Dice un personaje de un film de John Ford que
el mejor texto de lectura es un periódico honesto. Algo que en la
Argentina, desafortunadamente, no abunda. Debido al usual amarillismo
chismoso de los medios hegemónicos y a la gran lucha por las audiencias
gráficas y televisivas, ciertos colegas descienden a un periodismo
camorrista. Exteriormente, fingen ser la conciencia de la sociedad. Los
contratan porque apelan a cualquier estocada y aseguran ser parte del 1%
que maneja al resto del rebaño. No les importa chocar con derechos
ajenos. Lo certifica la lectura subrepticia del celular del diputado
José Ottavis. ¿Casual o fabricada? Escogieron el derecho a una
información distorsionada, por sobre un derecho fundamental y
constitucional: la privacidad. Histriónica penetración ilegítima en la
intimidad, que no tuvo la repulsa social adecuada.
Es luctuoso que ciertos protagonistas de la prensa apelen al insulto y al ataque con imágenes provocadas. Utilizan un ardid: “Destapar la corrupción.” Ahora, en España, el Tribunal Constitucional hirió de muerte esa práctica: la prohibió. El abuso del fisgoneo, con cualquier excusa, revela una intromisión, incluso a la propia imagen. Sospechamos que es mayor con el uso abusivo de las nuevas técnicas audiovisuales. El periodismo decoroso descarta toda avidez intrusiva, aun para obtener información relevante. Y no por ética. Lo hace porque frente a las cámaras emboscadas de ciertos programas de denuncia, no hay un previo consentimiento. Y si este no existe, no es aceptable utilizar una imagen o una voz. Tampoco puede argüirse un consentimiento tácito para cazar noticias que a menudo son inducidas. Del modo que se le exige a la policía y a la justicia el respeto de los derechos individuales, está obligado a exaltarlos un informador.
El derecho a la información que citó falaz un ganador del Martín Fierro no es infinito. Para empezar, se basa en dar información veraz y de interés público. No incluye mentir deliberadamente, como hacen a diario los dos medios más poderosos. Por ejemplo, argüir que en la Argentina no hay libertad de prensa. Quien vive aquí sabe que es todo lo contrario. Por cierto, la libertad de prensa no es un escudo apto para denostar a los otros. Así como Guy Talese afirma: “Hay mucha gente que se llama periodista, pero no conoce los valores de la profesión”, un debate debe basarse en motivos, no en la ideología. Todo el mundo posee una ideología, incluso quienes señalan no tenerla, acotaba Perón citando a Plutarco. En Bel Ami (1890), Guy de Maupassant relata cómo cierto periodismo voltea gobiernos. En Francia, el dueño de un gran diario señala: “En la mañana vaciaré la Cámara de Diputados y la llenaré con los que yo elija y nada más que palabras en una página.” Y luego: “Seré más poderoso que el rey. O más rico.” ¿Pueden debatirse con estos señores las políticas inclusivas?
Para obviar responsabilidades, las corporaciones (financiera y agraria) adosan sus opiniones a “la gente”. Propagan bisbiseos alarmistas sobre dólares salidos del circuito, pero callan beatas que en el primer trimestre huyeron de España 130 mil millones de dólares. Según el delirio de estos traficantes, el país está casi en terapia. Lo real es que el dólar es la cocaína de las clases alta y media. Sin pudores, aducen que la Argentina no crecerá en 2012, cuando en el primer trimestre el PBI creció un 2%: más que Alemania en todo el año 2011. Pero la política de Merkel hunde al sur de Europa: resbalaron el PBI de Italia, España, Holanda, y en caída libre el de Grecia: un 6,2 por ciento. Francia, la segunda economía del área, se estancó. Y el Reino Unido (fuera del euro pero en la Unión Europea) está en recesión. Todos los cambios fueron para peor. En sólo dos años (desde abril de 2010) sobre 27 países de la UE, 14 remplazaron su gobierno. Ocho siguen o pasaron a la derecha, a dos (Italia y Grecia) los rigen tecnócratas de las finanzas y a cuatro la lavada izquierda socialdemócrata. En apenas cinco gobiernan coaliciones progresistas. Por eso un cartel del cacerolazo (“Basta de política populista”) los dejó con el culo al aire y aclaró sus intereses. Quienes cacerolean saciados de comida no infieren que son usados como el pueblo en la obra de Shakespeare Coriolano, ese opresor que emula a las corporaciones para burlarse (“Son cuervos que vienen a picar a las águilas”) de los de abajo.
También un Nobel esclarecido, Thomas Mann, narró lúcido en la novela Los Buddenbrook la saga de tres generaciones de una próspera familia alemana de clase alta en Lübeck, que sólo piensa en el dinero y deja de lado la felicidad. Es revelador un diálogo cuando el padre reprime la rebelión popular de 1848: “A esta chusma debemos enseñarle a respetarnos con pólvora y plomo.” Si le aflige algo (ejemplo, los Kirchner) la derecha busca destruirlo. Sin un ejército afín, lo intenta mediante la Sociedad Rural, la Unión Industrial, ciertos medios hegemónicos, inflación con armadores de precios y corridas al dólar avaladas por la prensa sumisa. Murmura, insinúa, difama. Algún tonto siempre escucha. Y falsos oráculos de una ficticia debacle acopian vaticinios sombríos. Indigna que silencien por qué el dueño de un departamento de 65 m2. en Buenos Aires (donde va a comer y dormir) paga $ 1800 de ABL, igual que el propietario de un campo de 1.760.000 m2 en la provincia (Gral. Madariaga), que logra buena renta o lo siembra con soja para ganar enormes sumas y valorizar su capital.
Para un maquiavélico, las palabras son armas. Es un ingenuo el explotado que cree los eslóganes que divulga el explotador: el gobierno es ladrón, mejorarás con nosotros, la riqueza se “derramará” cuando gobernemos. El pretexto de las corporaciones es la avaricia vacía de empatía hacia los otros. Sólo piensan que los demás son apestados que les quitarán algo. Como no admiten perder nada, pagan la palabra de los traficantes del periodismo. Incluso la literatura elitista harta del hombre común (Celine, Borges, Gombrowicz, Bioy) entusiasma a la derecha, puesto que la burguesía combate por sus privilegios y no renunciará a ellos. También es útil recordar que, de los 7000 millones de seres que habitan la Tierra, apenas 103 mil tienen el 36,1% de toda la riqueza. Mientras tanto, hay 1500 millones de analfabetos, y de estos 1000 millones son mujeres. Nunca la derecha argentina aceptó la democracia. La soporta cuando rige su amado neoliberalismo. Vivimos la enésima ráfaga destituyente. Todavía prevalece el mercado, pero el pueblo ya no pelea por las migajas. Está incluido. Sabe que a otros países llegó el naufragio de los ajustes y que la crisis la costean los más débiles. Sabe que si un gobierno opositor asume en 2015, retornará la coartada pueril del déficit fiscal. Por ello, descree de fatuos diplomados de hechiceros, de todos esos que parecen añorar la masacre (llamémosles los “retrodictadura”) y de otros que extrañan el menemismo (los “retronoventa”). Existe una mayoría de “hermosa gente”, como la llamó el gran William Saroyan. Es la que cuenta.
Es luctuoso que ciertos protagonistas de la prensa apelen al insulto y al ataque con imágenes provocadas. Utilizan un ardid: “Destapar la corrupción.” Ahora, en España, el Tribunal Constitucional hirió de muerte esa práctica: la prohibió. El abuso del fisgoneo, con cualquier excusa, revela una intromisión, incluso a la propia imagen. Sospechamos que es mayor con el uso abusivo de las nuevas técnicas audiovisuales. El periodismo decoroso descarta toda avidez intrusiva, aun para obtener información relevante. Y no por ética. Lo hace porque frente a las cámaras emboscadas de ciertos programas de denuncia, no hay un previo consentimiento. Y si este no existe, no es aceptable utilizar una imagen o una voz. Tampoco puede argüirse un consentimiento tácito para cazar noticias que a menudo son inducidas. Del modo que se le exige a la policía y a la justicia el respeto de los derechos individuales, está obligado a exaltarlos un informador.
El derecho a la información que citó falaz un ganador del Martín Fierro no es infinito. Para empezar, se basa en dar información veraz y de interés público. No incluye mentir deliberadamente, como hacen a diario los dos medios más poderosos. Por ejemplo, argüir que en la Argentina no hay libertad de prensa. Quien vive aquí sabe que es todo lo contrario. Por cierto, la libertad de prensa no es un escudo apto para denostar a los otros. Así como Guy Talese afirma: “Hay mucha gente que se llama periodista, pero no conoce los valores de la profesión”, un debate debe basarse en motivos, no en la ideología. Todo el mundo posee una ideología, incluso quienes señalan no tenerla, acotaba Perón citando a Plutarco. En Bel Ami (1890), Guy de Maupassant relata cómo cierto periodismo voltea gobiernos. En Francia, el dueño de un gran diario señala: “En la mañana vaciaré la Cámara de Diputados y la llenaré con los que yo elija y nada más que palabras en una página.” Y luego: “Seré más poderoso que el rey. O más rico.” ¿Pueden debatirse con estos señores las políticas inclusivas?
Para obviar responsabilidades, las corporaciones (financiera y agraria) adosan sus opiniones a “la gente”. Propagan bisbiseos alarmistas sobre dólares salidos del circuito, pero callan beatas que en el primer trimestre huyeron de España 130 mil millones de dólares. Según el delirio de estos traficantes, el país está casi en terapia. Lo real es que el dólar es la cocaína de las clases alta y media. Sin pudores, aducen que la Argentina no crecerá en 2012, cuando en el primer trimestre el PBI creció un 2%: más que Alemania en todo el año 2011. Pero la política de Merkel hunde al sur de Europa: resbalaron el PBI de Italia, España, Holanda, y en caída libre el de Grecia: un 6,2 por ciento. Francia, la segunda economía del área, se estancó. Y el Reino Unido (fuera del euro pero en la Unión Europea) está en recesión. Todos los cambios fueron para peor. En sólo dos años (desde abril de 2010) sobre 27 países de la UE, 14 remplazaron su gobierno. Ocho siguen o pasaron a la derecha, a dos (Italia y Grecia) los rigen tecnócratas de las finanzas y a cuatro la lavada izquierda socialdemócrata. En apenas cinco gobiernan coaliciones progresistas. Por eso un cartel del cacerolazo (“Basta de política populista”) los dejó con el culo al aire y aclaró sus intereses. Quienes cacerolean saciados de comida no infieren que son usados como el pueblo en la obra de Shakespeare Coriolano, ese opresor que emula a las corporaciones para burlarse (“Son cuervos que vienen a picar a las águilas”) de los de abajo.
También un Nobel esclarecido, Thomas Mann, narró lúcido en la novela Los Buddenbrook la saga de tres generaciones de una próspera familia alemana de clase alta en Lübeck, que sólo piensa en el dinero y deja de lado la felicidad. Es revelador un diálogo cuando el padre reprime la rebelión popular de 1848: “A esta chusma debemos enseñarle a respetarnos con pólvora y plomo.” Si le aflige algo (ejemplo, los Kirchner) la derecha busca destruirlo. Sin un ejército afín, lo intenta mediante la Sociedad Rural, la Unión Industrial, ciertos medios hegemónicos, inflación con armadores de precios y corridas al dólar avaladas por la prensa sumisa. Murmura, insinúa, difama. Algún tonto siempre escucha. Y falsos oráculos de una ficticia debacle acopian vaticinios sombríos. Indigna que silencien por qué el dueño de un departamento de 65 m2. en Buenos Aires (donde va a comer y dormir) paga $ 1800 de ABL, igual que el propietario de un campo de 1.760.000 m2 en la provincia (Gral. Madariaga), que logra buena renta o lo siembra con soja para ganar enormes sumas y valorizar su capital.
Para un maquiavélico, las palabras son armas. Es un ingenuo el explotado que cree los eslóganes que divulga el explotador: el gobierno es ladrón, mejorarás con nosotros, la riqueza se “derramará” cuando gobernemos. El pretexto de las corporaciones es la avaricia vacía de empatía hacia los otros. Sólo piensan que los demás son apestados que les quitarán algo. Como no admiten perder nada, pagan la palabra de los traficantes del periodismo. Incluso la literatura elitista harta del hombre común (Celine, Borges, Gombrowicz, Bioy) entusiasma a la derecha, puesto que la burguesía combate por sus privilegios y no renunciará a ellos. También es útil recordar que, de los 7000 millones de seres que habitan la Tierra, apenas 103 mil tienen el 36,1% de toda la riqueza. Mientras tanto, hay 1500 millones de analfabetos, y de estos 1000 millones son mujeres. Nunca la derecha argentina aceptó la democracia. La soporta cuando rige su amado neoliberalismo. Vivimos la enésima ráfaga destituyente. Todavía prevalece el mercado, pero el pueblo ya no pelea por las migajas. Está incluido. Sabe que a otros países llegó el naufragio de los ajustes y que la crisis la costean los más débiles. Sabe que si un gobierno opositor asume en 2015, retornará la coartada pueril del déficit fiscal. Por ello, descree de fatuos diplomados de hechiceros, de todos esos que parecen añorar la masacre (llamémosles los “retrodictadura”) y de otros que extrañan el menemismo (los “retronoventa”). Existe una mayoría de “hermosa gente”, como la llamó el gran William Saroyan. Es la que cuenta.
*Publicado en Tiempo Argentino
Unos comentarios sobre la "libertad de información" y "libertad de prensa".
ResponderEliminarComo siempre, los liberales deforman los derechos y los convierten en libertades: para esta clase de gente, que está o cree estar asegurada de por vida contra la negación de derechos, lo que importa es la libertad. Para el que no tiene recursos, la libertad no tiene nada que ver con el derecho. Yo le puedo decir a mi empleado que tiene la libertad de ganar 15 lucas, pero si le reconozco el derecho a cobrar 1.800, ¿de qué le sirve la libertad? Si un gobierno otorgara a todo el mundo -en un pomposo acto- la libertad de tener una casa, el problema habitacional no avanzaría un milímetro hacia su solución. Si, en cambio, se anunciara el derecho a la casa, el anunciante queda comprometido a hacer que aquellos que no la tienen obtengan la forma de conseguirla; o mejor, a darles una casa.
La libertad es un derecho negativo: yo tengo derecho a que nadie me impida tal cosa. El derecho positivo se refiere, en cambio, a que yo tengo derecho a que los demás renuncien a algunas de sus libertades para que yo no deje de obtener esa misma cosa.
Así que el asunto es el derecho a la información, no la libertad de informar. Y el derecho a la información es el derecho a ser informado, no el derecho a informar. Es el derecho que yo y vos tenemos a ser informados con la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. Si alguien, en ejercicio de su libertad, te vende una parte de la verdad y te hace creer que esa es toda la verdad, te está negando tu derecho a estar informado; y también te está estafando. Está violando los derechos de sus lectores, su audiencia o sus teleespectadores.
Marcelo, el gaucho
Impresionante tu reflexión. Excelente visión de una realidad que no alcanzamos a distinguir en base a tanto bombardeo permanente de mentiras disfrazadas.
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