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La realidad argentina está
cruzada, en los medios, por un falso dilema entre la mentira y la verdad.
Aceleradamente, los debates mediáticos sobre todos los temas se vuelven
cotorreos en los que indefectiblemente dos polemistas, uno defendiendo a
Cambiemos y el otro cuestionándolo, trepan a un punto insoportable en el que
uno le dice al otro “estás mintiendo”, y el otro le contesta “no mientas más”.
Como si la mentira y la verdad estuvieran atadas no a hechos sino sólo
a interpretaciones, las diferentes problemáticas –el desempleo, el hambre, el
desmantelamiento del Estado, la precarización laboral, los delitos crecientes,
la censura, la fuga de capitales, la violencia institucional, etc.–, se van
aplanando en la vida pública, bajando su precio discursivo y argumentativo,
limitadas a “estás mintiendo” y “no mientas más”. Esa inercia no es inocente:
hacia allí va el agua de centenares de molinos mediáticos, elaborando esa
costra que blinda las discusiones y las reduce a una cuestión antojadiza y
pasible de ser encuestada. Podrían acompañar esos debates, todos los canales,
con la pregunta a la audiencia: “¿Usted a quién le cree?” Exactamente como si
el periodismo no existiera. Es ahora cuando el oficialismo gobernante, dotado
de muchos más recursos de poder real que los gobiernos anteriores –que
cualquier gobierno democrático anterior–, puede saltearse al intermediario. Los
medios exponen las cuestiones como si fueran tablas rasas en las que cada polemista
inscribe su capacidad para interrumpir al otro y superponerse con un timbre de
voz más alto. Ese pareciera ser el actual arte de la política: gritar más
fuerte o ser capaz de repetir diez veces seguidas la misma frase, usándola como
escudo.
En esos debates y cualquiera sea el horario o el panel, habrá gente de
Cambiemos repitiendo lo que debe decir, en el esquema baja línea más
apabullante y mareador conocido hasta ahora. Son ellos los que tienen al medio
a su favor: el medio y sus periodistas hacen de marcianos, de extranjeros, de
visitantes, de repartidores mal habidos de la palabra. Ya se ha sostenido aquí
que repetir no es hablar, porque el habla de la repetición está muerta. Y sin
habla, no hay diálogo posible. El Pro proclama un diálogo inexistente, y el
medio en cuestión (El 99 por ciento de los medios) hace que le cree. Desde este
punto de vista, no hay más que colectivos alquilados para hacer de colectivos,
y personas seleccionadas para que hagan de choferes, pasajeros o, en los
estudios de televisión, de periodistas, en un despliegue coral de simulación.
Ese tajo de la mentira y la verdad nos atormenta, porque el permanente
enmascaramiento de la verdad como mentira y viceversa, produce dolor psíquico.
Esa angustia, y hasta esa violencia, ancla en nuestros reflejos más tempranos.
Nos alcanza como una flecha que viene del pasado de cada quien, nos atraviesa
como un veneno para el alma: es precisamente la desconfianza hacia las propias
percepciones lo que desencadena muchas enfermedades mentales. Desde nuestro
fondo de mamíferos, para nuestra supervivencia, necesitamos los sensores
físicos, mentales y emocionales para ubicarnos en tiempo, espacio y
circunstancia para poder defendernos de los peligros. Los dispositivos que
sistemática y masivamente nos niegan lo que percibimos y nos arrullan con su
manipulación, no hacen otra cosa que despojarnos de nuestra propia lectura de
la realidad, que incluye las historias de nuestras propias vidas, sus logros,
sus pérdidas, sus accidentes. Esos dispositivos que hacen pulsear
permanentemente a la mentira con la verdad no sólo niegan lo que nos pasa: nos
niegan a nosotros mismos, porque la misma pregunta por la mentira y la verdad
es un eslabón más de la mentira generalizada.
El Pro le llama “sinceramiento” a todo lo que hace cuando le sale mal
o no puede afrontar sus consecuencias. Todos sabemos perfectamente que así como
llueve de arriba para abajo y no al revés, al Pro no le interesa la gente
simple. Es así de sencillo. No le interesa. Lo supimos siempre, está a la
vista, se lee en los CVs de los funcionarios, se mastica con la indiferencia
con la que circulan algunas noticias vinculadas a lo social, o mejor aún, con
la indiferencia que hace que otras noticias no circulen y no se constituyan en
tales.
Es a fuerza de estas simulaciones discursivas, de estas pulseadas de
mentira-verdad, del despliegue del artilugio del “sinceramiento” que pende de
bocas de funcionarios, periodistas, dirigentes con presuntos bríos opositores y
sindicalistas perennes, que cada día nos vemos obligados a volver al punto de
partida de cualquier discusión. Ese aparato de lenguaje tiene por objeto
retardar, negar, desviar las percepciones colectivas, obstruir el camino a un
sinceramiento sin comillas de lo que tiene en mente el Pro para la Argentina.
No lo puede decir. Es insoportable lo que toma forma mientras las palabras
dejan de servir para la comunicación.
El Pro cabalga una ideología que incluye pufs para tirarse a tomar sol
en las plazas elegantes pero es inconmovible frente al dolor de las necesidades
básicas insatisfechas. No sólo no le importan esas interrupciones en el camino
hacia “algo mejor” que estaba en marcha: le molestan esos que dicen que no
comen, esos que dicen que no tienen trabajo, esos que dicen que no aceptan la poda
a sus salarios, esos que se niegan a aceptarse a sí mismos como a criaturas
silvestres que, después de todo, si alguna vez comieron lomo o terminaron la
escuela o se pusieron los dientes, fue por equivocación. El Pro no gobierna
para llevar paz, pan y trabajo, ni tierra, techo y vivienda para los pobres que
se multiplican como moscas y que taponan como en 2001 las puertas de muchos
edificios cercanos a las plazas donde, de día, sus habitantes experimentan una
vida cuyo jugo se logra con el arte de respirar profundo, pensando en ángeles o
siendo itgirl. El Pro vino a hacer el trabajo sucio que ahora el FMI felicita.
No es la televisión, es la experiencia la que nos devuelve una imagen de país
patético que no soporta su propia autonomía.
Más allá del Indec, de la UCA, de la medición que quieran, lo que
desembarca sobre este mapa poblado en una estruendosa mayoría por gente simple,
es el repetido, el horroroso paisaje de la quiebra. Que duele más ahora que
antes, porque ahora se podía partir precisamente no de ese punto fijo ficticio
de la crisis inminente, como necesita el Pro, sino desde el lugar de una
acumulación material y simbólica cuyo mejor y único depósito, hoy, es la
conciencia popular. Contra ahí apuntan. Contra esa reserva de la propia
potencia colectiva. Nada les garantiza a los predadores que podrán arrancar
carne en ese zarpazo.
*Publicado en Página12
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