Avivato
era el personaje de una historieta creada por Lino Palacios en 1946.
Era un vividor, un oportunista sin escrúpulos, un estafador que se
aprovechaba de la buena fe o la ingenuidad de los demás. Con sus
tramposas palabras, hacia caer a los cándidos desprevenidos, para
sacarles dinero por la venta de buzones o terrenos en el medio de un
río. Un personaje odiable por donde se lo mire.
No
hay duda que los Avivatos se han reproducido y multiplicado desde
entonces. Su descendencia ha dejado ya las páginas de alguna revista
o diario, para materializarse en hombres y mujeres reales, que se han
encargado de continuar con esa labor destructiva de la confianza de
la buena gente.
Muchos
de ellos han recalado en los ámbitos políticos, proveyendo, con sus
acciones, de razones para el desprecio de esta honrosa actividad
humana. No son tantos como se podría suponer, pero son tan activos
que resaltan fácilmente entre sus pares honestos. La mentira
sistematizada es su método, el escarnio a sus adversarios su tarea
destructiva de las ideologías, el aprovechamiento de los más
débiles su repugnante objetivo.
Mezcla
en proporciones iguales de Avivato y Señor Burns, el actual primer
mandatario sigue con esa perversa función destructiva de la fe en
las ideas más nobles, construyendo mundos de fantasías alegres
donde abrevan millones de incautos. Compradores de modernos
“buzones”, los otrora “vivos” argentinos, han caído en la
enésima trampa tendida por el reino del revés de los dueños del
Poder.
No
está solo, nuestro Avivato actual. Lo respaldan otros congéneres
similares, insaciables embudos de las riquezas creadas por los
ingenuos estafados. Y no se limitan a vendernos fantasiosos futuros
de felicidad. Se aseguran que nos convenzamos, con alguna violenta
demostración, de lo que son capaces si nos rebelamos, tal como lo
hicieron antes en sus añoradas dictaduras.
Las
víctimas de los modernos “avivatos” son conducidos al mismo
abismo que tantas veces visitaron sin desearlo, partícipes de un
particular “síndrome de Estocolmo”, sin ver ni oir las
advertencias de quienes sí lograron entender la falsa realidad de
los buzones. Otra vez habrán sido burlados por los tramposos de
siempre, ahora disfrazados de vendedores de globos, inflados con los
perversos gases de las mentiras.
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