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En una reciente nota, uno de los habituales economistas liberales que
escribe en La Nación intentó dar respuesta a una situación que, desde el punto
de vista de la ortodoxia, es paradigmática: la inflación se aceleró el presente
año pese a que el ritmo de emisión monetaria disminuyó. Para ese economista
conservador, la paradoja se resuelve al interpretar que el menor incremento de
la oferta de pesos fue compensada por una reducción de la demanda de dinero que
“la gente atesora o demanda por las dudas” y una contracción de la oferta de
bienes. De esa manera, los precios habrían acelerado su marcha al ver
enfrentados una menor cantidad de bienes con una cantidad de dinero que, si
bien creció menos, fue utilizada en mayor proporción para la adquisición de
bienes debido a la “huida del dinero”.
El análisis señalado es un
ejemplo de la importación acrítica de las teorías monetarias de los países
centrales. En países con monedas fuertes como los Estados Unidos, ante
situaciones de incertidumbre o expectativas de inflación creciente, “la gente”
puede reducir el dinero que “atesora o demanda por las dudas”, prefiriendo
incrementar su demanda de bienes. Sin embargo, para economías con monedas
débiles como la Argentina, la “huida del dinero” no se traduce en una mayor
demanda de bienes sino en la compra preventiva de dólares. De esa manera, ese argumento
podría explicar la suba del dólar paralelo pero no el incremento del precio de
los bienes (que tampoco parecen sensibles a la evolución de otro dólar que no
sea el oficial).
Otro punto que el economista
conservador no explica es por qué se redujo la oferta de bienes. Por lo
general, los analistas ortodoxos suelen considerar las cantidades producidas
como independientes de la cantidad de dinero en circulación, que sólo afectaría
a los precios. De esa manera, la menor cantidad real de dinero y bienes en
circulación no estarían vinculados en forma directa. Por el contrario, desde la
perspectiva heterodoxa suelen ser las cantidades producidas las que determinan,
dados los precios, el dinero necesario para su circulación (teoría del dinero
“pasivo” o “endógeno”). Así, una contracción de la actividad provocada por el
impacto de una devaluación sobre el poder de compra de los salarios y el
volumen de crédito al consumo puede generar una merma de las ventas y la
producción, reduciendo las necesidades reales de dinero de la economía (no así
las nominales, porque la devaluación provoca aumentos de los precios, es decir,
se producen menos bienes pero más caros).
Recapitulando, desde la
perspectiva heterodoxa el dinero en circulación se incrementó menos que los
precios como resultado de la menor actividad económica y la “huida” del peso
hacia el dólar. Pero, ¿por qué se aceleró la inflación? Si se dejan de lado las
teorías monetaristas, la respuesta no tiene ningún misterio. La inflación se
aceleró por el impulso que les dio la devaluación de comienzos de año a los
aumentos inerciales de los precios. Es decir, la devaluación aceleró el aumento
de precio de ciertos productos importados y exportables, como los combustibles
y alimentos. Esa aceleración de la inflación incrementó el piso de aumento
nominal que se incorporó a las paritarias salariales, contratos con
proveedores, de alquileres o créditos con la expectativa de empatarle a la
inflación. La incorporación de un piso más elevado de incrementos nominales en
los contratos donde se pactan los precios e ingresos claves de la economía hace
que la inflación permanezca a niveles más elevados aun cuando el tipo de cambio
oficial se mantenga posteriormente estable y que su valor real (descontando la
inflación) se acerque a los niveles previos a la devaluación.
*Publicado en Pagina12
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