incontables
veces hemos visto, o conocido a través de los medios, de maltratos violentos
hacia niños por parte de las llamadas “fuerzas de seguridad”. Preguntarse para
quien es la seguridad que dicen resguardar, sería el primer paso para descubrir
las razones de esos agravios físicos y psicológicos que repetidas veces cometen
estos guardianes contra el mal (¿o sería mejor “del” mal?). Investigar la
psicología de esos siniestros humanoides armados, podría seguir en esto de tratar
de descubrir las razones de tanta saña contra los pibes y pibas.
A poco de observar con mínimo detenimiento, veremos que el despreciable accionar policial contra los menores de edad, se
ejerce casi exclusivamente contra chicos pobres. Muy pobres. Solo por
portación de color de piel o vestimenta, son sospechados de crímenes ridículos,
por los cuales se los detiene con uso de armas y violencia extrema, con la cobardía
propia de los perversos. Justificarán sus acciones con explicaciones que, si no
fuera por lo doloroso del resultado, moverían a risa.
Claro que la policía no nace de un repollo. Es producto de
una sociedad que, mayoritariamente, acepta la violencia como el remedio para
terminar con su inseguridad. No solo la acepta, la promueve y la reivindica
como la mejor solución para terminar con sus males personales. La estigmatización
del diferente es su arma preferida, señalando con su dedo injurioso a quienes
considera un escalón por debajo de su condición social, e incluso humana.
Aprovechando esas bajezas deshumanizantes, y promotores de
su desarrollo, las clases dominantes aprovechan esas miserias sociales como
caldo de cultivo para encontrar culpables del resultado de sus propias
acciones. Con su propio gobierno al mando de estas “fuerzas de inseguridad”, a
la cabeza de las cuales se encuentra una persona que desconoce el más mínimo
sentido de lo humano en su accionar, se genera un proceso (palabra muy
significativa para esto de la violencia) que profundiza cada vez más esa famosa “grieta”
que tanto decían querer cerrar.
Acompañan en estas denigraciones, los medios de comunicación,
partícipes fundamentales en la “fabricación” de enemigos sociales. Desde sus pantallas mendaces nos apabullan con
supuestas investigaciones de ridículos disfrazados de detectives, quienes nos
indican de la peligrosidad de tales sectores sociales y de la extraordinaria
acción policíaca para combatir el mal.
No se trata de ignorar la participación real de muchos niños
y adolescentes en delitos. Existe, es verdad. Pero la sociedad no debe, en
nombre del combate al delito, utilizar métodos que solo provocan daños irreparables
en quienes no acabaron todavía de nacer a la vida social. Apartarlos del camino
en el que se encuentran atrapados por imperio de razones diversas, pero básicamente
por la miseria en la que nacen y viven, no es tarea para policías armados y
amenazantes, sino para ciudadanos conscientes de la responsabilidad que se les
otorga con su cargo.
Función que debiera ser, tal como indica la razón de su existencia,
ejercer su accionar a partir de la autoridad de la Justicia, respetando
siempre, con todos y todas, mayores y menores, pertenezcan a la clase que
pertenezcan, los derechos consagrados por la Constitución y las Leyes. Claro
que eso solo sería posible, si existiera un Poder Judicial que ejerciera su
labor con honor y apego a esos derechos. Por ahora, solo parece haber (con las
excepciones del caso) un rejunte de pretensiosos descendientes de oligarcas,
consagrados al resguardo de los intereses de los poderosos, de los cuales
forman parte indisoluble. Dura lex, sed lex. Pero solo para los niños y los
pobres…
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