Imagen Tiempo Argentino |
Los vaivenes de FAUNEN, el deshilachamiento del Frente Renovador, los
desquicios de Elisa Carrió, quien hace política como un terrorista con una
mochila con bombas en un colectivo, los enojos de los comunicadores de la
oposición, incluso la carta fuerte del juez Claudio Bonadio, de intentar
desprestigiar directamente a la presidenta de la Nación, muestran que el mapa
político en vistas al escenario del año próximo ha cambiado. Que los ajedrecistas de la oposición visualizan varias cosas: que comenzó
el efecto "arrugue de barrera" en gran parte de la sociedad –un
repliegue hacia la conservación del status quo político, económico y social
frente a los volantazos que promete la oposición–, que el frontón de candidatos
antigubernamentales, por lógicas razones ideológicas y de vanidad personal, no
puede ponerse de acuerdo en la construcción de una suerte de Unión Democrática
Reloaded, que la situación económica parece despuntar el año que viene lo que
calmaría bastante el humor de los argentinos que, en última instancia,
continúan premiando a su gobernantes en función de las variables contantes y
sonantes, más que en construcciones ideológicas, por un lado, o
institucionalistas y/o supuestamente moralistas, por el otro.
Es en este nuevo marco de situación en el que el Kirchnerismo debe tomar una decisión relativamente crucial: ¿cómo encarar 2015? Incluso debe hacerlo a plena conciencia de que, en realidad, el dilema 2015 sería una cuestión urgente pero no determinante para el futuro político del movimiento nacional. Más allá de la danza de las candidaturas y los nombres el dilema es el siguiente:
Es en este nuevo marco de situación en el que el Kirchnerismo debe tomar una decisión relativamente crucial: ¿cómo encarar 2015? Incluso debe hacerlo a plena conciencia de que, en realidad, el dilema 2015 sería una cuestión urgente pero no determinante para el futuro político del movimiento nacional. Más allá de la danza de las candidaturas y los nombres el dilema es el siguiente:
a) Perder las elecciones con un
candidato propísimo y conservar a largo plazo la narración histórica propia aún
a costa de riesgos personales y políticos.
b) Ganar las elecciones con un candidato que no sea propio, a riesgo de perder la narración histórica a mediano plazo, a cambio de mantener cierta cuota de poder.
b) Ganar las elecciones con un candidato que no sea propio, a riesgo de perder la narración histórica a mediano plazo, a cambio de mantener cierta cuota de poder.
La cuestión no es sencilla.
Los realistas dirían que siempre es preferible mantener una cuota de poder, aún en disputa, antes que correr el riesgo de ser borrado del mapa. La tesis no deja de tener gran parte de razón, ya que la experiencia posterior al 55 demuestra que al Peronismo Clásico (1946-55) le fue costosísimo –en vidas, en recursos, en años, en pérdida de militantes, cuadros y experiencia de gestión– volver a construir una opción con posibilidades de gobernabilidad; y lo hizo recién en 1989 con, al menos, un proceso de alta negación de sus principios ideológicos. Haber perdido el gobierno le significó al Peronismo –en términos ideológicos y doctrinarios (nacionalismo económico, defensa de los intereses de los sectores populares, pactismo social, redistribución de la riqueza, rol del Estado)– casi 50 años de ausencia en los resortes principales del poder político.
Mantener una cuota de poder, en este esquema realista, es también proteger el aparato político, económico, financiero y mediático, es decir, esa marea de recursos imprescindibles para hacer política real en la Argentina y en el Mundo.
La cuestión es central. Hablemos en serio: El bloque del liberalismo conservador en la Argentina ha tenido recursos a lo largo de 200 años, la Aduana, la renta agraria, el empresariado concentrado, los bancos, La Nación, Clarín, son el producto de ese país. Héctor Magnetto, por ejemplo, no es otra cosa que el mejor cuadro de esa Argentina. ¿Cuánto cuesta la formación de un cuadro dirigencial como Magnetto? ¿Cuánto cuestan cada uno de los economistas formados en universidades extranjeras que sólo realizan el trabajo para sus patrones? ¿Y los intelectuales? ¿Cuánto cuesta comprar y formar a los periodistas que escriben en sus diarios, adoctrinados en universidades con visiones liberales de la comunicación?
Los políticos que representan al establishment liberal conservador cuentan con estos recursos. ¿O de qué se creen que viven Elisa Carrió, Jorge Lanata, Ernesto Sanz, Luis Majul, Mauricio Macri, Sergio Massa, entre tantos otros? ¿Cómo se creen que se financia la política?
La trampa del establishment consiste en negar, en tachar, las formas de financiación de los políticos del nacionalismo popular, que a la sazón son los "desapoderados" del sistema de poder económico real en la Argentina desde hace 200 años. Un ejemplo: Techint publicita en La Nación porque defiende sus intereses, no financia publicaciones contraculturales y revolucionarias. Es una obviedad, pero es tan obvio, que no es visualizado por las mayorías, o peor, está invisibilizado por las operaciones políticas de los propios dueños del poder en la Argentina.
Pensar una estrategia hegemónica a largo plazo también consiste en reflexionar sobre estas cosas. Y si el nacionalismo popular no constituye un bloque de poder real rápido ¿Cómo va a contener a sus huestes? ¿Cuánto van a tardar sus militantes, sus cuadros, en pasarse a otras opciones políticas? ¿Y sus periodistas a volver a las viejas fuentes de trabajo? ¿Y sus intelectuales a refugiarse en las academias liberales? ¿Uno, cinco, diez, 20 años? ¿Y desde qué lugar se los juzga a estos pasados, quién tiene la legitimidad para hacerlo? Y seguramente, como ocurrió en los noventa, el liberalismo conservador va estar más que dispuesto a abrirle sus puertas para convertirlos en "casos testigo". ¿O el Menemismo no estaba lleno de "compañeros" peronistas de indudable trayectoria? ¿O Clarín no tiene en sus entrañas a más de un general extraído de las fuerzas de la izquierda nacional?
El problema se complejiza porque mantener una cuota de poder puede significar desvirtuar la narración histórica del propio nacionalismo popular. Los 12 años del Kirchnerismo pueden convertirse en una nadería si desembocan en una herencia anodina, conservadora, deshilachada, una mera administración de los designios de los poderes reales, un gestionismo desideologizado o la lenta extinción del nervio contracultural y contestatario frente a los poderes reales.
El riesgo de la defraudación histórica no es menor. Y el Kirchnerismo debe evitar con todas fuerzas permitir que alguien pueda siquiera sospechar de que "finalmente, sólo se trató de una relegitimación gatopardista del sistema político, del Peronismo y del capitalismo". Las mayorías no se lo merecen. El costo de una nueva desilusión sería devastador para los sectores populares, incluso para aquellos que hoy no reconocen que sus intereses están atados a la suerte del actual modelo económico.
Voy a ser duro: El fracaso de Juan Domingo Perón en 1973 y su desastrosa continuidad en Isabel y José López Rega preparó el quiebre y la fractura de peronistas que ingresaron al Menemismo. Los discursos de "economía de Guerra" y de "la casa está en orden" adelantaron la frustración de un radicalismo progresista que terminó catapultando a Fernando de la Rúa y hoy tiene especímenes ideológicos como Oscar Aguad, Gerardo Morales, Ernesto Sanz y la propia Carrió, claro. Cada fracaso de una ilusión popular desemboca en una nueva deslegitimación de la política y, por ende, redunda en beneficio de los poderes económicos reales en la Argentina. Es por eso que esos factores acostumbrados a la dominación necesitan que el Kirchnerismo traicione o que defraude a sus propias filas.
A esta altura de la nota, uno podría estar tentado a pensar que morir con las botas puestas y esperar al futuro sería la mejor opción. Pero tengo una duda: sin hacer comparaciones destempladas, el heroico martirio de Salvador Allende sólo garantizó 17 años de dictadura pinochetista y un país sumido en un profundo conservadurismo del que aún hoy no puede liberarse.
Ni siquiera los ejemplos indubitables garantizan una estrategia correcta frente al extenso poder de los bloques hegemónicos liberales conservadores en América Latina.
Es por estas cuestiones, a mí entender, que el escenario electoral de 2015 es urgente pero no trascendental. La danza de nombres y candidatos es superflua en algún punto. Lo mismo da Daniel Scioli, Máximo Kirchner, Florencio Randazzo, Julián Domínguez, Agustín Rossi, Sergio Urribarri, Axel Kicillof, Pepita la Pistolera, Hernán Brienza, Diego Maradona, o la hija de la lavandera del poema Tabaquería, de Fernando Pessoa.
Y no lo digo para desmerecer a los candidatos sino para poner de relieve que lo crucial de 2015 para el Kirchnerismo no se mide en el terreno estrictamente electoral sino fundamentalmente en una esfera histórica existencialista. Sinceramente, no quisiera estar en los zapatos de quién tiene que tomar esa decisión.
Los realistas dirían que siempre es preferible mantener una cuota de poder, aún en disputa, antes que correr el riesgo de ser borrado del mapa. La tesis no deja de tener gran parte de razón, ya que la experiencia posterior al 55 demuestra que al Peronismo Clásico (1946-55) le fue costosísimo –en vidas, en recursos, en años, en pérdida de militantes, cuadros y experiencia de gestión– volver a construir una opción con posibilidades de gobernabilidad; y lo hizo recién en 1989 con, al menos, un proceso de alta negación de sus principios ideológicos. Haber perdido el gobierno le significó al Peronismo –en términos ideológicos y doctrinarios (nacionalismo económico, defensa de los intereses de los sectores populares, pactismo social, redistribución de la riqueza, rol del Estado)– casi 50 años de ausencia en los resortes principales del poder político.
Mantener una cuota de poder, en este esquema realista, es también proteger el aparato político, económico, financiero y mediático, es decir, esa marea de recursos imprescindibles para hacer política real en la Argentina y en el Mundo.
La cuestión es central. Hablemos en serio: El bloque del liberalismo conservador en la Argentina ha tenido recursos a lo largo de 200 años, la Aduana, la renta agraria, el empresariado concentrado, los bancos, La Nación, Clarín, son el producto de ese país. Héctor Magnetto, por ejemplo, no es otra cosa que el mejor cuadro de esa Argentina. ¿Cuánto cuesta la formación de un cuadro dirigencial como Magnetto? ¿Cuánto cuestan cada uno de los economistas formados en universidades extranjeras que sólo realizan el trabajo para sus patrones? ¿Y los intelectuales? ¿Cuánto cuesta comprar y formar a los periodistas que escriben en sus diarios, adoctrinados en universidades con visiones liberales de la comunicación?
Los políticos que representan al establishment liberal conservador cuentan con estos recursos. ¿O de qué se creen que viven Elisa Carrió, Jorge Lanata, Ernesto Sanz, Luis Majul, Mauricio Macri, Sergio Massa, entre tantos otros? ¿Cómo se creen que se financia la política?
La trampa del establishment consiste en negar, en tachar, las formas de financiación de los políticos del nacionalismo popular, que a la sazón son los "desapoderados" del sistema de poder económico real en la Argentina desde hace 200 años. Un ejemplo: Techint publicita en La Nación porque defiende sus intereses, no financia publicaciones contraculturales y revolucionarias. Es una obviedad, pero es tan obvio, que no es visualizado por las mayorías, o peor, está invisibilizado por las operaciones políticas de los propios dueños del poder en la Argentina.
Pensar una estrategia hegemónica a largo plazo también consiste en reflexionar sobre estas cosas. Y si el nacionalismo popular no constituye un bloque de poder real rápido ¿Cómo va a contener a sus huestes? ¿Cuánto van a tardar sus militantes, sus cuadros, en pasarse a otras opciones políticas? ¿Y sus periodistas a volver a las viejas fuentes de trabajo? ¿Y sus intelectuales a refugiarse en las academias liberales? ¿Uno, cinco, diez, 20 años? ¿Y desde qué lugar se los juzga a estos pasados, quién tiene la legitimidad para hacerlo? Y seguramente, como ocurrió en los noventa, el liberalismo conservador va estar más que dispuesto a abrirle sus puertas para convertirlos en "casos testigo". ¿O el Menemismo no estaba lleno de "compañeros" peronistas de indudable trayectoria? ¿O Clarín no tiene en sus entrañas a más de un general extraído de las fuerzas de la izquierda nacional?
El problema se complejiza porque mantener una cuota de poder puede significar desvirtuar la narración histórica del propio nacionalismo popular. Los 12 años del Kirchnerismo pueden convertirse en una nadería si desembocan en una herencia anodina, conservadora, deshilachada, una mera administración de los designios de los poderes reales, un gestionismo desideologizado o la lenta extinción del nervio contracultural y contestatario frente a los poderes reales.
El riesgo de la defraudación histórica no es menor. Y el Kirchnerismo debe evitar con todas fuerzas permitir que alguien pueda siquiera sospechar de que "finalmente, sólo se trató de una relegitimación gatopardista del sistema político, del Peronismo y del capitalismo". Las mayorías no se lo merecen. El costo de una nueva desilusión sería devastador para los sectores populares, incluso para aquellos que hoy no reconocen que sus intereses están atados a la suerte del actual modelo económico.
Voy a ser duro: El fracaso de Juan Domingo Perón en 1973 y su desastrosa continuidad en Isabel y José López Rega preparó el quiebre y la fractura de peronistas que ingresaron al Menemismo. Los discursos de "economía de Guerra" y de "la casa está en orden" adelantaron la frustración de un radicalismo progresista que terminó catapultando a Fernando de la Rúa y hoy tiene especímenes ideológicos como Oscar Aguad, Gerardo Morales, Ernesto Sanz y la propia Carrió, claro. Cada fracaso de una ilusión popular desemboca en una nueva deslegitimación de la política y, por ende, redunda en beneficio de los poderes económicos reales en la Argentina. Es por eso que esos factores acostumbrados a la dominación necesitan que el Kirchnerismo traicione o que defraude a sus propias filas.
A esta altura de la nota, uno podría estar tentado a pensar que morir con las botas puestas y esperar al futuro sería la mejor opción. Pero tengo una duda: sin hacer comparaciones destempladas, el heroico martirio de Salvador Allende sólo garantizó 17 años de dictadura pinochetista y un país sumido en un profundo conservadurismo del que aún hoy no puede liberarse.
Ni siquiera los ejemplos indubitables garantizan una estrategia correcta frente al extenso poder de los bloques hegemónicos liberales conservadores en América Latina.
Es por estas cuestiones, a mí entender, que el escenario electoral de 2015 es urgente pero no trascendental. La danza de nombres y candidatos es superflua en algún punto. Lo mismo da Daniel Scioli, Máximo Kirchner, Florencio Randazzo, Julián Domínguez, Agustín Rossi, Sergio Urribarri, Axel Kicillof, Pepita la Pistolera, Hernán Brienza, Diego Maradona, o la hija de la lavandera del poema Tabaquería, de Fernando Pessoa.
Y no lo digo para desmerecer a los candidatos sino para poner de relieve que lo crucial de 2015 para el Kirchnerismo no se mide en el terreno estrictamente electoral sino fundamentalmente en una esfera histórica existencialista. Sinceramente, no quisiera estar en los zapatos de quién tiene que tomar esa decisión.
*Publicado en Tiempo Argentino
No hay comentarios:
Publicar un comentario