Por Gustavo Daniel Barrios*
Uno ha conocido o integrado mesas de cafés en avenidas desobligadas de adornos, o neones y vidrierismo profesional, o elegantes templos baptistas o anabaptistas, pero buenos para la necesaria privacidad de antros de la bohemia. En ellos se bosquejan planes impregnados de confianza en un mundo mejor, ya que todavía se cree en esta posibilidad.
Se
entiende claramente en esas mesas, que una polis
es el espacio forjador ineludible, de algo que ella sola puede generar. En
ellas actúan las personas que tienen el afán de hacer más llano su peregrinar y
más corto, en una exploración que es siempre indefinible. Saben ellos que el
espacio citadino del culto del café es mojón preciso si pretende lo que sabe
que busca. Se despliega ahí la vocinglería de Rubén Blades en éxtasis musical, liberando sones cual saltos del
Iguazú que despiertan cantatas ensordecedoras, desde el Caribe hasta el confín.
El café es el templo que contiene el nervio motor de una acción enhebradora de
peldaños unidos con sogas y a cuyo término, será este pupilo ávido del néctar
del saber, elevado al interior de galpones que la bohemia reconoce como
repletos de tesoros.
Lo primero
que se plantea esta claque de gente
aguda para el pensar, es lo importante de reconocer la arquitectura política
del país, recurriendo a los bocetos teóricos. Y expresarán madurado el tema,
qué atributos posee un gobierno federal. Este,
en su definición, explica su carácter de ordenador excluyente de la Nación, ya
que se ubica en la cima del poder confederal. La mera confederación, para citar
un caso difícil de entender sería hoy México, en donde las aberraciones
irreproducibles de este tiempo en ciertos Estados del país, disonantes en
absoluto con el poder del DF –sea este bueno, malo o regular-, especialmente en
la interpretación de lo que debería ser un Estado moderno, todo eso habla de
México como un país confederado, y por ende el DF ostenta apenas el poder
confederal. El poder federal republicano que ostenta un gobierno federal, se ubica en un Estado forjado en la unidad
nacional; por cierto, enemigo de todo unitarismo. Este sistema, se completa en
su organicidad absoluta, en un país que se complace en el sistema mencionado en
tanto antes el mismo, se concibió a sí mismo como una verdadera unidad política
y de intereses. Bien vale aclarar, que el país así concebido y organizado puede
contener un puñado de lenguas diferentes, como es el caso de China; esto nunca
afectará en lo más mínimo esta armonía.
Cuánto se
aproxima esto, en dicha mesa se creerá si jugásemos un poco, al tan original
ciclo en Sud América o Sur América como se acostumbra más decir hoy. Es el
planteo de una federación sudamericana. Aquí
se plantea la idea de la patria chica y de lo global. El pago es la comarca que
comprende a la urbe y a sus suburbios y pueblos más la campiña en su derredor.
La patria chica podría ser el Estado provincial o regional o autonómico. La
nación es el nucleamiento de regiones o autonomías o provincias; es decir que
una nación es la resultante de una federación como la conformación base de una
república.
Considerando
el amplio margen, o el ensanchado margen de lo posible hoy, se puede alcanzar
la idea de nación proyectada a la primaria globalidad de una república
continental, como sería en este particular bosquejo, y atendiendo a la idea de
federación que además ya va funcionando por estos lados y es absolutamente
disímil a aquellas fundadas con el cuño neoliberal.
Se conoce
que cerca de la mitad del siglo 19 se
elucubró la construcción de una urbe y sede gubernativa, para coaligar a los
países que baña el río Uruguay, y se propuso para ello a la isla Martín García.
Aunque se trataba de algo alejado a esto.
Sabemos
dentro de este juego, y de acuerdo a nuestras convicciones, que nunca habrá en
la federación nuestra, ni una moneda única, ni una lengua dominante, eso es
obvio. Consiste simplemente en ser una armadura inteligente que expresa su
unicidad a la hora de entablar negociaciones con otros bloques. Esta unicidad
en estos casos se volvería o se vuelve siempre literal. Luego retorna cada uno
a su hogar nacional singular. Pero para no rozar lo ocioso, debe apuntarse aquí
que al funcionar esto, el mecanismo que asegura esta armadura, se aníma a
promover la discusión en otras áreas del mundo que solicitan su ingreso a
mejores paradigmas de vida y futuro. De simultáneo, las federaciones –si
hubiera varias- contrarias al cuño neoliberal, pueden animar a los grupos de
países descoordinados que sufren en la propia carne el desprecio que sus
Estados tienen por el camino de la restauración de soberanía; puede animarlos a
sobreponerse.
Y ¿cuál es
la virtud que estimula todo esto? Tiene de virtuoso la ilimitada fuerza de
autodefensa, eso es evidente; y además permite deshacer el tipo de sociedad de
naciones que apuntaló el enemigo exterior lejano, empleadas para desarticular
los modelos innovadores y autónomos. La clave es el escudo de materia política
que crea este entrelazamiento. Y además a nivel social, sirve para aislar e
incomunicar al intruso connacional que vive en el seno de nuestros países;
todos aquellos que habiendo nacido y criadose en estos, y formado familias, y
habiéndose vuelto solventes y vinculados al medio vigorosamente, lograron
oradar el romance de la gente con una América que hasta los escandinavos añoran. Algo existe de
deseable en la heterogénea reunión de folklores y riquezas, en interacción con
las luces consustanciales a las megalópolis.
Todo el que sea contemplativo y haya recorrido veinte días el Brasil sabrá de qué
estoy hablando. Y logrará comprender lo que se ubica como el “camino de las
luces, o de la luz”. Nadie desconoce el misterio que encierra una Sudamérica
que señorea en millones de ingenios del arte o las artes populares ostentadas
con orgullo y placer, ligados al mundo donde están las luces del futuro, en una
unidad tan consistente como indescifrable. Es sobre el prodigio de este
misterio, que trabajó oradando y oradando el descalificador profesional. Se
trata, en conclusión, de aislar al intruso connacional, y disociarlo del
destructor foráneo. Ni aquellos tendrán más impunidad, ni estos tendrán más
inmunidad. Se desconectaron pues esos cables, se cierra y oscurece el callejón
de la humillación, del matón ignominioso.
Cuántos de
nosotros tuvimos la malasangre de ingresar a un local comercial muy amplio, y
asombrados hemos atestiguado a fulanos detrás de un mostrador –y digo vivirlo
muchas veces, y les oímos ahí decir que
debería suprimirse el himno en el país, e imponerse otra bandera...., dicho en
ocasión de una anécdota que le permitió
al sujeto en cuestión provocar la laceración. Hemos vivido experiencias
psicodélicas, cuando esos mismos activistas de lo siniestro, insultan tu
condición de creyente en el bien comunitario, buscando, en el trasfondo de su
ataque, lacerar la esencia regional. A cuántos de nosotros nos tocó sufrir, el
trastorno que se producía al debilitar el asiento y la radicación que se tiene
en la cultura dentro de la cual
vivimos en dignidad, si poseemos un romance con la misma. Ataques orientados a
destruir a ese nivel.
Hoy más
que nunca, la clave es desconectar al intruso connacional, y disociarlo y
alejarlo del destructor foráneo. Esto es el escudo de materia política, que no
es otra cosa que un hecho trascendental de la cultura, para poner en acto un sistema de inafectabilidad.
*Escritor, miembro del CEP
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