Imagen de "La Gaceta" |
Por
Roberto Marra
La
costumbre de los medios por ver y mostrar sólo aquello que le
resulta más convincente para sostener lo que ideológicamente los
mueve a ser lo que son, hace que muchos sucesos y procesos pasen
desapercibidos para la gran mayoría de la población. La
concentración mediática hace el resto, impidiendo contar con otras
voces que permitan conocer lo que no les conviene que se sepa a
quienes manejan la información con clara intencionalidad política
de conservación de privilegios.
Escondidas
tras las bambalinas del escenario virtual al que nos acostumbran, se
encuentran los dramas cotidianos de miles de personas a las que ni
siquiera se las considera como tales por parte del Poder. Los
sufrimientos soportados durante generaciones, hacen de esos sectores
sociales algo así como una masa informe de insectos molestos a los
que se debe eliminar o, por lo menos, aislar.
La
guetificación resultante, manifestada en las villas miseria de las
ciudades, tiene también su correlato en el llamado “interior
profundo”, con esa carga de “porteñocentrismo” que semejante
terminología posee. En esos territorios, jamás observados por la
mayoría de los ciudadanos como pertenecientes a la misma Nación que
ellos habitan, sobreviven los que han sido ya expulsados de la
categoría de humanos, como regresando al argot colonial de los
invasores españoles de otros tiempos, para quienes los habitantes
originarios de estas tierras ni siquiera tenían almas.
Segregados,
marginados, abandonados a la suerte de un destino fabricado por los
poderosos apropiadores de tierras ajenas que, encima, nos miran desde
arriba para imponer sus voluntades sobre toda la sociedad, están
siendo diezmados, acorralados por la miseria y las enfermedades
propias de esa condición social y económica. Sus cuerpos son
lacerados no ya con los viejos látigos de cuero trenzado, sino con
el simple “olvido” en los rincones más inhóspitos de un País
que podría albergar a diez o más veces su población actual.
Por
allí transitan sus días estos pobres cuerpos desvencijados desde su
nacimiento, destinados al simple transcurso de sus días sin
esperanza alguna, sin remedio para curar sus despojos, sin derechos
reales, a pesar de constituciones y declaraciones nunca cumplidas.
Cada tanto reciben la visita de algunos comedidos politiqueros de
bajos escrúpulos y altas especulaciones, con puestas en escena de
parodias reivindicativas que jamás cumplirán. Sólo serán una más
de las burlas a su condiciones de “menos que humanos” que
continúa siendo el paradigma oculto detrás de las palabras falsas
de los “visitantes ilustres”, que desparraman promesas y cierran
el acto con discursos tan grandilocuentes, como vacíos de realidad.
Topadoras
y matones a sueldo hacen su tarea diaria de invasión eterna, de robo
descarado de sus bienes ascentrales, de anulación de derechos,
impuestos por jueces que siempre están del lado del mostrador
equivocado para los fines que debieran ejercer, si tuvieran dignidad.
Con cada día desaparecen decenas de hectáreas de bosques o montes
nativos, para que proliferen allí los interminables sembradíos
llovidos de venenos. Con cada invasión terrateniente, renace la
miseria, se profundiza la brecha entre los olvidados y el resto de la
sociedad, se corta de cuajo la historia para que nadie la comprende a
cabalidad, para dar rienda suelta a la continuidad de sus martirios
seculares.
Las
bestialidades de los profanadores de lo que nunca les perteneció,
son pasos hacia la caducidad de la “República” que, con tanta
ebullición semántica, defiende la nunca acabada oligarquía, los
dueños de casi todo, acompañados por lacayos sus políticos y pocas
veces sancionados de verdad por los gobiernos, incluso los populares.
Eso
que soñaron los creadores de esta Patria, desvencijada y martirizada
por los ganadores de aquella contienda todavía no culminada que
comenzara en el siglo XIX, debieran volver a ser los objetivos de las
actuales generaciones, renovando la consciencia libertaria,
despojándose de los viejos prejuicios, abandonando los seguidismos
fáciles de teorías maltusianas, propias de un “mediopelo”
acostumbrado a pretender ser lo que nunca serán a fuerza de escuchar
a sus patrones ideológicos.
El
tiempo es veloz, reza una bella canción de Pedro Aznar. Por eso
mismo, por su velocidad incontenible, por el significado en vidas
perdidas que tal hecho presupone a la luz de la realidad que agobia a
estas multitudes desperdigadas por el territorio que les pertenece,
pero no pueden pisar siquiera, es que semejante vejación debe
culminar ya. Esperar, consumirse en largos devaneos con los poderosos
y sus insultantes manejos espúrios de la justicia que manejan a su
antojo, solo llevará a la muerte temprana de nuestros compatriotas
sin destino. Esos mismos cuyos antepasados se jugaron sus vidas para
la construcción de una Patria que ahora, sin piedad, los ejecuta con
la peor de las armas: el olvido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario