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Ante la renovada presión del elenco estable de ortodoxos y heterodoxos
conservadores para impulsar una nueva vuelta de devaluación brusca, la padecida
a fines de enero es una lección para no tropezar con la misma piedra. El salto
cambiario de principios de año acompañado con un alza de la tasa de interés,
estrategia exhibida por el entonces presidente del Banco Central, Juan Carlos
Fábrega, como un triunfo personal para domesticar la fiebre especulativa (para
ahorrar interpretaciones superficiales sobre la evaluación del ex funcionario
se aconseja la lectura de la columna “Táctica y estrategia” publicada por este
cronista el 7 de diciembre pasado), no tuvo como resultado ninguno de los
supuestos beneficios del ajuste de la paridad y, en cambio, sí absorbió todos
los costos asociados a una devaluación: caída del nivel de actividad económica,
estancamiento del empleo, shock inflacionario, retroceso inicial del salario
real luego compensado en cuotas por aumentos definidos en paritarias. Además no
impactó positivamente en las exportaciones por mejora de la competitividad
cambiaria: los despachos al exterior disminuyeron 10 por ciento en lo que va
del año, y las industriales bajaron 13 por ciento. Acentuó también el
comportamiento conservador de productores y del complejo agrario exportador de
retener parte de la cosecha de soja y de demorar la liquidación de dólares.
La devaluación de enero fue
regresiva en términos económicos y sociales sin registrar ninguno de los
factores económicos expansivos prometidos, ni tampoco sirvió para neutralizar
maniobras especulativas. Con ese saldo desfavorable en equidad social, quienes
reclaman una nueva devaluación deberían precisar cuáles son los intereses que
defienden, incluyendo los patrimoniales propios.
Un reciente informe de la
consultora Quantum, del secretario del endeudamiento serial argentino Daniel
Marx, que circula en el mercado rompiendo el bloqueo de mails, transita el
lugar común del análisis desestabilizador de la city: el tipo de cambio se está
atrasando porque el aumento de precios internos ya absorbió el ajuste de enero.
Esta sentencia que ha comenzado a repetirse con más frecuencia, subiendo el
grado de intensidad del mismo modo que a lo largo del año pasado, va moldeando
expectativas devaluacionistas de agentes económicos.
La brecha de la cotización
oficial con la del denominado dólar blue y la presión sobre las reservas del
Banco Central son las variables que utilizan para evaluar como inevitable el
ajuste cambiario. Cuando con la nueva conducción del Banco Central esa brecha
empieza a reducirse al desbaratarse la presión devaluacionista y se recompone
el financiamiento externo con los fondos del swap (intercambio de monedas) con
China, pasa a ocupar un lugar central en el análisis cambiario el argumento del
atraso por el aumento de precios internos. Detrás de ese planteo alimentado por
operadores financieros y grupos exportadores (del agro y de la producción de
insumos difundidos) se encuentran los sectores dolarizados que se beneficiarían
con la fuerte transferencia de ingresos de una devaluación fuerte. El antecedente
reciente de ese comportamiento especulativo es la ganancia contable
extraordinaria de casi 10 mil millones de pesos de los bancos sólo por el
ajuste cambiario de enero. La construcción de expectativas de devaluación con
el objetivo de generar la profecía autocumplida está motorizada por la lógica
de la valorización financiera y no por la restricción estructural de la
economía real debido a la escasez de divisas.
El argumento reiterado de la
devaluación para recuperar competitividad de la producción nacional queda
debilitado por la evidencia empírica cercana. No aumentaron las exportaciones
por el alza del tipo de cambio. El nivel de la paridad es una variable
relevante en la evaluación de la competitividad de una economía, y en ese
sentido desde 2003 la política de administración del tipo de cambio está
ocupando un lugar destacado de la estrategia económica, pero no es la única. La
competitividad no depende sólo del tipo de cambio real, sino también de otros
factores estructurales “como el acceso y capacidad de manejo de la tecnología
disponible, las escalas de producción, las barreras a la entrada en los
diferentes mercados, así como la disponibilidad de materia prima barata y
abundante, precio de la energía e infraestructura logística existente”, se detalla
en la revista N357 Coyuntura y Desarrollo, de Fide. Otros elementos importantes
son líneas de financiamiento a tasas subsidiadas, beneficios impositivos y el
costo del transporte. Agrega el informe que “lejos está el tipo de cambio real
de ser el único factor macroeconómico que incide en la rentabilidad de los
sectores transables: de acuerdo con los contextos y las especificidades de la
estructura productiva, lo que ocurra con el nivel de actividad interno o la
situación de la demanda internacional representan fuertes determinantes de la
competitividad externa”. El actual nivel del tipo de cambio no está atrasado.
La devaluación es una solución
ficticia para mejorar la competitividad y tiene corto recorrido porque gatilla
inmediatamente un proceso inflacionario, debido a que agudiza la puja
distributiva en un contexto de desempleo de un dígito y recomposición del
entramado industrial. Entonces impacta negativamente en el nivel de actividad y
distribución de la riqueza provocando una transferencia de ingresos desde los
sectores de remuneraciones fijas hacia grupos financieros, el complejo agrario
exportador y la industria exportadora. El retroceso de la actividad, del empleo
y el salario real no fue más intenso por la devaluación de enero gracias a las
políticas contracíclicas aplicadas inmediatamente en los frentes de los
ingresos (alza de jubilaciones, asignaciones familiares, AUH y salarios) y de
la inversión estatal (expansión del gasto público) con el objetivo de sostener
la demanda interna.
En la publicación de Fide se
advierte que “en las actuales circunstancias es fundamental no equivocar el
diagnóstico: disponer de un análisis actualizado acerca de cuáles son los
determinantes estructurales de las exportaciones e importaciones, qué papel
juegan en el mismo tanto las firmas trasnacionales como la inserción regional
de nuestro país, cuáles son los cuellos de botella en materia de oferta
agregada, así como cuál es el rol que desempeñan los distintos eslabones que
hacen a la competitividad sistémica”.
La restricción externa, o sea la
escasez de divisas, que irrumpe en países con una estructura productiva
desequilibrada (agro proveedor de divisas e industria demandante de esos
dólares), tiene una intensidad adicional en el actual ciclo político de impulso
industrializador debido a la pérdida del autoabastecimiento energético
(importación de combustibles) y a la persistente presión sobre las reservas del
Banco Central (fuga de capitales en nueve corridas desde el 2007, giro de
utilidades al exterior de filiales de multinacionales y desendeudamiento). La
falta de dólares tiene esas tres fuentes que no se pueden contrarrestar con una
devaluación brusca, que sólo agudizaría esa carencia en un contexto
internacional poco amigable. Este exhibe menor dinamismo del comercio
internacional, retroceso del precio internacional de la soja, estancamiento de
la economía de Brasil, desaceleración del crecimiento de China y continuidad de
la crisis en Europa.
La tensión financiera con eje en
el tipo de cambio, que también es una manifestación de la disputa
política-mediática a la que se sumó este año el lobby desestabilizador de los
fondos buitre, constituye un desafío que excede el nivel de la cotización del
dólar. Además de la necesidad de presentar una oferta interesante para captar
el ahorro en pesos, tarea que el ciclo kirchnerista desatendió, el precio del
dólar es la exteriorización de la controversia estructural acerca de qué tipo
de sendero de desarrollo se despliega en la economía argentina. La opción es
uno basado en el endeudamiento, la lógica financiera con reprimarización de la
economía y una industria subordinada en la estructura productiva con una
regresiva distribución del ingreso, u otro sostenido con recursos propios, de
endeudamiento para financiar infraestructura, de integración de la actividad
agropecuaria en el entramado productivo, una industria dinámica y competitiva
generadora de empleo de calidad y equidad en el reparto de la riqueza. Quienes
insisten con el supuesto atraso cambiario y atemorizan a un auditorio desatento
con el peligro de un estallido haciendo referencia a acontecimientos
traumáticos del pasado apuestan a la primera opción. Es oportuno saber que para
imponerlo despliegan sobre el terreno mediático y político y en los clubes
sociales del establishment al elenco estable de economistas que aconsejan
abandonar la política de administración del tipo de cambio confundiendo sobre
la inevitabilidad y bondades de una devaluación brusca. La experiencia negativa
del ajuste cambiario de enero es una lección reciente para construir la
resistencia necesaria a una medida regresiva en términos económicos y sociales.
*Publicado en Página12
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