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Entender las ocurrencias cotidianas grávidas
de incertidumbre y temor; lidiar con el
pasado cercano, insistente merodeador en
la memoria, convocado por una punzante
actualidad; pensar en el mañana que está a la vuelta de la esquina desde un
presente cruzado por rayos y centellas: son demasiadas pesadumbres
para abandonarlas al sólo
capricho interpretativo del que las carga como
perplejidad. Seres pensantes no gobernados ni tutelados ni encuadrados
por el “Gran Hermano”(nombre orwelliano del sistema social en que estamos
sumergidos), arriesgan desgobernarse en elucubraciones confusas y anodinas, lo
que no sería preocupante, pero lo sería si por acaso emprendieran vuelos
mentales irritantes, posibles preludios, nunca se sabe, de prácticas indeseables
para el gobierno y acaso para el propio sistema Quien se detenga a reflexionar
detenidamente sobre su vida en el contexto de la temporalidad que está viviendo
e incurra en ominosas comparaciones con una historia reciente y encima piense
en el futuro, (según San Agustín, los
tres tiempos conviven en cada humano), ese alguien no puede quedar librado a
sus solos “recursos” intelectuales: debe ser guiado por alguna modalidad de
pensamiento instituida por el celoso “Gran Hermano”, que excluya la posibilidad
de osadías irresponsables y mantenga en
el sujeto la ilusión de estar pensando
con “razones” fabricadas en la propia mollera.
Las fórmulas hechas, los juicios estereotipados, las afirmaciones contundentes repetidas hasta el hartazgo todos los días del año y todos los años de una vida por los medios catequizadores del sistema (el llamado poder simbólico), son verdaderos kits de interpretaciones, concepciones y explicaciones listas para usar: traen la ventaja de no fatigar el cerebro operando trabajosamente por propia cuenta. El poder simbólico orienta, dirige, tutela el pensamiento, particularmente, el pensamiento político y con él las prácticas electorales, los apoyos y los rechazos. El poder simbólico suele valerse de fórmulas, algunas de probada eficacia (sin entrar en detalles inquietantes) en otras comarcas de la tierra. En los días que corren, la fórmula del odio se sitúa entre las preferidas y reconoce ilustres progenitores. Quien fue en vida un célebre personaje germano (aun cuenta con devotos admiradores), sostenía lo siguiente: para afirmarse sólidamente contra un rival o adversario, es necesario pintarlo con los más negros colores, valiéndose de todos los medios disponibles e imaginables. Esta ¿idea?, es de Adolfo Hitler, capítulo V de Mein Kampf (Mi Lucha).
El sistema
capitalista necesita que sus dominados se adapten (se conformen, se resignen)
de la mejor manera a cada una de las coyunturas económicas, políticas y
sociales que atraviesa. El punto de partida es la personalidad básica que el
sistema inocula en el proceso de socialización, que con todas las modificaciones
y variedades que se le quiera atribuir, no para de operar un solo minuto y con
el irrenunciable objetivo de mantener la dominación. El eminente Jean Piaget
escribía: “Más aún que el medio físico, la sociedad transforma al individuo en su
misma estructura, porque no sólo lo obliga a reconocer los hechos, sino que le
provee de un sistema enteramente construido de signos que modifican su pensamiento,
le propone nuevos valores y le impone una serie indefinida de obligaciones” (La
Psychologie de
l´Inteligence, Armando Colin, Paris, 1967, pág 167). Como se verá enseguida,
el sistema va más allá de la modelación de los tipos humanos que precisa:
necesita controlarlos en su día a día.
El Gran
Hermano detesta que se revelen las
causas profundas de los males que provoca: lo que impacta en la percepción debe
quedar apenas en un superficial desliz sobre hechos ajenos a la matriz que les
da sentido. Es claro que la gente común
necesita creer en algo, sobre todo en algo que satisfaga al sistema y al
gobierno: creer, por ejemplo, en el libre mercado, en la libertad de iniciativa
y en el progreso mediante el esfuerzo personal, hoy con la colaboración de una
supuestamente liberadora tecnología que debe ser vorazmente consumida; creer en
la política como actividad enteramente corrupta, particularmente cuando
ejercida por los que quedaron fuera del gobierno y son tratados como escoria
humana irrecuperable; y sobre todo creer en un estilo de vida (y practicarlo
sin concesiones), en que cada cual debe ocuparse exclusivamente de lo suyo sin
importar que el prójimo flote o se esté
hundiendo, si fue arrojado violentamente de su empleo, obsequiado con
persuasivas balas de goma y esté viviendo
la angustia del que vio derrumbar de un día para otro su estructura de
vida personal y familiar. “El otro no me importa”, sintetizo Bernardo Kliksberg, esa actitud que el
sistema divulga como la sensatez personificada. Si se quiere dar un nombre a
esta modalidad de estar en el mundo, (porque induce a establecer ciertos tipos
de relaciones y a privilegiar indiferencias y insensibilidades) la llamaremos egoísmo patológico. En definitiva: hay
que “hacerle” la cabeza a la gente para que piense mal, para que no irrumpa en
su cerebro un pensar autónomo que ponga en
riesgo la cultura de la dominación en su específica manifestación coyuntural,
para que se instalen en el cerebro las barreras que impidan el advenimiento de un pensar que dispensa la heteronomía. Hablar y pensar son facultades humanas. No se
nace sabiendo hablar ni sabiendo pensar: se aprende. Y el aprendizaje ocurre en
un medio socio - cultural específico. La facultad del habla puede servir para
emitir incoherencias e inanidades y la facultad de pensar para revolcarse en un
permanente galimatías. O para los
mayores logros intelectuales. El dicho popular advierte que el individuo
desconcertado anda como turco en la neblina. Hoy son demasiados los que
deambulan en la neblina y no son turcos (con todo respeto hacia ese pueblo).
Pasemos
rápida revista a algunas…
La
percepción de una realidad construida para el engaño, es un formidable
instrumento del poder. Leamos lo siguiente: “Ahora somos un imperio y cuando actuamos creamos nuestra propia
realidad. Y mientras ustedes estudian esa realidad, juiciosamente, como ustedes
quieren, nosotros actuamos nuevamente y creamos otras realidades nuevas, que
ustedes pueden estudiar igualmente y así suceden las cosas. Nosotros somos los
actores de la historia (…) y ustedes, todos ustedes, sólo pueden estudiar lo
que nosotros hacemos”.
El autor de
estas palabras, pronunciadas en 2004 cuando era consejero mayor y principal
estratega político del presidente Geoge W. Busch, de los Estados Unidos, se
llama Karl Rove. Mientras los Rove fabrican realidades, advierte el filósofo y
novelista italiano Roberto Quaglia, “sentados
frente al televisor y observando películas made en Hollywood, incorporamos los estándares hollywoodenses de
interpretación de la realidad, que influyen en la manera de pensar, de
vestirse, lo que debemos comer y beber y… cómo expresar la disidencia”.
En una nota
firmada por Germán Gorraiz López (¿Nuevo Mayo del 68 en Europa?, Telesur.net,
2/9/2015) leemos lo siguiente: “Edward L.
Bernays, sobrino de Sigmund Freud y uno de los pioneros en el estudio de la
psicología de masas, escribió en su
libro Propaganda (atención a la fecha de publicación: 1928):
“La manipulación deliberada e inteligente
de los hábitos estructurados y de las opiniones de las masas es un elemento
importante en las sociedades democráticas. Aquellos que manipulan este oculto
mecanismo de la sociedad constituyen un gobierno invisible que es el verdadero
poder dirigente de nuestro país (Estados Unidos. L.P.). Somos gobernados,
nuestras mentes están amoldadas, nuestros gustos formados, nuestras ideas
sugeridas por hombres de los que nunca hemos escuchado hablar”. En un libro
posterior, Cristalizando la Opinión Pública ,
Bermays se propuso desentrañar mecanismos cerebrales y la influencia de la
propaganda como método para unificar el pensamiento de millones de seres.
Finalmente, escribe Gorraiz López: “El
actual sistema dominante (…) utilizaría la dictadura invisible del consumismo
compulsivo de bienes materiales para anular los ideales del individuo
primigenio y transformarlo en un ser acrítico, miedoso y conformista…”
Hace más de
ocho décadas, el señor Bernays descorría el velo (no precisamente el único) que
ocultaba y aún oculta, para los no avisados, la verdad de la democracia
capitalista que suele mentarse como “democracia” sin adjetivos; el nieto del
ilustre abuelo denunciaba una gigantesca
operación heteronómica: una modelación de masas, una reducción del pensar a pura fantasía.
Veinte años
más tarde, en Las formas ocultas de la
propaganda (de 1957), Vance Packard describió un “extraño y más bien exótico” tipo de influencia que estaba surgiendo
rápidamente en Estados Unidos: los ejecutivos corporativos y los políticos
estadounidenses estaban empezando a emplear métodos, completamente
indetectables, para cambiar el pensamiento, las emociones y el comportamiento
de las personas, basados en la psiquiatría y las ciencias sociales. Se trataba
de la estimulación subliminal, o lo que Packard denominó “efectos por debajo del umbral”: presentación de mensajes muy breves
– una fracción de segundo - que ordenan lo que debemos hacer, sin que
tengamos conciencia de haberlos visto.
Packard
denunciaba que las corporaciones más poderosas buscaban y en muchos casos ya
estaban aplicando, una gran variedad de técnicas de control de las personas sin
el conocimiento de estas. En estrecha colaboración con científicos sociales,
intentaban conseguir que la gente comprara cosas que no necesitaba (el
consumismo, que le dicen) y de condicionar a los niños pequeños para que
devinieran buenos consumidores. Aconsejadas por las ciencias sociales, las
corporaciones aprendieron rápidamente los procedimientos para aprovechar las
inseguridades, las flaquezas, los temores inconscientes, la agresividad y el
deseo sexual de las personas para modificar su forma de pensar, sus emociones y
comportamientos, sin que supieran que eran
manipuladas. Packard citaba al economista inglés Kenneth Boulding: “Es concebible un mundo de dictadores ocultos
que continúen empleando formas democráticas de gobierno”.
Las fuerzas
descriptas por Packard se han hecho aún más sutiles, denuncia Robert Epstein (http:://www.Informationclearinghouse.info/article44353.htm):
“La música relajante que oímos en el
supermercado hace que caminemos más lentamente y compremos más alimentos, los
necesitemos o no. Muchos de los insustanciales pensamientos e intensos
sentimientos que viven nuestros adolescentes desde que se levantan hasta que se
acuestan están cuidadosamente orquestados por habilísimos profesionales del
marketing que trabajan en las industrias de la moda y el entretenimiento. Los
políticos se valen de una gran variedad de consultores que estudian las maneras
de atraer jovencitos; la vestimenta, la entonación, la expresión facial, el
maquillaje, el peinado y el discurso, todo es optimizado al máximo, tal como se
hace con el envase de la leche para el desayuno”.
Para
entender cómo funcionan las nuevas herramientas de control mental se necesita
examinar los motores de búsqueda en Internet, propone Epstein, sobre todo
Google, el mayor y el mejor de todos ellos, hoy convertido en el verbo
“guglear” en todos los idiomas. La mayoría de los usuarios de computadoras en
el mundo entero “guglean” para conseguir la mayor parte de la información que
necesitan acerca de cualquier cosa. Google ha llegado a ser la principal puerta
de entrada de virtualmente todo el conocimiento, porque nos da la información
que estamos buscando, casi instantáneamente y casi siempre en la primera
posición de la lista que aparece cuando iniciamos la búsqueda.
La
ordenación de esa lista es tan buena, prosigue Epstein, que alrededor del 50%
de lo que buscamos está en los dos primeros ítems y más del 90 % entre los 10
ítems de la primera página de resultados; muy pocas personas miran las demás
páginas de resultados, a pesar que a menudo puede haber mucha información
valiosa. Google decide cuál – de los miles de millones de páginas web – será la
página web que aparecerá en nuestra lista de resultados; también decide el
orden en que las presentará. Cómo decide estas cosas es un secreto profundo y
oscuro; uno de los mejor guardados del mundo, como la fórmula de la Coca-Cola. Debido
a que es muy probable que los navegantes lean los primeros ítems de la lista de
resultados y hagan click en alguno de
ellos, las empresas están gastando miles de millones cada año tratando de
engañar al algoritmo de búsqueda – el programa informático que selecciona y
ordena los ítems buscados – de Google, para que ponga su página uno o dos
escalones más arriba. Un peldaño más arriba puede ser la diferencia entre el
éxito y el fracaso de un negocio y estar entre los 10 primeros ítems, puede ser
la posibilidad de hacer muchísimo dinero.
“La posición
de Google en las búsquedas en Internet es prácticamente monopólica: según el
Centro de Investigación Pew, un 83% de los estadounidenses declara que Google
es el motor de búsqueda que utiliza con más frecuencia. Por lo tanto, si Google
favorece a un candidato en unas elecciones, el impacto en los votantes
indecisos podría decidir el resultado de esa votación. Hoy día, Google tiene la
posibilidad de darle la vuelta al 25 por ciento de las elecciones nacionales de
todo el mundo sin que nadie se dé cuenta. De hecho, los ordenamientos de
resultados de la búsqueda de Google han hecho impacto en muchas elecciones
durante mucho tiempo, un impacto que crece de año en año. Y debido a que los
resultados de la búsqueda son fugaces, no dejan huella escrita y pueden ser
negados tajantemente por la compañía”
No es
difícil concluir que vivimos en un mundo en que unas pocas corporaciones
munidas de alta tecnología y varios gobiernos, en concordancia con aquellas o
por su sola cuenta, vigilan nuestras actividades, controlan lo que pensamos y
nos imponen una suerte de agenda de lo que debemos pensar y sobre todo, cómo
pensarlo. Ciertas frases, harto repetidas por la propaganda comercial y
política se transforman en lugares comunes de nuestra verbalización cotidiana y
nuestros juicios y opiniones: conforman nuestro saber. La tecnología actual
posibilita la manipulación indetectable de poblaciones enteras en un grado que
no tiene precedentes en la historia de la humanidad: no deja huella alguna y
está fuera de toda ley y regulación. Lo que apuntó Vance Packard es una
insignificancia comparado con el instrumental que hoy maneja el sistema de
dominación.
No muchos
años atrás, Zbigniev Brzezinski, en su libro Entre dos Edades, de 1971, abogaba por el control de la población
por una èlite mediante la “manipulación electrónica”: “la era
tecnotrónica, afirmaba, involucra la
aparición gradual de una sociedad más controlada y dominada por una èlite sin
las restricciones de los valores tradicionales, por lo que pronto será posible
asegurar la vigilancia casi continua sobre cada ciudadano, archivos que estarán
sujetos a la recuperación instantánea de las autoridades”. Ya está ocurriendo.
Pensadores
eminentes se vienen ocupando del masivo control del pensamiento y con él, de
las prácticas cotidianas. Filósofos de la escuela de Frankfort trabajaron (y
actualmente la tercera generación de la estirpe frankfortiana continúa haciéndolo)
sobre los procesos sociales que patologizan la razón, o impiden que la humana
facultad de pensar supere la más flagrante irracionalidad que supone consentir
la dominación que somete a los sujetos a simples marionetas.
Horkheimer
advierte sobre la organización de la sociedad: la reputa de irracional. Adorno
habla de un mundo administrado y Marcusse de un hombre reducido a una única
dimensión en desmedro de sus múltiples potencialidades. Habermas sostiene que
el mundo de la vida está colonizado y del análisis de Luckacs, influyente sobre
los frankfortianos, se sigue que la forma de la praxis que prevalece en el
capitalismo, obliga a ser indiferente a
los aspectos de valor de otros seres humanos.
Es decir
(para detenernos un minuto en esto último), en lugar de relaciones que entrañen el recíproco reconocimiento por
el mero hecho de ser el otro una criatura humana, prevalece la indiferencia o
la consideración del otro como alguien que no importa, como fue dicho más
arriba, o como un objeto de interés que eventualmente satisface o llegue a
satisfacer los más egoístas intereses personales. En el capitalismo, la razón
como posibilidad no distorsionada para acceder a las fuentes generadoras del
error y la sinrazón estaría impedida estructuralmente. “Las circunstancias sociales que constituyen la patología de la sociedad
capitalista, tienen la característica estructural de velar precisamente
aquellos hechos que serían motivo de una crítica pública particularmente dura
(…) Es un sistema de convicciones y prácticas que tienen la paradójica
propiedad de sustraer a la toma de conocimiento las circunstancias sociales que
a la vez también lo generaron estructuralmente” (Honneth, Axel, Patologías de la Razón , Katz Editores,
Buenos Aires, 2009,p.38). La propia anomalía social obstaculiza su detección y
la lucha contra ella.
La
patologización de la razón en las clases subalternas y en los sectores medios,
con las particularidades propias de cada
situación social, de cada momento histórico, de cada tradición cultural,
nos da elocuentes ejemplos de aberraciones en el pensar y el obrar que de hecho
hacen víctimas que consienten el mal que les es inferido: la Argentina de hoy es un
buen ejemplo de conductas que son complicidades objetivas con las políticas
destructoras y muestra del anonadamiento reaccional
de multitudes victimadas por la impiadosa y vertiginosa demolición de lo que
fuera su normalidad cotidiana. El veneno que los medios vierten
sistemáticamente desde siempre, seguramente potenciado en los últimos años, ha
hecho un buen trabajo; pero atención, el éxito en los cerebros ha sido posible
porque el mero proceso de socialización cultural en una sociedad capitalista
como la nuestra, que nunca perdió la marca de su origen colonial, crea en la
razón de los diversos grupos sociales las condiciones psico – culturales para
una receptividad acrítica de ese veneno.
La
dominación tiene una cultura que de manera diferenciada alcanza a todas las
clases sociales, fijándoles su papel en el todo. La patologización de la razón
se sigue de las formas relacionales que caracterizan la sociedad capitalista,
de las prácticas cotidianas que de ellas se desprenden y de una cultura
dominante que inició su carrera en los comienzos de la colonia y se fue
deslizando subrepticiamente, pero no tanto que no haya podido ser encontrado en
la entraña de la sociedad durante toda la historia posterior. Hablo de una
cultura implícita en las prácticas cotidianas, en los modos de relacionamiento,
en las especificidades conductuales de los sectores medios y altos de la
sociedad, a los que no escapan los grupos sociales subalternos. Realidad menos
notoria que la que se manifiesta en las expresiones literarias, filosóficas
etc., pero no tan secreta que no se la pueda percibir perforando su apariencia
naturalizada.
La lección
es que cada sistema de vínculos interhumanos precisa desarrollar una modalidad
de la razón que le sea congruente, lo que equivale a afirmar el carácter
históricamente condicionado de la razón, o su modelación por el sistema de que
ella emerge y al que refuerza. No hay una razón abstracta. La irracional
racionalidad capitalista desestima la presencia en el individuo de metas
sociales comunitarias, la autorrealización cooperativa, el interés colectivo
como condición indispensable de la satisfacción individual, el reconocimiento
del prójimo como un igual. Que todo esto y mucho más, esté ausente, no es producto de la naturaleza humana, es
creado en el proceso llamado
socialización, que puede ser explicitado como la formación de una estructura
humana afín al funcionamiento del sistema.>
*Publicado por Los Barracos <revistalabarraca@gmail.com> - C.C.E.S.D.
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