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Seguramente se cometieron
muchas equivocaciones y habrá que analizarlas. Pero con todas esas
equivocaciones juntas, puestas una encima de la otra hasta hacer una montaña, y
más también, nadie a quien le interesen realmente los derechos humanos habrá
votado por Mauricio Macri. Nunca le interesaron, nunca hizo nada, y cuando
habló sobre ellos, dijo que “había que terminar con el curro de los derechos
humanos”. Nadie a quien le interesen realmente los derechos humanos valoró más
los errores de forma y los puso por encima de lo alcanzado en estos doce años.
Nadie de los derechos humanos puede haber votado a Macri.
Las Abuelas anunciaron el jueves la recuperación de la identidad del
nieto número 118. Es una lucha que no ceja. Cualquiera que haya estado cerca
del movimiento de derechos humanos, de las Abuelas o de las Madres y
Familiares, sabe el esfuerzo que costó cada paso que se avanzó. Y cada uno de
esos pasos fue la recuperación de un pedazo de humanidad para cada uno de los
argentinos, incluyendo a los que votaron a Macri, pese a que probablemente
coincidan con los represores o no les interesen mucho estos temas. En estos doce
años se avanzó en lo que todos los gobiernos anteriores –radicales y peronistas
menemistas– obstruyeron. Ni siquiera puede compararse con los primeros años de
democracia porque Raúl Alfonsín, ya sea por convicción o por el contexto
desfavorable en el que le tocó gobernar, hizo todo bajo la teoría nefasta de
los dos demonios, como si hubieran confrontado dos ejércitos regulares con
territorios controlados.
En derechos humanos las cosas están claras. Desde el comienzo de esta
democracia han sido línea divisoria, parteaguas con el pasado, con las lacras
residuales o los oportunismos. Siempre fue un hecho ciudadano subversivo del
sistema autoritario que pugnaba por permanecer y regresar y siempre se expresó
como una manifestación extragubernamental, menos en estos doce años con este
gobierno. Otra vez fue línea divisoria con los que nunca les interesaron los
derechos humanos y los utilizaron para figuración personal, para blanquear
conciencias o para hacer carrera política. Esos se centran en supuestos errores
de forma y, como antes hicieron menemistas y radicales aliancistas, los usan
para votar contra los derechos humanos y creer que siguen siendo seres
virtuosos. Esos votaron por Macri y estuvieron en contra de todas las medidas
que en estos doce años institucionalizaron a los derechos humanos como un pilar
fundamental y distintivo de esta democracia. Estaban allí, eran una marca
indeleble de la rebeldía en el llano, pero para crecer faltaba
institucionalizarlos y acatarlos.
Es un tema en el que no hay ninguna duda. Del otro lado no hay
luchadores por los derechos humanos ni civiles ni democráticos. No hay ni uno
que pueda mostrarse como referente de alguna de las luchas democráticas más
importantes en lo social, lo económico o lo cultural que se dieron en estos
treinta años y que hicieron avanzar y fortalecer a esta democracia contra las
componendas de las élites políticas y económicas dominantes y los poderes del
pasado. Al revés, muchos de ellos representan al poder de esas élites. Los que
les interesan los derechos humanos, referentes o ciudadanos comunes, no votaron
a Macri. Y votar en blanco en la segunda vuelta será lo mismo que votarlo a él.
Los luchadores no son seres virginales, son seres comprometidos.
Ayer, la Presidenta inauguró otra etapa del polo científico y
tecnológico en las ex bodegas Giol, en un recinto inmenso colmado de
científicos que la aplaudían con entusiasmo. Igual que con los derechos
humanos, tampoco hay muchas dudas en este ámbito, que tiene también una
sensibilidad especial. Desde los años 60, cuando el general Juan Carlos Onganía
destruyó la UBA, los gobiernos, tanto civiles como militares, se dedicaron a
expulsar a los científicos y reducir la actividad de investigación para
industrias con tecnología de punta. En Argentina ahora se construyen radares y
satélites y se logró recuperar a más de mil científicos de primera línea que
habían emigrado porque aquí no tenían horizonte. Tecnópolis es un esfuerzo
enorme por convertir ciencia y tecnología en centro de atención y atracción. Hay
un reconocimiento a esos logros por científicos que han sido revalorizados por
un proyecto de país que los reconoce como indispensables. Pocos o ningún
científico serio puede haber votado al candidato que dijo que no le veía mérito
a haber lanzado un “lavarropa” al espacio, por el satélite Arsat, el mismo
Mauricio Macri que se preguntó para qué se fabricaban radares en Argentina si
se los podía comprar afuera. Los científicos, masivamente, no votan a Macri.
En el ámbito de la cultura hay referentes que optaron por la derecha,
pero en la gran mayoría de los actores, músicos, escritores y artistas
plásticos hay un fuerte reconocimiento por las políticas culturales del
gobierno, desde la ley de actores, pasando por la promoción del cine nacional y
la ficción televisiva o el Canal Encuentro, hasta la creación del impresionante
Centro Cultural Néstor Kirchner o los centros culturales que se abrieron en los
barrios humildes como la Casa Central de la Cultura Popular en el corazón de la
Villa 21.
Solamente votan a Macri los que siempre han sido de derecha, que son
unos cuantos señores respetables pero que no practican el respeto hacia los que
no piensan como ellos. Es un “populismo” raro, con tanto arraigo en los
derechos humanos, en la cultura y en los científicos, tan alejados del
choripán, los punteros y los pícaros con que los medios hegemónicos insisten en
denigrarlo.
No hay propuestas del macrismo en estos temas. Los argumentos del
votante macrista son “tienen que dejar de robar” o “estamos hartos que nos
traten mal y que no escuchen a la gente” y que “usan al Estado como si fuera
propio”. Hay una recurrencia en las formas y no en los contenidos porque en ese
plano son débiles y sus candidatos son ocultadores. Entre los que dicen eso hay
muchos que se jubilaron o están cobrando jubilaciones dignas gracias a las
políticas de estos doce años. En algunos grupos sociales puede pesar más el
discurso mediático que el interés propio. No había posibilidad de jubilaciones
sin sacarles el negocio a las grandes empresas que manejaban las AFJP. Y esas
grandes empresas no lo perdonaron y montaron una tremenda campaña de
desprestigio que confluyó con el odio de los que defienden a los represores.
Como consecuencia, ésta es una campaña electoral donde no hay discusión
política entre propuestas. El jubilado que vota a Macri está votando a un
candidato que en el Gobierno de la Ciudad tenía como ministro de Desarrollo
Social a Francisco Cabrera, ex CEO de la AFJP Máxima. Es como pegarse un tiro
en la pierna. Los radicales, que respaldaron el proyecto del kirchnerismo para
renacionalizar YPF, votan ahora a la fuerza que en aquel momento votó en contra
y cuyo encargado de las políticas energéticas es Juan José Aranguren, ex
presidente de Shell. Aranguren asegura que lograr el autoabastecimiento
energético no es importante y que habrá que estudiar el rendimiento de YPF para
decidir si se la vuelve a reprivatizar.
Pero los votantes de Macri no discuten estos temas sino que hablan de
otra agenda. Hay una doble agenda en el macrismo. Una de globos y sonrisitas
para la masa y otra donde los nombres y antecedentes ya lo dicen todo. Es una
agenda bipolar, por un lado los globitos y por el otro una agenda de
devaluación, ajuste, endeudamiento y desocupación que en ámbitos empresarios ya
se plantea abiertamente. El votante macrista vota enojado por algo que está
inducido a pensar que es más importante que aquello por lo que realmente estará
votando y que lo va a perjudicar en el futuro. Que un jubilado vote por el CEO
de una AFJP es lo mismo que un forjista vote al presidente de la Shell.
La revista Noticias tituló en su última edición la confirmación de que
la presidenta Cristina Kirchner es bipolar según un periodista de pocos
escrúpulos que hace hablar a un muerto que no lo puede contradecir y al
diagnóstico por transmisión ultrasensorial y poco serio del locutor
independiente Nelson Castro, que en sus ratos libres tiene el hobby de la
medicina para diagnosticar a sus enemigos políticos. Desde el punto de vista
médico y periodístico es una falta absoluta de ética, una acción que expresa a
seres sin valores. La credibilidad de alguien que usa ese recurso despreciable
no existe. Pero es muy representativo de esa estrategia de doble agenda o en
este caso efectivamente bipolar: una agenda donde se procura que las personas
discutan estupideces, se enfurezcan y horroricen, mientras en el otro polo, el
que vale para ellos, los ámbitos empresarios discuten la forma en que van a
exprimir a esas mismas personas que van a votar enfurecidas.
*Publicado en Página12
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