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Eso sí que fue sintonía fina y
coreográfica. Eso sí que fue maximizar, optimizar –¿qué otra palabra lo
expresaría?– la muerte violenta y todavía dudosa del fiscal que en diez años no
movió la causa AMIA, que atendía en exclusividad, pero sí alcanzó a formular
una denuncia que es pura interpretación maliciosa de hechos políticos que
ocurrieron en la luz pública. Los procesamientos y las imputaciones que
llovieron sobre funcionarios del Gobierno un día después de la “marcha de
homenaje” a quien se ignora aún si se mató o lo mataron, fue para ese ramillete
de camaristas y jueces federales un verdadero trabajo en familia. Algo que si
no fue hablado y orquestado, es el fruto de lo bien que se entienden y se
preservan entre ellos. La secuencia es bochornosa y mancha a este Poder
Judicial que tenemos, y cuya impudicia da estupor. Y así y todo, a pesar de que
si fuera un rey estaría desnudo, hay quienes en la televisión relativizan, no
comprenden, descartan o no terminan de entender la idea del golpe blando. Ser
rústico a veces sirve para disimular.
Hay bibliografía, ejemplos concretos, hay una historia del golpe
blando en América latina, hay categorizaciones, debates, tesis y análisis que
llegan desde las Ciencias Políticas. Hay dispositivos obvios y distintivos
ahora mismo, en diversos países de la región. Simultáneamente. Como si se
necesitara extirpar a los gobiernos posneoliberales de cuajo, antes de que
contagien a Europa. Como si no pudieran con ellos. Como si fuera una confesión
de partes: en elecciones pierden. Es de Perogrullo, pero así hay que andar en
estos tiempos, en los que si uno se aleja mucho de los sobreentendidos termina
diciendo algo que parece que ni periodistas de grandes medios ni dirigentes
opositores ni jueces y fiscales federales ni “el gran público” del minuto a
minuto comprenden o no quieren comprender. No entenderlo es parte del
simulacro. Para eso sirve el simulacro. Para hacerse la vaca que mira pasar el
tren.
Hay algo que se llama Política Internacional y hay Geopolítica. Esto
último tiene que ver con qué rol, qué reparto de recursos, status, autonomía,
poder de decisión y soberanía le cabe a cada quien de acuerdo a la correlación
de fuerzas que se logra en bloque. Eso es invisible en la televisión. Los
golpes blandos nunca son la pura iniciativa de fuerzas opositoras locales. No
hay ningún antecedente de un golpe blando que se haya intentado o llevado a
cabo sin injerencia extranjera. Porque no se derroca a los gobiernos posneoliberales
por cuestiones domésticas, sino para moverlos en el ajedrez de la geopolítica
dominante.
La marcha “en homenaje” a Alberto Nisman puede haber sido silenciosa,
pero cuando ese silencio se rasgaba aparecía lo obvio, lo que ningún mamerto
deja de comprender: el silencio era acusador y señalaba a la Casa Rosada. Fue
una fase más arriba en la creación fantasmática del “régimen” del que tanto nos
ha hablado Elisa Carrió, pero no menos Mirtha Legrand. Estamos ahí. En ese
nivel de discurso, con las señoras diciendo “Que se vaya la yegua asesina”.
Montar esa escena fue otro eslabón en la desestabilización, que se profundizó
al día siguiente, rapidito, sin tiempo siquiera de confirmar que la “testigo
clave” de Clarín no ratificó en sede judicial los tramos sobre los que la noche
anterior pivotearon los sagaces periodistas de los programas de presunto
debate: ni había “cinco pititos” en la Ziploc que tenía en la mano la fiscal,
ni se comieron medialunas ni se sirvió café de la cafetera de Nisman. Listo. Todo
lo demás que dijo debe ser la manera en que esa persona vive su vida,
fastidiada por tener que estar allí donde no tiene ganas. Pero el golpe blando
requiere que el odio no decaiga. Como los programas de entretenimiento. Y así y
todo, varios periodistas y varios dirigentes opositores lo niegan. Dicen que el
Gobierno ve destitución por todas partes, que los que afirmamos que vemos lo
que vemos somos paranoicos o tarados. Qué van a decir. Qué van a declarar.
Dicen que desde el 2008 que estamos hablando de “clima destituyente”.
Efectivamente. Fue entonces cuando chocaron frontalmente dos modelos de país.
El modelo agroexportador y el modelo reindustrializador. Chocaban frontalmente
muchísimas más cosas que dos modelos económicos. Chocaban dos culturas, dos percepciones
del otro, dos escalas de valores, con todos los grises y matices que pueda
haber en el medio. Chocaban también dos maneras de querer validarse en el poder
político. El sustento de los gobiernos posneoliberales, como se puede observar
en la región pero ahora también en Europa, es el voto popular. La cláusula
democrática de la Unasur así lo indica. Por otro lado, estaban ahí los que han
gozado de decisiones de poder en democracia y en dictadura. Esos no necesitan
ninguna cláusula democrática. Más bien les ata las manos. Esos pueden convocar
al silencio en una coyuntura, pero cuando tuvieron que guardar silencio
mientras se avasallaban todas las garantías individuales de los argentinos,
también lo hicieron.
Desde 2008 avizoramos que la pelea de fondo no era la electoral.
Porque juegan sucio y porque mienten. Los periodistas de los grandes medios no
trabajan para sus audiencias sino para sus pautas. Y los dirigentes opositores
no trabajan para su electorado sino para caerle bien a Clarín. Desde 2008, si
las instituciones siguieron funcionando vigorosamente, si floreció la
militancia juvenil, si proliferan los grupos de pensamiento o profesionales que
marcan públicamente sus posiciones, si hay masa crítica frente a un intento de
golpe blando, si hay chances de resistirlo, es precisamente porque fuimos
colectivamente identificando las amenazas –que vinieron de la evasión fiscal,
de la especulación con el dólar, de la especulación con los commodities, de la
mentira y la infamia políticas, del intento de desfinanciar al Estado, de la
complicidad con los buitres, etc., etc.–. Si hoy podemos ver claramente cómo a
esos dos modelos de país se les sumaron dos modelos de mundo, es porque no sólo
no estamos aislados, sino que en nuestra nueva inserción en este nuevo mundo
que hace una década no existía, la Argentina es observada y valorada
básicamente en tres ejes: el desendeudamiento, la inclusión social y las
políticas de derechos humanos.
Los golpes blandos consisten exactamente en lo que vemos y escuchamos
diariamente. En principio, en el desgaste permanente e irrespetuoso de la
institucionalidad, so pretexto de “una república” que no le explican a nadie de
qué se trata, cuando en el Congreso la oposición nunca discute ni defiende sus
ideas, si es que las tiene. Consiste en la persistencia y multiplicación de la
idea de que el kirchnerismo “usurpa” el poder, de modo que sencillamente las
doñas le exigen a Cristina “que se vaya”. Miren qué simple. Que no les gusta y
que se vaya. Los golpes blandos son enormes dispositivos que generan la
percepción colectiva de que “algo debe terminar ya”. Los fiscales y los jueces
que tienen otra idea de cómo brindar más efectivamente justicia a los
ciudadanos no son menos fiscales ni menos jueces que los del corralito de la
marcha. Y, sin embargo, el statu quo tiene esa particularidad: es ese estado
petrificado de cosas –petrificado de mugre y sangre tantas veces– que lucha por
su preservación a cualquier costo, incluso el de su propia naturaleza. El que
lo quiera y pueda ver no tiene que hacer ningún esfuerzo. Estamos asistiendo a
una pantomima judicial de las más burdas que se han visto. Y a una utilización
de un muerto que debería, a ellos que dicen que lo apreciaban tanto, darles
vergüenza.
*Publicado
en Página12
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