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Con el paso del tiempo, las cuestiones verdaderamente importantes
van tomando su real proporción. Hace poco menos de un año, en la primera
entrevista que ofreció la presidenta de la Nación en el ciclo Desde otro lugar,
emitido por la TV Pública, Cristina Fernández de Kirchner fue tajante: "Se
intenta disciplinar (a los países) no solamente a través de la deuda, sino a
través de cómo se quiere administrar el comercio internacional… La deuda
externa fue el mayor nido de corrupción desde Bernardino Rivadavia a la década
del '90. Cuando se produjo el golpe de 1976 la deuda argentina era de 6000
millones de dólares, con indicadores económicos muy buenos. Éramos un país
industrial y de una economía con una sola moneda… El negocio del mundo
financiero internacional es que vos te sigas endeudando, que al banco le pagues
más intereses. A partir de la transformación de bancos comerciales en bancos de
inversión: el circuito del dinero deja de pasar por la producción para
reproducirse, y comienza el negocio de los derivados financieros."
Hoy, estas palabras, tras el
escandaloso comportamiento de la "Injusticia" estadounidense, con el
inefable juez de primera instancia Thomas "Buzzard" Griesa, toman una
actualidad patente. Sin dudas, la verdadera corrupción en la Argentina es el
multimillonario robo de la deuda externa, no sólo por el saqueo que se produce
del Estado, sino también de las riquezas y el ahorro de todos los
argentinos.
Y no hay que evitar ser ingenuos
o malintencionados: no se trata de una cuestión meramente judicial ni de la
decisión trastornada de un juez de primera instancia de Estados Unidos, son las
cuevas más implacables del orden financiero internacional los que hacen el
trabajo sucio para que después recojan los frutos otros sectores
económicos.
Con una sola variable, la de la
deuda externa, se puede comprender la historia argentina y hacer una división
–obviamente esquemática y binaria pero que es útil para mapear política e
ideológicamente estos más de 200 años que nos preceden– entre presidencias
nacionales y populares y las liberal-conservadoras.
Y la primera conclusión que se
podrá establecer es la siguiente: estos últimos –desde Bernardino Rivadavia
hasta Fernando de la Rúa endeudaron desvergonzadamente al Estado con organismos
financieros de distintas formas–; los primeros, en cambio –desde Manuel Dorrego
a Kirchner– comprendieron que no hay posibilidad de llevar adelante un proyecto
económico autónomo y sustentable si ese Estado no se libera de las ataduras
financieras, verdaderos cepos para el crecimiento de una Nación, impuestas por
la toma de deudas realizadas en formas absolutamente irresponsables, cuando no
criminales para el futuro de las mayorías argentinas.
Lo interesante de la historia es
que detrás de Rivadavia llegaron primero Manuel Dorrego y luego Juan Manuel de
Rosas. El primero intentó tomar deuda pública en pesos mediante colectas
semiforzosas a los estancieros bonaerenses para cancelar la deuda externa, y el
segundo, un poco más radical, decidió directamente desconocer la deuda con la
Baring Brothers y no pagarla durante décadas.
El modelo agroexportador –el
proceso que comienza con Mitre y concluye con la Década Infame– también es un
modelo tomador de deuda permanente y por necesidades estructurales como lo fue
el menemismo.
Los desbalances comerciales con
Gran Bretaña, producto de las diferencias en los términos de intercambio
(exportación de materias primas-importación de productos con valor agregado) y
la toma de deudas para saldar esos desequilibrios fueron las principales causas
–como bien explica Mario Rapoport en su Historia social, económica y política
de la Argentina– de la crisis de 1890, por ejemplo, con síntomas muy similares
a los de la crisis de 2001.
El siglo XX también se divide
entre desendeudadores como Juan Domingo Perón, quien en 1948 canceló el último
pago de deuda estableciendo su celebrada Independencia Económica en la
provincia de Tucumán, y los endeudadores, como la dictadura de Pedro Aramburu,
que en 1957 logró que Argentina ingresara al circuito de los organismos
multilaterales de créditos y tomara la primera deuda con el inefable Fondo
Monetario Internacional.
La historia que sigue es bastante
conocida: la dictadura militar de Martínez de Hoz –quizás él sea el verdadero
cerebro de la dictadura– aumentó la deuda de 7600 millones de dólares a 45 mil
millones de dólares, con el agregado de la nacionalización de la deuda privada
que realizó el miserable vendepatria –el término apropiado no es reproducible
en un diario– de Domingo Cavallo.
Armas, corrupción y negocios
privados de las principales empresas fueron los rubros que todos los argentinos
debimos pagar con nuestros bolsillos gracias la acción de la dictadura militar.
No es casual entonces que bajo la
dirección de Cavallo durante el menemismo y el delarruismo, la deuda externa
trepara de 65 mil millones de dólares a 190 mil millones de dólares en apenas
una década. Sorprendente.
Y todo para subsidiar las
empresas que vaciaban al país aprovechando el retraso cambiario del uno a uno,
entre ellas, muchísimas trasnacionales que se llevaban millones de dólares a
sus casas matrices. ¿Cómo se logró esto? Sencillo. En la primera etapa, bajo el
terrorismo de Estado, la segunda, bajo el terrorismo económico que sufrió el
gobierno de Raúl Alfonsín.
Vale la pena recordar qué obtuvo
el terrorismo económico a principios de los años noventa. Entre la
hiperinflación y las políticas de endeudamiento y sumisión absoluta al FMI,
lograron un negocio millonario no sólo para los comisionistas argentinos e
internacionales de las constantes renegociaciones sino, sobre todo, poner de rodillas
al Estado nacional y por lo tanto a todos los argentinos. ¿Para qué? Fácil.
Para quedarse con todas las empresas del Estado. De esa manera los argentinos
regalamos a precio vil Entel, Segba, ferrocarriles, Obras Sanitarias, las cajas
de jubilación, YPF, Aerolíneas Argentinas, etcétera.
¿De verdad alguien cree que el
inefable Griesa toma la decisión que toma porque no le gustó la palabra
"extorsión"? Solamente, los muy ignorantes o los muy malintencionados
que van en el negocio pueden pensarlo –o algún estúpido periodista que le
escribe cartitas genuflexas y sobadoras al juez norteamericano–. Se trata,
claro, de acorralar a la Argentina.
¿Por qué es necesario poner al
Estado argentino nuevamente de rodillas? Para que negocie, desde un lugar de
debilidad como en los años noventa, el tesoro de Vaca Muerta, la fabulosa
riqueza minera y la siempre eficiente producción de cereales.
Y como si esto fuera poco para
extraer o sustraer las reservas del Banco Central –en el 2002 rondaban los 6000
millones y hoy los 30 mil millones– y sobre todo la capacidad de producción y
de consumo que hoy tenemos los argentinos.
¿Le suena muy paranoico? Sepa que
100 mil millones de dólares no es una caja despreciable para ninguna potencia
del mundo. Y se sabe, los países desarrollados siempre hacen pagar sus crisis a
los países que intentan desarrollarse.
Un párrafo aparte se merece la
clase política argentina. ¿Se imagina usted qué podrían hacer con este tema un
Sergio Massa, por ejemplo, que fue corriendo siendo jefe de Gabinete a
"buchonearle" al embajador de Estados Unidos lo que hacía su propio
gobierno?
Piense por un momento con qué
fortaleza épica negociaría un Mauricio Macri como presidente si hoy dice
"hay que ir a sentarse con Griesa y pagar lo que él diga". O Jorge Remes
Lenicov, que ahora habla de las bondades de la justicia norteamericana
olvidándose de la devaluación y la pesificación asimétrica que realizó a favor
de las empresas de capital concentrado y monopólicas como Clarín, por ejemplo,
robándoles sus ahorros a la mayoría de los argentinos.
¿Se imagina al dubitativo Hermes
Binner llevando adelante la negociación? ¿Y Elisa Carrió consultando a las
voces que dice escuchar en su cabeza? Ante este panorama, la figura de la
presidenta Cristina Fernández de Kirchner toma su verdadera dimensión.
Por último, el gobierno, sus
funcionarios, sus legisladores, sus cuadros, sus militantes tienen un deber
irrenunciable: deben salir a explicar a la población con absoluta franqueza la
situación económica y política. Argentina y los argentinos no nos merecemos
–creo, porque escuchando a algunos comunicadores, políticos y ciudadanos de a
pie me hacen dudar– un nuevo saqueo.
Nos costó mucho esfuerzo salir
del 2001. Y muchos no queremos volver a no tener Patria.
*Publicado en Tiempo Argentino
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