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Hace 12 años sentí que alcancé
a la vida. Siempre se me había escapado. Cada vez que parecía que ya la tenía
entre mis manos, se derrumbaba la esperanza. Pero hace 12 años la pude ver
cerca y asirme a ella. Y conmigo, millones. Y lo que parecía imposible, pudo
ser visible. Lo que era sueño, fue realidad. Lo que se perseguía desde siempre,
se alcanzaba. Lo que se quería construir, se comenzó a levantar. Lo que parecía
inamovible, se empezó a remover. Lo que se reclamaba, se tenía en cuenta. Lo
que se necesitaba, se concretaba. Lo que se había ocultado, se develaba. Los
derechos siempre negados, se otorgaban.
Pero la vida, se sabe, es una construcción permanente. Y
quienes la construimos, también se sabe, somos tan iguales como diferentes, tan
decididos como volubles. No basta que accedamos a derechos reclamados, que ya
estamos exigiendo otros. O los mismos, pero ampliados. Y los gobiernos son, básicamente,
expresión de esta Sociedad diversa, compleja, muchas veces cohesionada, pero las
más, confrontada entre sí.
Y resulta comprensible la necesidad permanente de superación
de todos los sectores sociales. Pero lo que no resulta fácilmente digerible es
la negación de la realidad para obtener nuevos beneficios. Lo que no puede ser
admitido, desde un razonamiento lógico, pero también desde lo emocional, es la
búsqueda insaciable de la ventaja individual por sobre lo general. Lo que
indigna hasta la rabia, es el desprecio por los distintos, los vulnerables, los
que nada tuvieron nunca, y en estos 12 años, resarcidos en gran parte por las
políticas innegables de inclusión.
Y lo que resulta más llamativo de ese desprecio, es la
composición social de quienes así se manifiestan, hasta ayer pobres de toda
pobreza y hoy transformados en pequeños burgueses con permiso de las clases
altas de parecerse a ellas hasta que ya no las necesiten para sus objetivos
reales, cuando los globos se hayan pinchado y queden al descubierto sus
intenciones permanentes de un País para pocos y una miseria para muchos.
Hoy, siento que la vida nos volvió a soltar las manos. Y
tengo miedo de que todo se transforme nuevamente en imposible. De que las
realidades vuelvan a ser solo sueños. Que se alejen cada vez más los logros
alcanzados. Que todo lo construido se derrumbe. Que ya nada se pueda modificar.
Que los reclamos ya no sean considerados. Que ya no se haga lo que se necesita.
Que se vuelva a ocultar lo develado. Que se pierdan nuevamente los derechos.
Pero también tengo una esperanza, que quiero transformar en
certeza: que aquellos que hemos construido y defendido este Proyecto político,
social, cultural y económico inédito, seamos capaces de encontrar en la unidad,
en la cohesión, en la ineludible autocrítica no destructiva, el camino hacia la
construcción de un Proyecto renovado, siempre basado en lo que tanto se hizo,
pero con las necesarias correcciones que, por muchas causas, son
imprescindibles.
Después de elaborar mil conjeturas, de analizar cientos de
razones, de repensar decenas de frustraciones y de errores, nos queda el camino
del deseo, de la ilusión de re-construir los logros que ya obtuvimos y se
vislumbra que nos quitarán. El tiempo, que es a veces aliado y muchas, enemigo,
es insoslayable.
Como dijo el General Perón, “…Venceremos, en un año o en diez, pero venceremos…”
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