La historia argentina posta posta comienza con un soldado gallego que
se subió a un barco para venir acá a llenarse de oro. Creía que viajaba al
paraíso, pero cuando llegó se encontró con tierra inhóspita llena de mugrientos
que el soldado tuvo que ponerse a matar porque los mugrientos se lo querían
comer (qué brutos, pudiendo comer jamón y caviar). Para dolor de cabeza del
soldado, los mugrientos no se dejaban matar así nomás. Y para colmo el gallego
nunca encontró oro. Apenas pudo, se volvió a su casa. Sus hijos y nietos lo
oyeron decir miles de veces: "qué país de mierda, ole".
Siglos más tarde, uno de sus
recontratataranieto viajó a Argentina como gobernador. Confiaba en que hubiera
dejado de ser un país de mierda. ¡Minga! Y lo que el gobernador ignoraba era
que mientras su recontratatarabuelo mataba mugrientos, otros soldados le hacían
dungadunga a las mugrientas, y de ahí nacieron unos negritos más fieros
imposibles, ingobernables y pendencieros, que le metieron un voleo en el orto a
él y a otros funcionarios, que se fueron a sus casas cantando "volver, con
el orto marchito, de un país de mierda".
En Europa ya era vox populi que
este era un país de mierda. Por eso los ingleses, que ya no entraban en la
islita de juguete donde viven y buscaban un patio para jugar fútbol, vinieron
pensando que iban a poder transformar este país en un país serio (cómo no, si
eran ingleses). Pero los negritos feos jugaban mejor que los ingleses y se les
agrió el té, y además los sacaron cagando aceite. El último inglés que se subió
al barco, con una bota de potro metida en el ojete, dijo para la posteridad:
"feeling, qué país de mierda".
Ya por entonces existía una
población patria. O sea: (los
argentinos, carajo! Y algunos de ellos intentaron mejorar la imagen que el
mundo tenía del país: limpiaron la Patagonia de los mugrientos que quedaban,
imitaron a los franceses, traicionaron a los descendientes de los negritos que
echaron a los ingleses y españoles. Y nada. El país no mejoraba ni ahí. La
canción preferida de las tertulias en la Sociedad Rural, donde los ricos se
juntaban a fumar habanos y a cagar gente, era el minué: "país de mierda,
chan, chan".
Con el tiempo se probaron todas
las fórmulas imaginables: endeudarlo, saquearlo, invadirlo, privatizarlo,
rifarlo, transformarlo en un cuartel, en una fantochada, meterlo en una guerra,
pero nada, seguía siendo una mierda. Los milicos tuvieron que dejar de dormir
la siesta y meterse a matar gente indeseable. Pero después de todas las balas
que invirtieron en cuerpos ajenos, en lugar de darles medallas y tratarlos de
héroes, los metieron presos. Ellos más que nadie tienen derecho a decir:
"qué país de mierda, un, dos, march".
Y los ingratos que habitan este
país, mezcolanza de aquellos gallegos bolas sueltas, de los mugrientos que se
salvaron, de los nietos del negro Falucho que no fueron vendidos como bueyes, y
de los italianos que lograron escapar de la hambruna y de la guerra, nunca
reconocen a los que los quieren ayudar. Y putean a los de FMI, a los de Banco
Mundial, a las multinacionales que vienen a modernizarlo. Entonces, todos esos
santos inversores se van diciendo: "qué país de mierda, con 89 por ciento
de interés anual".
Y toda una generación en el 2001
se fue al grito de "Qué país de mierda". Era preferible lavar copas
en Maxims, limpiar baños en La Coupule, y tocar la guitarra en el metro para la
gente que salía del Olimpia. Es tanta la fama de país de mierda que tiene
Argentina, que un argentino que estaba viendo cómo se hundía una patera llena
de africanos que intentaba cruzar el Mediterráneo para llegar a Europa, dijo:
"bueno, al menos no viven en Argentina, país de mierda".
Las estadísticas registran gente
que prefería estar en las Torres Gemelas el 11S, en la sinagoga que balacearon
en Bruselas, en los atentados de Atocha, en la masacre del skinhead noruego,
que en este país de mierda. Es que acá no se sabe si lo que dice el INDEC es
verdadero, ciertas reglas de juego cambian demasiado a menudo para gusto de los
sedentarios ideológicos, faltan carteles y sobran baches y agrandan el Estado
en vez de achicarlo. (¡Un Ministerio de Cultura; habrase visto mierda más
grande!). Es preferible morir por odio racial o religioso antes que sufrir
tanta ignominia.
Acá se terminan las bromas. Hoy
los argentinos tenemos que luchar contra ese estigma directamente promocionado
desde la centralidad del discurso mediático. El título de una nota que Nelson
Castro dio al País de España hace unos meses era: "Argentina, hasta ahora,
es la historia de un fracaso". Nunca pensó en los que lo elegimos por
sobre cualquier otro país, en los que desarrollamos acá lo que deseamos ser, es
decir que no fracasamos, aunque reneguemos un tanto extra.
Lanata dijo bien claro que este
es un país de mierda. Que lo diga él es decir que lo piensan y comparten miles.
Esos miles, por idiotas útiles o por desconocimiento, o por creer en todo lo
que le dicen, son parte de una "quinta columna", un grupo que desde
adentro del territorio agraviado, llega a tener simpatías con el invasor o con
el opresor. Acá no importa si el opresor es extranjero. Que te rompa el culo
Repsol, el FMI o La Sociedad Rural no cambia la categoría del dolor.
Curiosamente, algunos de los que
dicen que este es un país de mierda, aunque sea indirectamente, esperan poder
ser elegidos para conducirlo (en el caso de los políticos; o guiarlo en el caso
de los periodistas).
¿Abren el paraguas para luego
poder decir: más no pueden pedirnos? Aquellos que le han reclamado a este
gobierno que no fuera capaz (y no lo es) de transformar este país indómito en
Suiza, ¿se
preparan para responder que ellos nunca podrán transformar a este país en
Suiza? Qué dilema de mierda.
Los argentinos del siglo XXI
hemos aprendido que la consigna se repite como cuando se descalifica un auto
para poder comprarlo barato. "Está flojo de suspensión, te ofrezco la
mitad". Periodistas y políticos descalifican al país (las instituciones,
la gente, da lo mismo; todos somos Argentina) para que cuando les toque
manejarlo, se entienda desde antes de comenzar, que a este país de mierda no se
lo puede volver un país normal. Ni con la energía de Binner, la sabiduría de
Del Sel, el ideario inagotable de Massa o Macri o los horóscopos de Carrió.
Desde mi óptica de optimista irredento, arriesgo una respuesta: se preparan
para el fracaso. ¿Sabés lo que van a decir luego de fracasar? No nos
comprendieron. Qué país de mierda.
*Publicado en Rosario12
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