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Esa estúpida afirmación sobre la cantidad de empleados públicos,
absolutamente adoptada por la gran mayoría de la población, es la construcción
mediático-social más importante que han logrado realizar desde el Poder a lo
largo de nuestra historia política-económica. En base a esto, no solo se
justifican los despidos, con el obvio resultado de familias sin sustento
económico, sino que se elabora una falsa teoría acerca de la
"eficiencia" del Estado, con base en los conceptos neoliberales sobre
la "productividad", parangonando al Estado con una empresa. Tampoco
faltan esas tontas comparaciones con las economías familiares, ocultando las
complejidades inmensas que conlleva el manejo de semejante estructura de
gobierno.
Claro que se olvidan de contarnos
algunos hechos importantes, tales como, por ejemplo: Si se genera desde el
Estado un Programa para cualquier objetivo, ¿es posible realizarlo sin nadie
que los implemente, que los controle, que los supervise, que los mejore? Si se
construyen escuelas, universidades, hospitales, juzgados, comisarías, ¿no son
necesarias personas para hacerlo y para que funcionen? ¿El crecimiento
demográfico no implica más necesidades sociales, para las cuales se necesitan
más trabajadores?
Con ese "cuento", repetido
hasta el hartazgo, fabricaron un relato acerca de las corrupciones y/o
prebendas permanentes promovidas (siempre) por los partidos y movimientos
populares cuando llegan a gobernar. Cuando el gobierno de turno responde a los
intereses del Poder Real, por el contrario, se borran del relato mediático todos
los actos de corrupción. Que existen, y de dimensiones equivalentes a sus enormes
capacidades económicas y financieras.
Por supuesto que resulta
innegable la presencia de hechos de corrupción en cualquier estructura
burocrática (estatal o privada), por ser uno de los resultados a los que nos
termina llevando el sistema capitalista en el cual (sobre)-vivimos, por su tóxica
carga de individualismo, paradigma básico que sustenta la posibilidad de
dominación que el Poder Real tiene sobre nosotros.
La corrupción es necesaria, es
imprescindible para el sistema capitalista. No puede existir un capitalismo “puro”,
“idealista”, “sano”. No puede haberlo, porque la destrucción de los valores positivos,
el desprecio por la solidaridad como modelo de relaciones humanas, le permite
al sistema y a sus generadores fundamentales, el dominio absoluto de una
sociedad que se mantiene en estado de sospecha permanente hacia el otro.
En el camino hacia el “perfeccionamiento”
de esa cultura de la sospecha, las diferencias sociales juegan su papel
trascendental, al proveer de “enemigos” necesarios para poder estigmatizar y
sentirse así, parte de una clase a la que sólo están autorizados a soñar con
pertenecer, pero que, en tanto, les sirve para sentir superioridad sobre otros,
para ejercer poder sobre ellos, para definirlos como corruptos cuando les
resulta necesario a sus intereses. Allí se cierra el círculo que los poderosos
precisan para evitar el cambio estructural que muchos sentimos imprescindible,
pero que les impediría (a ellos) continuar con su poderío absoluto.
Mientras tanto, nos llenan el “marote”
con “la corrupción”, estudiadamente expresado a través de la omnipresente cadena
de medios que constituyen parte primordial del sistema de dominación. Una vez
más, la cultura es la manera de penetrar nuestras conciencias, de tal forma que
no sepamos ver lo evidente ni distinguir lo esencial. Que no sepamos advertir
la existencia de otros caminos, que inevitablemente nos llevaría a unirnos con nuestros
iguales (o nuestros parecidos) para terminar con las injusticias. En definitiva,
que no sepamos pensar.
*Secretario de la Asociación
Desarrollo & Equidad
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