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El descuartizamiento público de
Lula es lo que quieren hacer con Cristina Kirchner, con Evo Morales o con
Rafael Correa y lo que hubieran querido hacer con Chávez. La humillación de
Lula es una demostración de la rosca de poder en estas épocas de democracia.
Derecha política, corporaciones económicas, corporaciones mediáticas, gran
parte de la justicia y de los servicios de inteligencia que siempre trabajan
para el mismo patrón más allá de los gobiernos de turno. La composición de la
rosca les impide discutir política porque representan lo más regresivos de la
sociedad. En política son impopulares. Su fuerza es la capacidad de destrucción
a partir de operaciones mediáticas en las que cada uno de los miembros de esa
rosca juega un rol estratégico: los servicios montan la operación, los grandes
medios la amplifican y los jueces la llevan a tribunales, todo esos movimientos
requieren además un fuerte soporte de capital para pasear a jueces y periodistas
por Miami, engordarles los bolsillos, quebrar voluntades y comprar falsos
testigos.
Parte de esa estrategia que se revela descaradamente en Brasil con el
ataque a Lula, fue expuesta por el mismo Mauricio Macri en su discurso del
primero de marzo cuando habló de la “pesada herencia”, de la corrupción que
encontró y que hasta ahora no demostró, e incluso adelantó derivaciones de la
muerte del fiscal Nisman con las que quieren implicar a Cristina Kirchner.
Pero cuando se habla de herencias habría que hacer un repaso de lo que
fueron en estos treinta años de democracia. Miedo y dolor fue la herencia que
recibió Alfonsín de la dictadura. Cuando Menem hablaba de herencia, tenía la
híper. Para la Alianza, la herencia menemista fue un campo quebrado y altísima
desocupación en las ciudades, marginación y deuda. La herencia de Kirchner eran
el 19 y 20 de diciembre, el corralito, los fusilamientos de Kosteki y Santillán
y el default. Todas eran situaciones del pasado reciente heredadas por cada
nuevo gobierno. Lo novedoso en el discurso de Mauricio Macri del primero de
marzo es que, al hablar de herencia, transmitía todo el sufrimiento social que
ella implica, pero no en el pasado, sino en el futuro. Más que una descripción
de algo que habría sucedido, fue la sensación de un anuncio de lo que está
viniendo.
Es comprobable que la situación social y económica que recibió el
macrismo fue mucho mejor que la recibida por cualquiera de los presidentes
anteriores, desde Alfonsín hasta Kirchner. Sin embargo Macri habló de una
“pesada herencia” que tendrá como consecuencia sufrimientos y sacrificios en el
futuro inmediato. Una primera diferencia con sus antecesores es que no hereda
sufrimientos ni sacrificios, sino que éstos se producirán en el futuro, durante
su gobierno. Habrá ajuste, inflación, achicamiento salarial y desempleo
supuestamente por culpa de las medidas que tomó el gobierno anterior para
lograr que el impacto de esos flagelos fuera el mínimo durante doce años.
Es un contrasentido que las mismas medidas tengan consecuencias
opuestas según quien las mire. Los gobiernos kirchneristas planteaban que el
crecimiento de la demanda hacía crecer la producción, creaba fuentes de trabajo
y activaba la economía. Y para que hubiera demanda había que sostener los
salarios. Es la idea de distribución del ingreso. Para el macrismo, en cambio,
esa política desalentaba a los empresarios, por lo que iban a ralentizar la
economía. En vez de sostener la demanda hay que alentar la inversión, dice el
actual gobierno y, en consecuencia en vez de sostener el salario, le ofrece
todas las ventajas al sector empresario. Es la idea del derrame, que primó en
los años 90, un momento de auge del capitalismo mundial, no como ahora, pese a
lo cual, la desocupación en Argentina rompió marcas históricas y no se produjo
ningún derrame.
El diario La Nación, que representa a este sector de las clases ricas,
y al sector de las capas medias que pretende serlo, se entusiasmó con el
discurso de Macri y resaltó la necesidad de una “épica” del macrismo. Siempre
fue muy crítica con el “relato épico” del kirchnerismo. Por la forma en que
ahora aconseja al macrismo que haga el suyo demuestra que en el fondo se lo
envidiaba. Pero para hacer creíble la construcción de ese relato épico del
macrismo, el gobierno de Cristina Kirchner tendría que haber terminado en una
crisis recesiva infernal, con dólar y precios desbocados y gente incendiando la
ciudad.
No hubo estallido, no hubo infierno. Sólo hubo medidas durante doce
años que generaron cierto bienestar, pero que ahora culminarían produciendo
sufrimiento, según el discurso de Macri. En realidad, lo que dice el discurso,
es que el sufrimiento se producirá cuando saque las medidas, y no como
consecuencia de ellas. Sacar las retenciones a la soja, al champán y a las mineras,
sacar los subsidios y soltar al dólar, aumentar la nafta y el transporte es lo
que está provocando ese sufrimiento. No las medidas que tomó el gobierno
anterior, sino su retiro por parte del nuevo gobierno.
El discurso de Macri dio a entender que el gobierno anterior llegó a
duras penas al final. Según esa versión muy mediatizada y esquematizada, el
kirchnerismo pagó con emisión esa especie de “farsa” de bienestar y ahora los
costos los tendría que pagar el macrismo. Es probable que hubiera algo de
emisión, pero el grueso de las medidas distributivas y de estímulo a la
producción provenían de la recaudación en la que tenían un papel central el IVA
y las retenciones. El macrismo hizo bajar el consumo –que es de donde viene el
IVA– y sacó las retenciones. Fueron esas medidas las que desfinanciaron al
gobierno. No hay pesada herencia. Lo que hay son concepciones diferentes y el
retiro de las retenciones y la baja del consumo no son necesarias ni forzadas
por la situación sino que forman parte del bagaje ideológico del
neoliberalismo. Este gobierno no se va a preocupar por recaudar con otros
impuestos u otros recursos como hubiera hecho el gobierno anterior: simplemente
ajusta, recorta y toma deuda externa. Por ahora esas políticas se verifican más
en al área del Estado, pero en pocas semanas se extenderán a la actividad
privada con el cierre de pequeños y medianos comercios e industrias y con el
achicamiento de salarios. Y en la medida en que eso suceda, irá bajando la
inflación. Para los asalariados con más suerte, tanto obreros como
profesionales, casi no habrá inflación, pero tampoco habrá dinero para gastar;
no habrá cepo, pero el dólar estará demasiado caro como para viajar a Miami, o
sea que podrán comprar menos dólares que cuando estaba el cepo. Los de menos
suerte perderán el trabajo.
El discurso de la oposición al kirchnerismo transcurrió por diferentes
carriles. Como ocurrió con todos los gobiernos populares en América latina,
incluyendo Brasil, el discurso menos efectivo fue el que trató de cuestionar
las medidas de inclusión y distribución de la riqueza. En el caso argentino
aprovecharon el desprestigio del Indec para usar cifras todavía más dudosas de
observatorios y fuentes poco serias pero, en general, esa línea fue débil en
todos lados porque no podía mostrar un escenario de desastre que no existía. La
línea más contundente fue la denuncia de la corrupción. Los medios de
comunicación concentrados y parte de sus periodistas y la mayoría de los jueces
y fiscales son dispositivos de una estructura de poder antes que profesionales
de la información o de la justicia.
Se puede hacer una galería de la vergüenza con los funcionarios
judiciales que protegieron al multimedio Clarín con amparos y resoluciones
verdaderamente escandalosas o con los periodistas que la corporación usó como
mascarones de proa para impedir la aplicación de una ley antimonopólica que
hubiera favorecido el ejercicio del periodismo. No ha sido así sólo en
Argentina. En Brasil o en Bolivia se produjo el mismo fenómeno donde la oposición,
asociada a las grandes corporaciones, sobre todo los grandes multimedios, no
tuvo eco cuando intentó desacreditar a las políticas sociales que han sido el
fuerte de esos gobiernos. Pero esa formidable alianza entre oposición política,
corporaciones económicas y mediáticas y la mayoría de un Poder Judicial que se
formó como parte de la estructura de poder en países históricamente sometidos a
dictaduras y gobiernos manejados por grandes intereses económicos, fue efectiva
con el discurso anticorrupción.
Todo el mundo conoce el ascetismo de Evo Morales. No hay otro
presidente de derecha o de izquierda que haya expresado como él su rechazo a la
corrupción y su apego a un modo sencillo de vida. Y sin embargo uno de los
factores de su derrota en el referéndum sobre la reelección presidencial fue la
denuncia de tráfico de influencias contra una empresaria que fue pareja de Evo
hace algunos años. Como lo demuestra la campaña contra Evo o la humillación a
que fue sometido Lula o los insultos proferidos por el presidente Macri resulta
que los gobiernos progresistas son corruptos. Ser progresista o popular es
sinónimo de corrupción. El esfuerzo unificado de esta monumental campaña
mediático-judicial busca hermanar esos dos sentidos para demonizar cualquier
experiencia democrática en disonancia con los lineamientos neoliberales de
apertura de fronteras, libre mercado y subordinación económica.
Pogresismo-populismo-corrupción es la línea de sentido que están tratando de
imponer. Quienes acusan forman parte de un sistema de poder y privilegios que
fue afectado por estos gobiernos, pero pueden ocultan estas motivaciones porque
dominan en la Justicia y en la construcción de sentidos.
Desde los años 30, la alianza entre los sectores dominantes de las
oligarquías con las Fuerzas Armadas y Estados Unidos, se constituyó en una
fuente permanente de violencia en América latina, hasta los años 70, donde
prácticamente todos los países de la región tenían dictaduras militares. La
nueva rosca del poder económico con las corporaciones mediáticas y la
corporación judicial más los servicios de inteligencia se constituye como el
gran obstáculo actual para que Argentina y en general los países de América
latina profundicen sus incipientes democracias.
*Publicado en Página12
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