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Un capitalista con onda dijo
que "si una mariposa bate sus alas en Hong Kong puede provocar una
tempestad en Nueva York". Nacía la globalización: El mundo se volvía un
mercado y las personas consumidores. Esta ingeniosa frase bien puede aplicarse
a la violencia: "un policía mira con odio a un árabe en París y una mujer
muere en Argentina" (o al revés). Cada acto violento (aún menor) es el
comienzo de un círculo concéntrico que alcanzará a los desprevenidos,
desvalidos, débiles.
La violencia genera violencia, y la muerte antinatural, más muerte. Y
ahora esta violencia que se ha vuelto más visible que nunca. O es una violencia
nueva, no lo sé. La sufren las mujeres en manos de los hombres. El número es
abrumador y de poco vale el consuelo de las estadísticas. Las estadísticas
mienten aunque digan la verdad. No es consuelo decir que un número más grande
de mujeres murió décadas atrás por cuestiones ideológicas, o en mitad del siglo
por tener la nariz grande. O por ser botín de soldados, de conquistadores, de
traficantes de esclavas.
De poco vale el consuelo de aceptar que la violencia está en el hombre
desde sus orígenes, como en "2001, odisea del espacio", cuando un
primate (supongo que macho) mata al otro con un hueso. Está en la Biblia. En
todas las mitologías, en todas las culturas, en el arte, en la ciencia.
Por eso, ¿cómo hacer que la marcha, la consigna "Ni una
menos" y los carteles no sean superados por el primer acontecimiento
relevante? ¿Cómo hacer que esa energía no se diluya luego de que uno volvió a
su casa con la consciencia limpia (o limpiada, "que no es lo mismo, pero
es igual", diría Silvio Rodríguez) pero sabiendo que es cuestión de horas
para que esa violencia se cobre una nueva víctima?
Ya lo dijo Beatriz Sarlo en TN cuando le preguntaron por qué las
caceroleadas iban de fracaso en fracaso. Dijo algo así: Las convocatorias
inorgánicas pueden derivar hacia cualquier lado, incluso hacia un mundial de
fútbol. ¿Cómo hacer para que la marcha sea el comienzo de un cambio y no un
intento de lavar culpas, de borrar la indiferencia? Y que no sea olvidada por
la llegada de la Copa América.
Sí, habrá nuevas leyes, promesas, comisarías especializadas, pero
todos sabemos que ese victimario, el de hoy, el de mañana, no se detendrá en el
análisis de las leyes a la hora de matar. No pensará en su madre, hermana,
hija. Matará porque cree que matar es un casillero que se puede llenar, como
podría llenar otros: irse, serenarse. O pegarse un tiro.
Para que las cosas mejoren de verdad, luego de la marcha habría que
cambiar muchas cosas: leyes, el estado, la justicia, la televisión, la iglesia,
el fútbol, la educación, la escuela, la mentalidad de muchas maestras/os, de
muchos padres/madres; y, de ser posible cambiar, el pasado.
Viajar al pasado para cambiar aquello que dio origen a la violencia
que hoy se combate. Viajar en el tiempo como Terminator, por ejemplo, para
matar a Hitler. ¿Matar a Hitler sería matar el nazismo? Pero matar a Hitler es
violencia. Y eso escribiría en el agua de la historia otro círculo concéntrico
que nos alcanzaría de una u otra manera. Una mariposa aletea en la Alemania
nazi y policías italianos o españoles ven como una patera de negros se hunde
frente a la costa mientras discuten que si el Barsa o la Juventus.
Demasiado por cambiar. Imposible. Pero habrá que intentarlo. Hacer el
esfuerzo, darle una vuelta y otra vuelta al asunto a ver si asoman soluciones,
remedios, tisanas, panaceas. Me refiero a los hombres, que somos los interpelados,
expuestos, acusados. Poco importa que el que escribe nunca haya insultado ni
pegado a una mujer. Es el mundo de los hombres; los hombres inventamos la
guerra, el capitalismo, el colonialismo, el nazismo (y la mayoría de esas cosas
las hicimos cuando la mujer ni opinar podía).
Lo que está en la lupa es el mundo creado y gobernado por los hombres.
No me da el cuero para pedir perdón, como hizo el escritor y amigo Enzo
Maqueira en Clarín. No me siento culpable; pero acepto que se me incluya en el pelotón
de los responsables así como yo suelo responsabilizar al capitalismo de tantas
muertes y sé que hay capitalistas que no matan porque están demasiados
preocupados por acumular ("que no es lo mismo pero es igual", otra
vez Silvio).
Las mujeres celebran con verdaderas ganas estas reflexiones
masculinas, intentos de perdón como el de Enzo y otros, que son meritorios y
quizá necesarios. Se los repostea, retuitea, y llueven los Me Gusta. Pero
lamento ser el mensajero de las malas noticias: los hombres que matan no piden
perdón, y menos antes de matar.
Si no se le encuentra una solución ahora, todo lo que digamos y
pensemos en el futuro sobre una mujer, va a estar cuestionado: los chistes, los
piropos inocentes (pongo el ejemplo para que no se malentienda: "de verla,
nomás, el día resplandece"), los pensamientos románticos.
Si no aparece una solución, al menos un camino, corremos del riesgo de
dejar de emocionarnos cuando nos cuenten que una pareja se enamoró en plena
calle, luego de mirarse a los ojos, para pensar que cada vez que un hombre mira
a una mujer en la calle lo que busca es dominarla, poseerla, someterla.
Corremos el riesgo de que todo humor sea visto como intento de
humillar. De que todos los chicos jugando en un recreo sean chicos practicando
bullying, unos victimarios, otros víctimas. De ahí al silencio hay un solo
paso. Sería algo así como un minuto de silencio eterno. O millones de minutos
de silencio encadenados hasta el infinito. Las víctimas lo merecerían, pero el
mundo se volvería insoportable de habitar. Y eso no significaría que las
muertes se vayan a detener.
No soy de los que creen que contar un chiste de judíos es ser racista.
Pero hace rato que no cuento chistes de judíos, de negros, de mujeres, de
suegras. Me he remitido exclusivamente a chistes de pelados, músicos o
escritores, porque nadie se discrimina a sí mismo. Creo.
Quizá, por vivir en ese minuto de silencio eterno, hasta dejemos de
cantar, por censura, o autocensura, esa canción de Silvio que vengo citando, y
que dice: "Soy feliz/soy un hombre feliz/y quiero que me perdonen/por este
día/los muertos de mi felicidad". Y nunca se sabrá si es que dejamos de
cantar por homenaje a las muertas o por temor a ser malinterpretados.
Además, las buenas intenciones chocan con el interés de sectores que
lucran con la violencia, o volviendo a la mujer una cosa que se puede comprar,
decorar, intercambiar, comprar, vender, romper, matar (Hollywood, fabricantes
de armas, noticieros, publicitarios, etc.), y que no van a dejar de hacerlo.
Por eso, mientras uno intenta que la mariposa de la violencia no
aletee en su propia casa, trabajo, en la escuela de sus hijos, se debe hacer lo
posible para que ese discurso cambie. Sino, seguiremos contando muertes y
apelando a las estadísticas para demostrar lo que nos dé menos vergüenza.
*Publicado en Rosario12
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