El drama de las inundaciones es
inapelable. Menos para la lógica de los medios corporativos que son capaces de
convertirlo en un Gran Hermano. El lamento falso, la falsa declaración de
solidaridad, el enojo sobreactuado, el testimonio forzado, la mezquindad
disfrazada de justiciera para manipular el drama ajeno como entretenimiento de
masas. Pero las imágenes son personas que no están pendientes de las cámaras
como en el reality. Son seres humanos que han perdido de la noche a la mañana
sus casas, sus muebles, sus ropas. Y la cámara trata de rapiñarles su
privacidad en la desesperación, el último jirón de vida propia que les dejó el
agua.
Para enfatizar la acción manipuladora, al afán de hacer el reality con
el drama ajeno se le suma el interés político. Se calcula que el volumen del
daño y la duración de la catástrofe multiplica el rédito político. Para que el
rédito sea mayor hay que esperar que el drama también lo sea. Mejor que esperar
es amplificarlo y hacer la descarga política. Mauricio Macri se tentó, ofreció
ante los medios una solidaridad que nunca practicó después. Pero rápidamente
sintió que se metía en terreno pantanoso y dio un paso atrás. Ese espacio, que
para los políticos resultaba arriesgado, fue ocupado sin vergüenza por los
grandes medios de la oposición. Como lo han hecho en todas las situaciones de
catástrofe, actuando como catalizadores del efecto político en estos doce años,
los medios corporativos naturalizan esa manipulación. Lo hacen abiertamente, no
lo ocultan. Rápidamente aparecen cifras desmesuradas, las obras que no se
pagaron con los impuestos al cigarrillo, el Fondo para Obras Hídricas,
funcionarios de los gobiernos anteriores que confirman la desmesura.
Al otro día sale la desmentida, pero ya finalmente es otra cifra que
queda flotando sobre la imagen dramática de la corriente arrasadora. La inundación
no se puede negar, pero en estos doce años se hicieron más obras hidráulicas en
todo el país que en todos los gobiernos de los últimos treinta años. Es lo
mismo que con la pobreza. Se lanzan cifras, se hacen jugar comparaciones
desiguales, se manipulan encuestas. Hay cifras para sostener todos los
argumentos, los más y los menos, pero cualquiera de esos números que se tome no
puede ocultar que en estos doce años se ha hecho más que en los cincuenta años
anteriores por combatirla. Sea cual sea la cifra, siempre será menos que cuando
este gobierno llegó, una marca que no puede igualar ninguno de los gobiernos
que le antecedieron.
La inflación es otra cifra en esa danza de números que convierte en
engañosa hasta la ciencia más exacta, como las matemáticas. Pero está
demostrado que por las paritarias y las cláusulas de actualización, los
salarios y las jubilaciones le ganaron a cualquier índice inflacionario. Las
marcas del dólar blue y las corridas cambiarias expresan el humor de los
mercados según los neoliberales ortodoxos. El dólar ilegal representa un
mercado mínimo en comparación con el dólar comercial y el dólar ahorro, no se
lo puede tomar como medidor, pero es allí donde se opera. Y durante los días
previos y posteriores a las elecciones se sintió la presión para desatar una
corrida contra el peso. Esta semana, los inspectores de la Superintendencia de
lnstituciones Financieras denunciaron la aparición de 20 casas de cambio no
autorizadas por el Banco Central, pero con una autorización del Gobierno de la
Ciudad de Buenos Aires que no tiene autoridad para esa autorización. Macri no
pudo evitar su molestia el miércoles en el Alvear y, ante numerosos
empresarios, muchos de ellos simpatizantes que sólo concurrieron a escucharlo,
afirmó que si gana las elecciones pedirá la renuncia del titular del Central,
Alejandro Vanoli. “No puede haber un presidente de la Nación con una política y
un presidente del Central que no coincida con él”, justificaron desde el PRO.
En eso también cambió el discurso de Macri. Cuando el Gobierno forzó
la salida de Martín Redrado, decía que el Central tenía que ser autónomo. Ahora
dice que tiene que responder a las políticas de la Nación. En realidad, lo que
dice es que el titular del Central tiene que ser autónomo cuando se impulsan
políticas heterodoxas, pero subordinado cuando las estrategias son
neoliberales. Con un discurso antiinflacionario, Macri viene anunciando medidas
que provocarían un golpe inflacionario.
Las matemáticas también son puestas a prueba con el resultado de las
PASO. El candidato que ganó con más del 38 por ciento de los votos, con una
diferencia de más de ocho puntos sobre la suma de todos los precandidatos de la
principal fuerza de oposición, es tratado por los medios corporativos como
perdedor de la contienda. Y aplauden como ganador al que obtuvo un poco más del
24 por ciento. Suman los seis puntos que obtuvieron los otros candidatos de la
alianza de centroderecha Cambiemos y dicen que ellos son la mayoría de los que
se oponen al oficialismo y, como tal, se le suman los votos de los otros
candidatos de la oposición. La cuenta que hace es desopilante: “Somos la
mayoría de la mayoría de los que no votaron a Daniel Scioli”. Si ganara Macri
tendría a todos los gobernadores, menos uno, en contra y tendría el Congreso en
contra.
Los analistas que funcionan como voceros de los medios corporativos
resaltaban antes de estas PASO nacionales que el oficialismo había perdido en
Corrientes, Neuquén, Santa Fe y Río Negro. Scioli ganó en esas cuatro
provincias y en Mendoza acortó la diferencia a sólo tres puntos. Daban por
seguro que el oficialismo iba a perder o a sufrir en Tucumán, La Rioja y
Catamarca, pero allí también arrasó el candidato del kirchnerismo. Se dijo que
María Eugenia Vidal había hecho una gran elección, pero si repite esas cifras
en octubre, no ganaría ninguna intendencia nueva en el conurbano. En cambio, el
oficialismo fue mayoría en algunas que había perdido con el massismo y con
fuerzas vecinales. Los resultados de Scioli estuvieron apenas un poco por debajo
de su objetivo de máxima. Su desafío para las generales de octubre será
seguramente crecer dos o tres puntos en la provincia de Buenos Aires, con lo
que ganaría en primera vuelta.
Scioli llegó a su techo dicen estos analistas de las corporaciones. Pero
Scioli es el único que tiene más o menos garantizados sus votos. Macri tiene
que contener al seis por ciento que votó a Sanz y Carrió, varios de los cuales
podrían irse con Margarita Stolbizer. Y Sergio Massa, el ganador de la interna
de UNA, tiene una más difícil todavía porque su voto en la provincia de Buenos
Aires es muy distinto al de José Manuel de la Sota en Córdoba, parte del cual
ve con simpatía a Scioli. Alguien tendrá que explicar adónde fueron los votos
socialistas en Santa Fe, donde también ganó el oficialismo nacional cuando en
las elecciones anteriores salía tercero claro.
Decir que “somos la mayoría de la mayoría” suena a facilismo. Y cuando
ese argumento sirve para justificar la suma de todos los votos que no fueron al
oficialismo, resulta fantasía pura. No tiene consistencia aunque los analistas
de las corporaciones lo sostengan. Aquí sí las matemáticas no son exactas.
Imaginar el movimiento de los votos como si se tratara de ejércitos que
obedecen órdenes expresa una mirada esquemática y autoritaria sobre la idea del
voto. Hacer cálculos del tipo de “si renuncian Massa y Vidal, se suman en forma
automática los votos de Macri y de Massa” revela una ingenuidad autoritaria
típica de las sectas de izquierda que no diferencian entre sus militantes y sus
votantes.
Una parte importante, pero minoritaria, constituye el núcleo duro de
todas las fuerzas políticas. El resto se relaciona de otra forma con la
política y su voto no está tan comprometido. Por supuesto que eso depende
también de cada elección y de los candidatos, pero el militante sectario tiende
a confundir sus odios o entusiasmos con los de la mayoría de la sociedad.
En ese escenario hay un margen de movilidad que puede ser pequeño
porque las PASO ya mostraron un cuadro general con bastante movilidad con
respecto a las elecciones provinciales que habían sido adelantadas. Son pocos,
pero igual hay votos que se van a mover. Y sobre todo es difícil saber cómo se
comportarán los votos de los que perdieron sus internas. En ese escenario, Massa
tendría que remontar el 14 por ciento que sacó en el tercer puesto y Macri
tiene que casi duplicar los votos que obtuvo en las primarias. A Scioli, al que
los analistas de las corporaciones trataron como el perdedor de estas PASO, le
basta sólo con lograr dos o tres puntos más en la provincia de Buenos Aires.
*Publicado en Página12
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