Lejos de ser decisiones destempladas y caprichosas, las estrategias
adoptadas durante esta semana que terminó por parte de quienes
capitanearon la estrategia de defensa del vicepresidente Amado Boudou
por el supuesto “escándalo Ciccone” responden a un cambio de estatus
político, jurídico e institucional en las entrañas mismas del gobierno
nacional.
Hace poco más de un año escribí que el kirchnerismo estaba
ingresando en la etapa superior de sí mismo y que no se trataba de un
proceso de mayor radicalización o profundización del modelo de
acumulación y redistribución de la riqueza conocido como “nacional,
popular y democrático”, si no de una fase de institucionalización de las
reformas producidas en la etapa anterior con la finalidad de evitar que
en el futuro se pueda retroceder en los objetivos conquistados. La
situación desestabilizada en la que quedó el juez Daniel Rafecas, las
sospechas de complicidad del fiscal Carlos Rívolo con los diarios Clarín
y La Nación y el alejamiento del Procurador General de la Nación,
Esteban Righi, un histórico del peronismo e incluso del kirchnerismo, no
se produjeron por obra y gracia de la casualidad sino que son
consecuencia directa de las decisiones tomadas hace mucho tiempo por
quienes resolvieron generar un cambio hacia el interior del propio
gobierno nacional.
La institucionalización del modelo “requiere de un aumento de la
racionalización burocrática, política y administrativa, y de un
creciente profesionalismo político por parte de los militantes y los
cuadros políticos que lleven adelante el proceso de profundización y
transformación. Es por eso que el famoso trasvasamiento generacional
exige a los jóvenes que ocupen espacios políticos, estudio,
autoperfeccionamiento y una concepción política e ideológica capaz de
revisar las tradiciones culturales que atraviesan nuestra historia… El
movimiento nacional y popular se consolidará no sólo en términos
electorales, sino fundamentalmente históricos –hegemónicos– si tiene la
posibilidad de ‘hacer felices’ a los argentinos pero, al mismo tiempo,
lograr una estructura de cuadros y militantes que sean mejores que el
resto”. Es en esta clave que hay que leer los últimos movimientos del
gobierno nacional, concretamente de la presidenta de la Nación Cristina
Fernández de Kirchner de apoyar a su vice, de desplazar a Righi e,
incluso, de poner en discusión la forma de administrar justicia que
existe hoy en la República. Porque de aquí en más, las decisiones y las
designaciones por parte del poder político tendrán dos direcciones
específicas: por un lado, tenderán a la institucionalización y, por el
otro, a separar al Estado de la presión y el poder de las corporaciones
sean cual fueran: los poderes mediáticos, religiosos, económicos,
sindicales, etcétera.
Rafecas, entonces, quedó atrapado en la lógica de las presiones
mediáticas y debió enfrentar, entonces, la avanzada institucionalista
por haber tenido relaciones espurias con abogados, haber cedido
presuntamente a las presiones del Grupo Clarín, y haber cedido a la
tentación de mantener un perfil mediático demasiado alto. Ahora tendrá
que hacer frente a la investigación y posible pedido de juicio político
en el Consejo de la Magistratura por haber actuado con bastante
frivolidad en un caso que supuestamente involucraba nada más y nada
menos que al vicepresidente de la Nación, el segundo en la línea
sucesoria.
Rívolo quedó también en la mira de una posible investigación, y no
sólo por su amistad con el ministro de Justicia y Seguridad porteño
Guillermo Montenegro, sino porque el abogado de José Núñez Carmona,
Diego Pirota, sospecha que fue justamente él quien filtró información a
los medios de comunicación sobre el allanamiento que se realizó la
semana pasada en uno de los departamentos del vicepresidente.
El caso de Righi es significativo por la acusación por parte de
Boudou al bufete de abogados García, Labat, Musso y Righi. La relaciones
aquí se empiojan un poco más: María José Labat es la mujer de
Montenegro, que es el amigo de Rívolo, y Ana María García es la mujer de
Righi. Según el vicepresidente ese estudió le ofreció sus servicios
para “aceitar” las relaciones con el fuero federal y en particular con
el juzgado de Rafecas. Hasta ahora, los argentinos sospechábamos
–gracias a las maniobras menemistas de los años noventa como la
servilleta de Carlos Corach o la mayoría automática de la Corte Suprema–
que el poder político tenía poder de fuego contra los jueces de la
Nación e imaginábamos que cuanto más dinero tenía un empresario, mejores
desempeños podría esperar en su favor de jueces y fiscales. Lo que
desnuda este caso es el grado de connivencia y de mercadeo que existe
entre grupos de presión, medios de comunicación extorsivos, bufetes
poderosísimos y los hombres y mujeres del Poder Judicial. Alguien
debería clavar sus tesis –al estilo Martín Lutero– contra las puertas de
Comodoro Py para terminar con el sistema corrupto de indulgencias y
castigos ofrecidos al mejor postor.
Y es justamente en este sentido que debe entenderse la aceptación
de la renuncia de Righi. La presidenta de la Nación intenta cortar los
lazos de negocios que unen a jueces, abogados y empresarios y poner en
su lugar a hombres que no estén viciados con las lógicas corporativas
que funcionan en la Argentina desde hace décadas. En este sentido, si el
primer kirchnerismo toleraba ciertas connivencias políticas entra la
nueva y la vieja política, en esta etapa superior, lejos de ser
celebradas esas destrezas, son rápidamente rechazadas.
Por último, la propuesta del síndico general de la Nación Daniel
Reposo como nuevo procurador general está en clara relación con el nuevo
perfil de funcionarios que busca la presidenta para esta nueva etapa. A
saber: 1) Se trata de mujeres y hombres de mediana edad, que por una
cuestión etaria no estén contaminados con el noventismo. 2) Progresistas
y modernos en términos de respeto a la institucionalidad y los valores
democráticos. 3) Que se hayan iniciado a la política en el siglo XXI
preferentemente. 4) Que hayan demostrado compromiso ideológico con el
nuevo modelo y que hayan asumido las consecuencias de apoyarlo. 5) De
probada lealtad política y personal a la presidenta de la Nación. 6) Que
tengan una capacidad de trabajo arrolladora y que sean “incansables”,
es decir que estén dispuestos, como decía Herminio Iglesias, a “trabajar
las 24 horas del día, y si es preciso, también de noche”. 7) Formación
intelectual, política y académica, que permita convertir la intuición y
las mañas de comité en la racionalidad y previsibilidad. 8) Que tengan
conciencia de que el trabajo en el Estado no es “hacer la plancha” sino
que a veces se confronta con los poderes estatuidos –hacia dentro y
hacia fuera– en cada una de las áreas a ocuparse. 9) Que la política es,
en mayor o menor medida, un servicio de democratización de los recursos
y de distribución de la riqueza permanente a favor de las mayorías y no
de los poderes concentrados. 10) Que siempre vayan por más.
Hablar de las instituciones y de la institucionalidad en la
Argentina no es una tarea fácil. Sobre todo porque antes que nada hay
que desmalezar los discursos sembrados de hipocresías conservadoras y
vacuas. El llamado caso Ciccone puso al descubierto de qué manera
funciona verdaderamente el Derecho y el Poder Judicial en nuestro país.
Bastaba que alguien apretara la herida para que supurara la putrefacción
que escondía bajo la dermis. Ya había pasado antes con el caso de los
hermanos Herrera Noble y, claro, continúa sucediendo con la Ley de
Medios. Pero nunca como ahora se había llegado tan lejos.
*Publicado en Tiempo Argentino
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