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Por
Roberto Marra
Adquirir
la representatividad de un grupo, es un acto de ida y vuelta, es
asumir la responsabilidad de tomar decisiones complejas en las que
siempre estará en juego ese contrato no firmado, pero vigente desde
el mismo momento en que el convertido en representante se propuso
como tal a la sociedad o, al menos, a una parte de ella. Los
representados, una vez instalado en el cargo institucional que se
trate, podrán requerirle, cada vez que lo crean necesario, la
rendición de sus acciones para evaluar su gestión y ver la
correspondencia con los dichos que les llevaron a aceptar asumirlo.
Pero
nada es tan lineal ni tan perfecto. La desidia de la sociedad para
controlar a sus representantes después de instalados en sus cargos,
sumada al acostumbrado poco contacto posterior real del elegido con
su electorado, hacen escasamente probable que todo su accionar se
corresponda con lo previsto en aquel contrato no escrito que le
posibilitó su llegada al cargo en cuestión. Sin embargo, eso no
debiera impedir al representante, asumirlo con la vocación necesaria
para ejercer su mandato con absoluta sujeción al pacto ideológico
derivado de su pertenencia al ámbito partidario y/o social que lo
ungiera al frente de la representatividad que ejerza.
En
el Concejo Municipal de Rosario, se ha dado ahora una de esas
controversias, derivadas de la falta de coincidencia entre los dichos
y los hechos de algunos representantes, con la ideología manifestada
antes de la asunción a los cargos que ostentan. Allí se ha debido
elegir el nuevo directorio del Banco Municipal, uno de los pocos
bancos estatales que quedan en pié, basándose en la propuesta
elevada por el ejecutivo para la evaluación de los representantes
del pueblo rosarino.
Con
una actitud reñida con el conocimiento de la realidad por parte del
intendente, propuso para conformar el nuevo directorio a personas
involucradas con la banca privada, exponentes claros del pensamiento
neoliberal y, en uno de los casos, con uno de las más resonantes y
actuales desfalcos de los últimos tiempos, como es el caso Vicentín
y su fraude, que involucra a quienes gestionaron hasta no hace
demasiado los créditos otorgados con tanta “generosidad” por los
integrantes del directorio del Banco Nación durante la gestión
macrista.
Casi
nada de extraño tienen las actitudes de los concejales que
representan a las políticas que llevaron a la debacle financiera y
social más extraordinaria de la historia económica de la Nación.
El seguidismo de los sectores partidarios que forman parte de ese
Frente extrañamente llamado “progresista”, tampoco puede llamar
la atención de nadie con unos años de seguir sus decisiones, aún
cuando dentro de tal agrupamiento existan personas de capacidades
intelectuales que debieran impedirles aceptar semejantes defecciones.
Pero
la cuestión pasa por los votos de concejales que asumieron sus
mandatos desde un sector peronista que, desconociendo su debida
correspondencia con la ideología de quien sostienen a voz en cuello
como su líder, levantan las manos para acompañar semejante engendro
institucional, como es la de colocar en el centro de las decisiones
del banco público de la ciudad, a personas que siempre actuaron en
contra de los intereses populares, involucrados ideológica y
prácticamente en la maraña destructiva que arrasó a la sociedad
argentina durante cuatro años.
¿Qué
hace que alguien, que parte de una supuesta correspondencia con una
doctrina determinada, termine haciendo lo contrario que ésta le
señala? ¿Cuál es la relación establecida por estos personajes,
con aquellos que deben representar basados en aquel contrato no
escrito, pero consumado con los votos, que los colocaran allí para
defender lo establecido en él?
Engaño,
falsificación, estafa, son posibles definiciones del accionar
fraudulento de estos levantamanos olvidadizos de ideas y
pertenencias, de discursos vanos y sonrisas de cartelerías de costos
millonarios, para elevarlos a la condición que traicionan con sus
escasas capacidades de análisis de la realidad y sus brutalidades
escondidas durante sus campañas. Ocultando llegaron y ocultando
actúan, para regocijo de los enemigos del Pueblo y pacientes
destructores de voluntades, elevados a la categoría de “serios”
y “responsables” por la caterva mediática que acompaña y
soporta semejantes despropósitos institucionales.
Ellos
empujan al olvido a los traicionados, a deshilachar la ideología que
los hizo creer que otra ciudad era posible, a envolverlos con su
telaraña de mentiras y sospechas sobre su propia capacidad de
control de sus representantes. Así construyen la pereza
participativa y la anulación del protagonismo que forma parte
ineludible de su condición de Pueblo. Y de allí surgen estos falsos
representantes de lo que ni siquiera comprendieron nunca, pobres
actores de un drama que ayudan a que no termine nunca.
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