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Por
Roberto Marra
El
debate suscitado por la manifestación de la posición del Gobierno
argentino en la ONU sobre Venezuela, necesita, además de la
aclaración ya realizada por el Presidente, una evaluación del modo
en que se encara este tema o cualquier otro relacionado con los pocos
países donde no rigen los mandamientos del imperialismo para
gobernarlos, pero sí las consecuencias de sus ataques para acabar
con esas experiencias.
La
cuestión de los “derechos humanos” ha servido para las más
diversas formas de estigmatización de aquellos gobiernos y sus
líderes que molestan a los fines programados por las corporaciones
mundiales y ejecutado por su gendarme planetario. Con verdades a
medias o con directas mentiras, los supuestos irrespetos a tales
derechos son esgrimidos como el arma primera para la conquista del
imaginario público.
Una
vez asegurado este paso para avasallar los pensamientos libres sobre
los sucesos que acaecen en cada nación, el resto se compone de una
larga lista de lugares comunes, de lenguajes caducos pero, debido a
la dimensión de los medios que se utilizan, profundamente arraigados
en las personas.
Adaptándose
a esa situación de dependencia cultural establecida como el
principal método de dominación de los pueblos, los gobiernos (al
menos, una gran mayoría de ellos) actúan en consecuencia, como
tratando de no “caerle mal” a sus compatriotas con sus dichos,
los cuales siempre contendrán, a pesar de las diferencias reales que
pudieran tener con el imperio, las sospechas en materia de derechos
humanos sobre los gobiernos populares atacados.
El
uso de ese lenguaje también tiene el correlato de la pretensión de
mantener buenas relaciones con el Poder Real del país del que se
trate, de no “patear el tablero” de las interminables
“negociaciones” establecidas con esos capomafias disfrazados de
“grandes empresarios”. Y seguramente debe ser necesario no abrir
frentes de batallas extras a los ya acuciantes derivados de las
situaciones sociales complejas y perniciosas para el desarrollo
pretendido de economías que puedan dar sostén a una pretendida
mejor distribución de la riqueza.
Sin
embargo, después de haber pasado nuestros pueblos por tantas
experiencias donde, por no atacar a los causantes de todos los males,
se sufrieron consecuencias dramáticas y hasta mortales, pareciera
que va llegando la hora de replantearse los métodos de consideración
de las imposiciones pseudo-diplomáticas imperiales. Va siendo
imprescindible evaluar de otra forma a los gobiernos derivados de
procesos revolucionarios que, mirados en cercanía y sin los
prejuicios mencionados, se comprenderían mejor las políticas
aplicadas allí.
Pareciera
la mejor manera de actuar frente a cualquier hecho, el evaluarlo con
la mirada de quien no ve en ellos a un enemigo idelógico, sino mejor
a un compañero de rutas liberadoras. Pareciera más útil retacear
el uso del lenguaje provocativo que demanda la cultura instalada por
los propietarios de las opiniones tergiversadas con el único fin de
sostener sus poderíos. Aparenta como un mejor procedimiento para
captar la realidad, el dejar de lado las anteojeras y los lentes que
nublan la visión de la verdad, de manera de saltar por encima de los
estigmas y capacitar las neuronas para entender lo negado, para mirar
con ojos que escrudiñen en los propios pueblos y sus sentimientos lo
que suceda en cada nación atacada.
Las
cadenas siguen estando allí, atándonos a sentires ajenos y
necesidades que no son tales. El odio es el método preferido para
subyugar a los individuos sin capacidad de comprensión de la
realidad. De él se valen para minar los caminos elegidos para
desarrollos virtuosos y esperanzadores para las mayorías de cada uno
de nuestros países. Con esa simple herramienta, con el descaro de
los perversos, con la avaricia de los que nunca pierden, con la
arrogancia de sus armas y sus coerciones, han logrado instalar una
verdad insana y desprovista de fundamentos. Solo con ello, nos están
ganando la batalla del pensamiento. Es tiempo de actuar distinto, de
pensar por nosotros mismos, de soñar los sueños propios, de
librarnos de sus discursos infames e impedir que, también, nos ganen
la guerra del sentido común de ser una sola Patria.
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