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miércoles, 6 de mayo de 2020

COMUNICACIÓN POPULAR O DOMINACIÓN

Imagen de "Nac&Pop"
Por Roberto Marra
Hay una “especie”, que casi podría denominarse “sub-humana”, por su particular desprecio por sus congéneres más débiles, que anda por la vida sembrando maldad y desánimo, agresividad y abandono, pesimismo y angustia, bases primordiales de sus compartamientos (anti)sociales, sostenes de sus cólicos mentales, derrame de sus perversidades siempre ocultas con resbalosas pátinas de culpabilidades ajenas, aceitosas maneras de referenciar a sus enemigos de clase, que a veces, inclusive, puede ser la suya propia.
Odiadores por antonomasia, no se resignan jamás a dejar de exaltar sus atributos y denigrar los de sus enemigos ideológicos, siempre observados como los “sucios, feos y malos” que les impedirían desarrollar sus supuestas y vanidosas aptitudes, que no son más que malas copias de realidades de quienes les dominan a ellos y al resto de la sociedad.
Acostumbrados a conducirse con tales prerrogativas, derivadas de sus necesarias complicidades con el Poder que los apaña para servirse de sus engreimientos insustanciales, son el caldo de cultivo para desarrollar cuanta actividad irracional se les proponga desde esos viciosos sitios de las redes enredadas en la madeja del latrocinio neuronal, sumados a los ridículos pero efectivos “análisis” de los peores periodistas que fungen de sabiondos intelectuales televisivos.
A veces ocultos detrás de disculpas economicistas, otras tantas escondidos en las madrigueras de “conocimientos” que no resisten análisis concienzudos, atacan a sus odiados con el fervor de los inútiles que avisan de sus cobardías con los gritos y los ruidos de las mismas cacerolas puestas “de moda” desde los oscuros días previos al asesinato de Allende en Chile. A partir de allí, esos adminículos de cocina dejaron de ser lo que eran, para convertirse en símbolos de lo antipopular, justo lo contrario de sus orígenes alimenticios del pobrerío.
Nunca les faltarán disculpas para hacer sus ruidos incoherentes con la realidad. Les sobran motivos cuando gobiernan representantes parecidos al Pueblo que tanto odian. Les produce tirria escuchar las verdades y gozan con las mendacidades que reproducen hasta el paroxismo sus ídolos del barro mediático que sostienen sus pobres pensamientos. Se satisfacen observando las riquezas envidiadas a los opulentos ricachones, soñando con alcanzar tales fortunas adhiriendo a sus monsergas repelentes de pobres y miserables.
Son muchos, demasiados, para una sociedad que supo algunas veces generar auténticos líderes que conjugaron el espíritu libertario de esta Patria desvencijada por la infamia de los ganadores de la primigenia contienda que la originara y sus continuadores de nuestros tiempos. Mantienen su herencia maldita de odios, insensibilidades y desprecios, atentos a cuanta fantasía clasista se les proponga, regocijados con las maldades de los poderosos, que creen que no les alcanzarán hasta el segundo antes de sus abandonos.
Son contagiosos como los peores virus, desatan la enfermedad que impide alcanzar la más mínima dignidad a sus compatriotas (¿o solo son “vecinos”?). Empujan la realidad hacia el abismo que los entusiasma, agarrados de los ropajes fastuosos de sus patrones ideológicos, quienes se asegurarán de sacudírselos cuando llegan a la orilla del que siempre suponen el fin de la historia. Aún allí, serán obsecuentes hasta su propia muerte, tan cobardes y brutos como sus “maestros” del odio xenófobo y racial.
Renacen ante cada adversidad popular, se valen de la bestial capacidad mediática del Poder Real, se alimentan de sus perversiones, sirven de eco a las campañas maliciosas que se promueven a sabiendas de sus alineaciones instantáneas. Aprovechan las debilidades de un Pueblo que parece estar siempre a la defensiva, abroquelado detrás de sus ideas nobles y justas, pero aplastadas por la pesada maquinaria comunicacional que las destrozan cada día.
Va siendo hora de la reacción en cadena (nacional), llegó el tiempo del ataque frontal y la estrategia mediática propia. Es ahora cuando la capacidad intelectual y la base moral de los conductores políticos y sociales se debe hacer notar, promoviendo acciones que vayan más allá de las simples declaraciones en los medios, que luego las destrozan durante las veinticuatro horas en millones de pantallas encendidas en sus sucios medios.
Casi no queda ya márgen para escribir la otra historia, la mil veces tergiversada, la bicentenaria promesa de nuestros ancestros, la necesaria, dolorosa pero imprescindible hazaña de convertir este territorio plagado de traidores, en la Patria que sepa conjugar los sueños escondidos en una mayoría que, hasta ahora, solo supo esperar. Ahora deberá ser capaz de levantarse ante el enemigo más feroz, para acabar con sus poderes y licuar las falacias de los idiotas que se creen más de los que nunca serán. Deberá hacerse con la palabra distinta, la observación sagaz, el análisis honesto de los mejores hombres y mujeres que entiendan la comunicación como el servicio esencial para derrotar la mentira programada, el arma del terror mediático que, a partir de allí, nunca más podrá dominarnos.

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