viernes, 18 de octubre de 2013

ELECCIONES Y GESTIONES

Imagen Telam
Por Federico Vázquez*

En tres semanas la discusión política comenzará a girar en torno al 2015. No solo por el tema de las candidaturas: también tomará volumen el debate sobre el proyecto de país, algo que durante esta campaña estuvo en sordina. La naturaleza de una elección de medio término explica un poco esa neblina. Cualquier elección es un punto nodal para fijar un nuevo mapa del poder que, indefectiblemente, mirará siempre hacia Balcarce 50. Sin embargo, la acción concreta de los votantes, no parece haber obrado así. El ejemplo capitalino puede ayudar a comprender el punto.
Si las PASO y las encuestas aciertan, en pocos días, Lilita Carrió habrá resucitado nuevamente de las cenizas del 1,8% que cosechó hace dos años. Una parte considerable de los votantes porteños parece convencida de otorgarle un respaldo resonante a la misma persona que había echado al último lugar en el 2011. Ese dato, aparentemente esquizofrénico, guarda un lógica elemental: una cosa es elegir un diputado, otra un presidente. También sirve para matizar las conclusiones sobre otros distritos, donde oficialismo y oposición tienen otros colores.

Amén de estas divergencias sobre el sentido de la elección para votantes y votados, de cara a los próximos dos años, la palabra gestión promete desplazar del centro de la escena a la del bienio que termina: relato. Un apunte no menor: la discusión sobre el relato de los años kirchneristas no fue un monólogo oficial, por el contrario fue un juego donde todos dejaron sus huellas. Es más, después del triunfo del 2011, en el marco de una economía sólida, los mayores representantes opositores, ya se traten de políticos como formadores de opinión, tuvieron en la crítica al “relato” oficial su pan de cada día. Un escape para no tener que discutir sobre materialidades poco convenientes. Es decir: resulta más sencillo cuestionar las cifras de Indec que exponer cómo se bajaría la inflación sin tocar el crecimiento y el empleo. Es más fácil criticar a los panelistas de 678 que argumentar en favor de que no se aplique la ley de Medios. Es más cómodo hablar todos los días del gobierno “hegemónico” que discutir las tensiones reales de un país que quiere desarrollarse, aun teniendo en contra a su propia clase dominante. Si el equívoco en el lado opositor tiene sus intereses bien visibles, desde el oficialismo no hay razones para poner allí el acento más de la cuenta. Lo dijo a las claras la propia Presidenta en el reportaje con Hernán Brienza, cuando afirmó que “mi gran arma política no es la argumentación, son los hechos”.

Y es probable, pese a quien le pese, que el debate en los próximos meses comience a girar de manera más clara sobre las cuestiones reales de la economía y la gestión. El propio Massa, ganador de las PASO en la provincia de Buenos Aires, y por estos días en una campaña tranquila donde sólo tiene que esperar repetir lo que ya sacó en agosto, parece advertir que ganar una banca de diputado no le asegura protagonismo para el escenario que se viene. Ya anunció que, una vez terminada la elección, se abocará a presidir una “agencia” de gestión desde la cual va a proponer proyectos basados en inversiones privadas, para los distritos donde tiene aliados. Nada más lejos que la banca de diputado para la que será elegido.

Esta estrategia massista muestra una clara diferencia con la fracasada experiencia opositora de 2009, que vio en el Congreso y el grupo A una forma “republicana” de tomar el poder. Ahora bien, existe otra idea instalada. Desde el 2011, el kirchnerismo se habría perdido en su propio laberinto discursivo, en su “relato”, olvidando la profundización concreta de su proyecto.

Este planteo contrasta los años 2009-2011 (AUH, crecimiento económico, explosión del consumo, etc) con los más “estáticos” 2011-2013. Sin embargo, un pantallazo sobre algunas políticas medulares permite plantear otra cosa. En estos dos años el gobierno nacional asumió algunas tareas estructurales que, por su misma naturaleza, no tienen un impacto inmediato, pero son al mismo tiempo las que pueden abrir un nuevo ciclo de crecimiento sostenido.

Petróleo, pesificación y Pro.cre.ar. Las tres “p”, con sus particularidades, comparten lo fundamental: son políticas nuevas, que el kirchnerismo no había recorrido en años anteriores. Estas hijas del 2011 son todavía ensayos incipientes, primeros pasos, pero que guardan la potencialidad de ser las semillas para un proceso de acumulación económica de más largo plazo.

La expropiación de las acciones de Repsol-YPF en abril de 2012, evidenció que la política de comprar en el exterior la energía que no se producía en el país estaba agotada.

Cuando la oposición señala que fue el propio kirchnerismo el que produjo la actual escasez de energía, algo de razón tiene. Sin el crecimiento sostenido de la economía durante tantos años, el modelo de negocios privados para el petróleo argentino hubiera seguido siendo posible. Lo que lo volvió inviable, antes que un prurito ideológico o moral, fue la expansión económica. Esta recuperación patrimonial es algo mucho más pesado que el retorno de una bandera: del éxito de YPF dependerá cualquier ecuación productiva que piense al país como algo más que una extensa pradera sojera. Por el contrario, sin energía, no habrá desarrollo.

El otro cambio es el intento de una mayor pesificación de la economía local. Al igual que en el caso del petróleo, la necesidad de restringir el uso del dólar como forma de ahorro no partió de ninguna indignación simbólica, sino de la necesidad de superar las recurrentes fugas de divisas y corridas financieras. Una costumbre arraigada en la clase dominante argentina.

Después de que a fines de 2011 la fuga de divisas batió el record de 2008, con más de 27.000 millones de dólares que salieron del país, el gobierno aplicó mayores controles que terminaron, como se sabe, en la eliminación del atesoramiento particular de la moneda (aunque se dice menos, también se limitó el giro de dividendos al exterior para las empresas con casas matrices fuera del país).

Así, la queja por no poder seguir con la forma de ahorro que es tradicional de la clase media, tiene una traducción mucho más salvaje si ascendemos en la escala social. La acumulación de dólares para ser sacados del país constituye, tal vez, la herramienta más importante que todavía conservan una pequeña elite para asegurarse poder de decisión sobre el rumbo del país.

Lo que está en el fondo de la cuestión no es una batalla por cambiar hábitos de pequeños ahorristas, sino la supervivencia del manejo de la macroeconomía por la política. Si el mandato de Cristina termina sin una sequía de reservas en el Banco Central, esa conducción (sin dudas más democrática que si las decisiones las tomarán en soledad los grupos económicos) será un poco más sólida que lo que era cuatro años atrás.

La tercera política novedosa son los créditos para la construcción de viviendas. Durante mucho tiempo, los intentos de crear crédito a largo plazo chocaron con un sistema financiero que nunca apostó a prestar a una tasa atractiva para el bolsillo de un trabajador común en relación de dependencia. La razón se encuentra en el punto anterior: los bancos prefieren otro tipo de negocios, con una rentabilidad más alta e inmediata. Dar créditos para vivienda a 30 años no resulta compatible con la asentada estrategia de fugar de divisas y generar crisis de reservas en el Banco Central.

Dos meses después de la expropiación de YPF, a mediados del 2012, el gobierno lanzó el plan Procrear, con una meta ambiciosa de llegar a las 400.000 a fines de 2015. Según los datos oficiales, para este año se estaría cumpliendo la meta prevista, con la adjudicación de créditos a 200.000 familias. Aunque más palpable como una política “simpática” desde su comienzo, este plan de crédito tampoco es un shock de impacto inmediato, como pudo ser, en su momento, la AUH. El goteo de los sorteos, la necesidad de una gestión compleja (el plan tiene que articular una función bancaria, pero al mismo tiempo encontrar terrenos donde desarrollar emprendimientos, verificar que los fondos vayan a las obras, controlar que no se disparen los precios de la construcción, etc), muestra un proceso necesariamente lento, que con el correr del tiempo multiplicará su impacto social y económico.

A diferencia de lo que suele decirse, la actual gestión kirchnerista no se limitó a mantener la inercia del crecimiento que logró en 2010 y 2011. Ensayó nuevas políticas para encrucijadas que también son nuevas. La apuesta del gobierno es que estas “semillas” sembradas durante los dos primeros años (junto a otros desafíos de gestión, como necesidad imperiosa de reconstruir el sistema ferroviario), se transformen en los “hechos” con los cuales los ciudadanos encaren la discusión política para 2015. Más allá de los brillos de algunos liderazgos de este 2013, todavía es un misterio qué propuesta tendrá enfrente. 
*Publicado por Telam

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