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El
fenómeno se repite –en Bolivia, en Argentina, en Ecuador o en Brasil–.
Sectores que salen de gobiernos –o que siempre se habían opuesto a
ellos–, supuestamente por la izquierda, recurren una trayectoria que los
conduce a ubicarse en oposiciones de derecha. Evo Morales, Rafael Correa, los Kirchner, Lula y Dilma habrían
“traicionado”. Y se habrían vuelto peores que otros, porque siguen
haciendo como si defendieran las mismas posiciones que los han
proyectado como grandes líderes nacionales. Por ello tienen que ser
frontalmente combatidos, derrotados, destruidos, sin lo cual los
procesos políticos seguirían retrocediendo, no podrían avanzar.
Fue así con sectores que eran parte integrante del gobierno y del
proceso liderado por Evo Morales, que han declarado que se ha vuelto el
enemigo fundamental a ser combatido, porque habría “traicionado” al
movimiento indígena. De ahí la propuesta de un frente nacional en contra
de Evo, que debiera incorporar a todos los opositores, no importa cuán
de derecha sean ellos. Importa combatir juntos a Evo y a su gobierno.
Lo mismo con Rafael Correa. El habría “traicionado” la defensa de la
naturaleza y se habría pasado a un modelo extractivista, volviéndose el
enemigo fundamental a combatir. De ahí que sectores que se reivindican
como los intereses de los movimientos indígenas y ecologistas (aunque
han tenido solamente el 3 por ciento de votos en las elecciones en que
Correa ha logrado tener el 2/3 del apoyo popular) se alían expresamente
con la derecha para combatir a Correa.
En Argentina los Kirchner habrían “traicionado” al peronismo, de ahí
la existencia de múltiples peronismos disidentes, entre ellos incluso
gente que fue de izquierda y ahora se alía con la derecha, todos contra
Cristina.
Se podría seguir con otros ejemplos, Venezuela, Uruguay. Para operar
esa transición de una oposición de izquierda a una de derecha, es
necesario demonizar a los líderes de esos procesos, que serían peores
que la derecha, para que se sientan libres para aliarse con la derecha
en contra de esos gobiernos.
En Brasil ese fenómeno se dio, inicialmente, con el partido PSOL y
la candidatura de Heloisa Helena a la presidencia, en 2006, que
abiertamente hicieron alianza con toda la oposición en contra de Lula.
Alianza con la Red Globo y todos los medios oligárquicos, con todos los
candidatos opositores, en una acción desenfrenada y desesperada para
intentar impedir la reelección de Lula. Abandonaron las críticas de
izquierda –sobre la política económica y otros aspectos del gobierno–
para adherir a la campaña de denuncias sobre el “mensalao”, sin
diferenciarse para nada del tono de la campaña de la derecha
tradicional.
El fenómeno tuvo continuidad con Marina da Silva, que repitió, de
forma mecánica, la trayectoria de Heloisa Helena, en su giro en contra
de los gobiernos de Lula y Dilma. La alianza supone la ausencia de
cualquier crítica a la derecha –a los medios monopolistas, al sistema
bancario, a los partidos de la derecha tradicional, a Estados Unidos.
La relación de esos sectores con la derecha tradicional es
explícita: a esa ausencia de críticas a la derecha se corresponde una
promoción explícita de los candidatos que se disponen a ese rol: Heloisa
Helena, Marina, Eduardo Campos.
Marina había confiado en los casi 20 millones de votos –por lo menos
la mitad de ellos votos conservadores, por su posición en contra del
aborto y sus creencias evangélicas– y en sus “redes”, para conseguir las
500 mil firmas necesarias para registrar su partido. No las logró y
terminó adhiriendo al Partido Socialista, del cual el principal
dirigente, Eduardo Campos, gobernador de Pernambuco, en el nordeste de
Brasil, se había apartado del gobierno para lanzar su candidatura, con
poco apoyo hasta aquí, según las encuestas.
Marina renuncia a ser candidata y apoya a Campos, del cual puede
llegar a ser vicepresidente, en un gesto típico de la más rancia
política tradicional, después de haber criticado duramente a todos los
otros candidatos, proponiéndose como “una nueva forma de hacer
política”.
En su acto de adhesión a ese partido, nada de ecología, sino el
centro en la necesidad de derrotar al PT, como expresión del “chavismo”
en Brasil. Confirmando que el antichavismo se ha vuelto el anticomunismo
de hoy.
Todos contra Evo, todos contra Rafael Correa, todos contra Cristina, etc., etc. En Brasil, hoy, todos contra Dilma.
Ninguna palabra sobre el tipo de política económica que
desarrollarían en caso de que ganaran. Ninguna palabra sobre el tipo de
inserción internacional de Brasil. Nada sobre el rol del Estado.
Silencio sobre todo lo que son los contenidos esenciales de una
plataforma de gobierno. Sólo se trata de derrotar a Dilma o, por lo
menos, dado que eso es muy difícil, impedir que Dilma triunfe en la
primera vuelta. Porque hoy los sectores empresariales y mediáticos de la
derecha ya dan por sentado que Dilma se va a reelegir.
En todos esos países esos sectores han sido derrotados
fragorosamente. Sus operaciones políticas no han dado resultados, por
falta de plataforma de gobierno, por falta de liderazgos y de apoyo
popular.
El Todos contra Dilma reproduce el mismo fenómeno, con dos listas
opositoras –la de los tucanos, con Aecio Neves a la cabeza, y la de
Eduardo Campos–, desesperadamente intentando derrotar a Dilma. Un
escenario similar al que enfrentan Evo, Rafael Correa y Cristina.
*Publicado en Página12
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