Por Dr. Rubén Visconti*
Hace un par de meses nos enteramos
de una noticia mediante la cual se nos hacía saber que en el Rectorado de la
UNBA se había resuelto jubilar a todos los profesores de cualquier nivel que
hayan cumplido durante el año en curso los 65 años. Por esa resolución se decide,
arbitrariamente, dejar sin efecto otra anterior mediante la cual se autorizaba
que si la voluntad de cada docente era la de permanecer hasta los 70 años
estaba habilitado para hacerlo.
Comencemos el análisis por la inversa, es decir, a quienes favorece la
disposición comentada, justificando las razones de que es indispensable
proceder al retiro jubilatorio de todos los “viejos” ya que en caso contrario
quedaría establecido un tapón cuasi definitivo que afectaría o mejor dicho
afectará todos los jóvenes que poseyendo capacidades y preferencias desearan
ejercer las funciones de docentes universitarios sin tener que aguardar a que
todos los “matusalén” murieran o perdieran todas las capacidades que
originalmente los habilitaron para ser profesores.
Si nos detenemos en esta etapa del análisis es totalmente aceptable, por
voluntad propia o por imposición
superior que esas cesaciones docentes deben producirse. En los jóvenes se
encuentran en general, nuevos ímpetus, renovadas capacidades y conocimientos
más actualizados y acordes con las novedades que en todos los campos del saber
científico o meramente académico y, por lo tanto, deben ser abiertas las
puertas que cerradas impiden su ingreso, favoreciendo con su participación
evitar la estratificación de los conocimientos que, todos los días, en todos
los campos, quedarían rezagados y, por lo tanto negados, a los nuevos
estudiantes.
Este tapón, insistimos no puede ser aplicado. Recordemos para fundar más
claramente esta afirmación, que en el período anterior y aún posterior a la
Reforma los profesores universitarios designados ad vitam por el Poder
Ejecutivo Nacional seguían ejerciendo
sus funciones ajenas a toda lógica amparados en los orígenes de sus
nombramientos, más allá de todas sus posibilidades humanas de seguir haciéndolo
con los niveles necesarios; a propósito podríamos citar los repetidos ejemplos
vividos en nuestra época durante la cual éramos alumnos que avalan y justifican
lo que venimos sosteniendo.
Analicemos a continuación que puede pasar si sacamos el tapón, que
reiteramos hay que sacarlo, qué puede irse por el drenaje. Que pueden perder
las Universidades con el inevitable cambio, o sea por el capital docente que
poseen reemplazándolo, masivamente, por un nuevo capital basado en un derecho
propio innegable.
¿Qué es el docente? ¿alguien que posee, como históricamente ha sucedido, un
título profesional que los habilita, médico abogado, contador, y otros? ¿Que en
general no ha recibido conocimientos específicos relacionados con los aspectos
pedagógicos para habilitarlo como un “maestro” capaz de, además de poseer sus
conocimientos específicos, posea también el de saber expresarlos, trasmitirlos,
cumplir con la función de saber las diferencias entre sus niveles y cuáles son
los que debe trasmitir a sus alumnos, conocer cómo deben ser las relaciones incursas
en el complejo proceso conformado por la enseñanza-aprendizaje, cómo adecuar su
comportamiento con respecto a cada alumno y sus diferentes circunstancias, para
no pronunciar sentencias como dicen sostuvo un maestro de primaria con respecto
a un futuro Premio Nóbel de Literatura cuando le comunicó a su madre que
resultaba inútil hacerlo estudiar dada su “incapacidad mental” por el susodicho
observada? ¿o como otro opinó sobre Einstein con respecto a su incapacidad
para absorber conocimientos matemáticos? ¿O recién aprende y nunca todo lo
necesario cuando satisfechas mucho de los interrogantes enumerados y muchos más
que omitimos por amor a la brevedad,
puede satisfacer a la mayoría de ellos para recién recibirse, además de un
simple docente, en Maestro?
¿Y cómo se puede alcanzar ese largo aprendizaje por otro método que no sea
el ejercicio y el aprendizaje permanente en una sumatoria de suma y resta,
hasta alcanzar el mayor grado posible que puede alcanzarse obligadamente
mediante la experiencia, la observación, las rectificaciones que solo pueden
lograrse con el paso de los años, de manera similar al que un artesano o un
pintor aprenden a hacerlo mejor cambiando los colores y las figuras, o usando
sus manos para hacer funcionar un torno?.
Y si ese aprendizaje solo puede alcanzarse a través del paso de los años al mismo que transcurren
los otros años, los derivados de su propia vida, ¿cómo decidir que el proceso
debe ser interrumpido por una decisión legal ,unívoca, homogénea, para todos
igual, sin diferencias para buenos y malos, para aquellos que consiguieron
transformarse de meros profesionales en Maestros, que dice, ”nada importa, cumpliste
65 años y te vas, te debes ir”, no importa el enorme capital docente acumulado
por la Universidad que se da el gusto de tirarlo por la borda como si ese
capital no fuera propio de la Institución que ha dado las posibilidades de
construirlo por lo cual esa decisión más se asemeja a un “vaciamiento de
capital” de una empresa” para desobligarse de su patrimonio para evitar pagar a
sus acreedores?. ¿O, no?
Resumiendo creemos que las alternativas de quitar el tapón lo que es
obligatorio o dejarlo no es un problema
binario sino mucho más complejo que merece un estudio profundo aplicado
a la búsqueda de soluciones mejores, mucho mejores que las que se proponen,
soluciones que existen que es necesario aplicar, lejos de la actual equivalente
a un toma y daca que lejos de ser una solución es una aberración que no debe
ser aplicada.
*Doctor en Economía, Docente de la UNR, Miembro del CEP
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