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El espectáculo mediático de
actos de corrupción que se pisan unos con otros oculta la corrupción
inmensamente más grande que domina la vida del mundo. Su causa principal es
consecuencia del capitalismo del siglo XXI, global, expoliador y depredador de
toda vida en el planeta. Es verdad que en cualquier sistema aparece corrupción.
El punto es otro. En el socialismo, comunismo, comunitarismo, cooperativismo,
populismo democrático o como se llame el acto corrupto atenta contra el interés
común y de cada individuo: la solidaridad, el cuidado del otro y de todos es el
centro vital social, es el sistema. En el capitalismo la corrupción es
inherente a su práctica: el meollo creador es la apropiación privada de la
producción colectiva, el mayor valor surge de la parte no pagada –apropiada–
del trabajo vivo de los asalariados de cualquier calidad o especie. Esta verdad
era tan cierta cuando se la desveló como hoy, cuando los patrones pugnan, con
eufemismo por bajar salarios, en “bajar costos”, para aumentar ganancias
particulares. Este origen cultiva egoísmo individualista, categorías morales
acordes y a partir de allí las variadas formas de corrupción en el literal
sentido de pervertido, vicioso, venal. Sin aquella fuente, con eje productivo
en el gregarismo humano, la paz, la solidaridad, el trabajo, el bien común, el
favorecimiento de las expresiones existenciales espirituales y el interés y
amor al prójimo, cualquier corrupción es fulminada por el sistema como anormal
e inaceptable. Pero además, es incapaz de engendrar una perversión de tamaño
universal como la dominante. No es lo mismo ser capitalista que no serlo.
En el siglo XXI el sistema tomó el planeta íntegro, no tiene más
lugar. Se focalizó en las finanzas –producción de dinero con sólo dinero– y en
depredar la Tierra misma, sin miramiento alguno. Las ciencias y la técnica
tampoco le permiten ya soluciones cualitativas a la ausencia de espacio: están
capturadas por el engendro y sólo a él sirven.
Para indagar el diseño del monstruo, empecemos por su síntesis final,
su quintaesencia: el dinero. ¿Quiénes lo tienen? Con referencia a humanos
adultos, ejemplifiquemos con el centro, EE.UU. De lo pagado por trabajo, el 1%
cobra el 17%. Remarco: es desigualdad en remuneraciones. En cuanto a la
originada por el producido del capital (inmobiliario y financiero), un 1%
percibe el 35%; el 10% el 70%; la mitad más pobre –el 50% de la población–
recibe el 5%. En el 1% de los muy ricos por cualquier ingreso están los que
poseen más capital quienes, como siempre, perciben poco o nada que provenga de
trabajar. Pero ahora están en esa franjita personas que llegan por sus ingresos
y tienen poco o ningún capital. En general, son los “populares” CEOS. Esto se
repite, con diferencias insustanciales, en todo el mundo central.
¿Dónde está ese dinero? En las guaridas o “paraísos” fiscales, o
eufemísticamente zonas extraterritoriales. Con asepsia: lugar que atrae
negocios garantizando, fuera del alcance de las leyes de los Estados,
confidencialidad total sobre origen y propiedad del dinero depositado producto de
delitos de cualquier tipo y dimensión, pago de impuestos y más. En lenguaje
vulgar, una cueva de ladrones. “El sistema extraterritorial no es una
excrecencia pintoresca de la economía mundial, sino que se halla exactamente en
su centro”. En 2010 la banca internacional y la emisión de bonos del mundo
ocurría en un 85% en la zona sin Estado llamada euromercado; ese mismo año el
FMI estimó que los balances financieros de los ínfimos territorios de Caimán,
Bahamas, Vírgenes inglesas, Man, Jersey, Gibraltar, Malta y decenas más
equivalían a un tercio del PBI mundial; en 2016 habría que sumar a la cuenta
Mónaco, Andorra, Uruguay, Dubai, Irlanda, Panamá, Liberia, p.ej.,pero por sobre
todo a la poderosa City de Londres y su red planetaria y al mismo Estados Unidos
entero a nivel federal, con “especialidades” en Florida, Wyoming, Nevada e
islas Vírgenes y Mar- shall (Shaxson, Nicholas, “Las Islas del Tesoro”, FCE.)
Según nuestro gobierno desde fines de 2015, “hemos vuelto al mundo”,
al central occidental. Así, las cifras son “auspiciosas” en cuanto a aumento de
la desigualdad. En Estados Unidos, el milésimo superior superó el 12% de
ingreso anual. Vale reproducir que “…el carácter más o menos sostenible de
desigualdades tan extremas depende no sólo del aparato represivo sino también
–y tal vez por sobre todo– de la eficacia del aparato de justificación…
insistamos, la cuestión central atañe a la justificación de la desigualdad,
mucho más que a su magnitud como tal”. En Argentina 2016 el discurso oficial es
que con un sueldo “normal” no se puede viajar en vacaciones, tener celular y
televisión modernos, “esa persona está desubicada”. El mundo de los países
centrales de occidente augura riquezas maravillosas. El cienmilmillonésimo de
adultos de allá –unos 45– pasaron entre 1987 y 2013 de contar con 3.000
millones de dólares promedio cada uno a 35.000 millones promedio per cápita,
muestra ineluctable de la falacia del “derrame”. Las proyecciones estadístico
matemáticas indican que 1.400 multimillonarios de 2013 con el 1,5% de todo el
capital mundial, llegarían al 60% al finalizar el siglo por la fuerza
centrípeta de las grandes fortunas. El 0,00000001 de la población sería dueña
del más de la mitad del planeta; menos de la mitad, del 99,99999999 restante,
de lo “derramado”. Nada hay en el funcionamiento capitalista globalizado que lo
cambie: funciona así de manera inexorable.
¿Quién tiene esa masa de riqueza y dónde? En principio las
corporaciones multinacionales productoras de bienes y servicios, los dueños de
latifundios, los bancos y el mundo financiero en general, son más o menos
visibles. Pero casi en su totalidad permanece oculto: para nuestro mundo
existencial, no está; es un vacío sin realidad siquiera como tal. Ya hace
veinte años la mitad del comercio internacional pasaba por los paraísos
fiscales, en la oscuridad; hacia 2010 el 85% de la banca internacional operaba
en la impenetrable “eurozona”, el más grande agujero de opacidad. Mucho se
menciona a Reagan, Thatcher y Friedman cuando de globalización se habla, pero
poco a la economía “en negro” que inficiona el mundo entero. En 2005, Tax
Justice Network estimó que los individuos ricos tenían en guaridas fiscales
11,5 billones de dólares, un cuarto de la riqueza total del planeta e igual a
un PBI de Estados Unidos. El Banco Mundial dividió en tres esa fortuna: un
tercio provenía del narcotráfico, crimen organizado y delitos en general; un 3%
al producido de sobornos a funcionarios estatales; el resto –casi dos tercios–
a transacciones de empresas elusivas de tributos. Los tres –narcos, coimeros y
CEOS– usan las mismas herramientas, en los mismos lugares, con iguales
resultados y ocasionando análogos daños (por la masa de dinero involucrado y el
hambre, enfermedades y carencias que ocasionan, por muy lejos los peores son
los últimos). Los expertos afirman que las sedes económicas que no están en
ninguna parte y no tienen ley que las regule han desplazado la riqueza y el
poder desde los pobres a los ricos con mayor fuerza que cualquier otro
acontecimiento en la historia de la humanidad.
Vamos al tema del título. El sistema está dirigido, literalmente, por
ladrones de distinto rango que atesoran y mezclan, en guaridas inexpugnables,
el dinero que logran con delitos, en su mayor cuantía sustracción de lo que
deberían pagar –según sus mismas leyes– para sostener la infraestructura
social. Quienes lo dirigen o usufructúan ¿de qué moral pueden hablar? ¿Con qué
autoridad pueden ser justicieros de sus ínfimos cómplices? Como cabeza
putrefacta derrama hacia toda la sociedad reglas de conducta moralmente no
rechazadas, corrupción privada menor, egoísmo, individualismo, consumismo y
más. La reserva moral humana solo se sostiene porque es inherencia gregaria de
la especie y se manifiesta en los pueblos que en todas sus formas específicas
trabaja y produce y, lo sepa o no, ha seguido haciéndose cargo de la
subsistencia de la humanidad.
En su voracidad de ganancias máximas e inmediatas, encerrado en el
planeta sin fronteras a traspasar, el capitalismo ha arremetido ahora contra la
Tierra misma, su capa atmosférica, sus aguas de mares, ríos y polos helados,
sus capas de humus, sus bosques, sus fuentes de energía no renovables, contra
la biodiversidad, el clima y toda la vida misma. El Banco Mundial alertó en
2012 que con aproximarnos al 2% de calentamiento se entra en zona de riesgo de
inflexión… y que estamos avanzando hacia el 4% que… “sumergiría Maldivas y
Tuvalu y zonas costeras de Ecuador, Brasil, Holanda, California, sur y sureste
de Asia y tendrían serio riesgo de inundación Boston, Nueva York, Los Ángeles,
Vancouver, Londres Bombay, Hong Kong, Shanghai” (obvio, Buenos Aires).
La corrupción en serio al comando de la economía mundial está
devastando a los pueblos del mundo. En la Argentina tenemos ahora una
dirigencia de fervorosos peones de esta estructura degenerada, ponzoñosa como
no se conoció jamás, letal. En estos días, sin que piensen retornar lo que
ellos personalmente tienen, distrayendo al pueblo usando a los jubilados,
aspiran a que otros saqueadores del producto argentino legalicen, sin
explicación de origen, siquiera un décimo de lo vaciado al país (50.000 dólares
sobre 500.000 que se calculan están en el exterior, ver La Nación del 19 de
junio, Página/12 y El Cronista del 30 de julio de 2016).
Académicos economistas de estatura mundial proponen medidas de
gobierno, cambio cultural, implantación de impuestos progresivos, transparencia
y control democrático del capital. Es seguro que deben utilizarse los
mecanismos institucionales de las democracias occidentales. Pero la metástasis
de corrupción que las aqueja provoca una lucha despareja dentro de ellas para
que sean eficaces en el combate contra la corrupción que vimos. Es una batalla
a dar, pero aislada no alcanza para el tiempo que nos queda. Antes que llegar
al triunfo, habremos perdido la guerra. Quien apunta bien es Naomí Klein.
Inventaría innúmeras batallas menores, todas triunfantes, dadas por los
pueblos, la mayoría de ellos originarios. El movimiento de masas es el eje
primordial de un cambio de esencia en el modo de producción y de vida terrestre
y cuenta con base objetiva como nunca antes la tuviera: le va la vida en él.
Hubo en todo el mundo numerosos y ocultados ejemplos de luchas victoriosas
contra las industrias extractivistas de aguas, bosques y animales, por
preservación de culturas, fuentes de trabajo, recuperación de fábricas.
Este camino atraviesa una cuestión enorme: el de la representación
popular y la participación de las masas. Escuetamente: el pueblo europeo padece
un sistema bipartidista con política única, contraria a sus intereses; igual
Estados Unidos, donde vota una minoría selecta y la mayoría reniega de quienes
ejercen el mandato de magnates y corporaciones, que con dinero eligieron sus
candidatos; en América Latina los factores de poder económicos nacionales y
foráneos ejercen permanente dominio sobre las instituciones. En la Argentina,
legisladores de todos los partidos aceptaron órdenes de un juez municipal de
Nueva York sin atención al perjuicio del pueblo, ni al honor, la soberanía y la
patria; un poder ejecutivo en manos de un beneficiario de la obra pública, que
usa paraísos fiscales y se olvidó de otros 18 millones de pesos que tenía
depositados en la guarida de Bahamas; un poder judicial en su gran mayoría corporativo,
elitista y servil del poder real y, en la más importante organización no
gubernamental, dirigentes con décadas al frente de una clase obrera que no
representan. Se trata entonces de utilizar al máximo las posibilidades
institucionales que nos proporciona la democracia librando batallas en concejos
deliberantes, legislaturas provinciales, el Congreso Nacional y con acciones
judiciales, para defender los derechos ganados. Pero el eje centralizador debe
componerlo la movilización de todos los beneficiarios de los derechos
conseguidos, cualquiera sea su ubicación partidaria o política si es que la
tienen, para participar en la custodia de lo que obtuvo y le corresponde. Todos
los modos imaginables –marchas, plazas por la democracia, protestas colectivas,
peticiones, reuniones de vecinos, de consumidores, de clubes, de bibliotecas,
de centros de salud, de estudio, comedores, difusión y propaganda, ayudas para
las cooperativas, trincheras para las fábricas recuperadas, auxilios a las
economías regionales y las pymes, de amparos colectivos ante la justicia– deben
extenderse y articular con la medida de la infinita creatividad popular. Un
machacar constante, cotidiano, sobre toda la geografía nacional detendrá y
revertirá el ataque de la derecha contra el pueblo, saqueado a mansalva que,
sin lugar a la menor duda, responderá y triunfará con algunos dirigentes a la
cabeza y con la cabeza de la mayoría de ellos. Será el imprescindible Frente
Ciudadano camino del poder democrático, participativo, popular, que se inscriba
en la recuperación de la Patria Grande para la soberanía y bienestar de los
argentinos con destino de ejercer su potente aporte en el difícil y peligroso
panorama mundial, que nos incumbe en la misma y antagónica medida que a los
buitres que lograron poner a sus administradores al frente de la Nación. En esa
columna popular en marcha, por esos fines, objetivamente no existe lugar para
corruptos. Quien pretenda serlo será un cuerpo extraño, un pequeño tumor que se
irá o se verá expulsado por repugnancia exudada por su connatural condición.
Esa es la única y auténtica vía contra la corrupción en serio, la que llegó a
límites extremos en el siglo XXI, practicada y dirigida por praxis contrarias
al interés del otro, enemigas del bien común, egoístas, miserables,
sustractoras del producto social que cada individuo, quien sólo así,
desarrollándose como tal en el abierto escenario de sus posibilidades
existenciales sociales, será.
* Ex juez de Cámara Penal, primer titular de la Oficina Anticorrupción.
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