Por Dr. Rubén Visconti*
Hasta la aparición del sistema económico del capitalismo, la composición de
las clases sociales obedecía a una clasificación muy simplista y real; una de
ellas era conformada por un sector poseedor de todas las riquezas habidas y
todas las manifestaciones de los poderes
de los gobiernos, con la aceptación general de que el origen de reyes prevenía
de la voluntad de Dios y, otra, la que hoy denominamos como pueblo que habían
pasado desde su condición de esclavos, a siervos de la gleba para constituir la
totalidad de los miserables del mundo, sin derechos de ninguna naturaleza, hambrientos,
derrapados y desposeídos y ,además, sujetos a las falsas afirmaciones de la
Iglesia Católica que bajo las promesas de un mundo mejor después de la muerte
los inducía a aceptar mansamente los sufrimientos de sus miserable condición
humana.
Luego, cuando apareció el capitalismo esa estrecha división dicotómica
compuesta por esas dos clases sociales, dueños de todo y desposeídos de todo,
apareció una nueva clasificación la que pasa a ser la de empresarios y obreros
la que aún tiene vigencia en nuestros días, pero con la actual complicación de
que surgió otra clase intermedia llamada
clase media y a su vez la clase trabajadora comenzó a dividirse en razón
de que aun sujetos al mismo régimen de explotación del capital las diferentes
manifestaciones de los diferentes trabajos no fabriles dieron lugar a una clase
trabajadora sujeta al mismo nivel de explotación, pero con diversas
ubicaciones, por ejemplo, los de los crecientes servicios los cuales reciben otra denominación, por
ejemplo, empleados, con el agravante de que muchos de los cuales rechazan y
auto niegan que en realidad y a pesar de recibir similar grado de explotación,
se animan a denominarse como integrantes de una clase media inferior.
Sintéticamente podríamos asegurar que las diferentes clases sociales
existentes en la actualidad serían, los
empresarios o sector dominante, la clase media superior, la clase media
inferior, la clase trabajadora cuyas características pueden considerarse como
una manifestación más transferible en el tiempo y por tanto más identificable.
Ahora bien, si con un grado de aceptación general en esta breve descripción
histórica podemos aceptar que cuando Carlos Marx analizó la composición de las
clases sociales en el siglo 19 consideró como el sujeto revolucionario a la que
en estos momentos estaba constituida por la clase obrera, es decir, al sector
humano que se desempeñaba en los talleres y fábricas y en las explotaciones
mineras y otras similares, estuvo acertado en su elección, pero no así en la
proyección de la futura composición de la clase explotada que a pesar de ello
obedecería a otra ubicación en la composición social.
Así y a medida que fueron avanzando las cosas, ese sujeto revolucionario
según la proposición de Marx no obedeció a posteriori con la homogeneidad supuesta por lo dicho,
pero además, dadas las diferentes condiciones de ese compuesto social
conformado por los trabajadores, sufrió las consecuencias de que en el grupo
existían otras enormes fisuras, una la de los trabajadores de cuello duro vigentes
en los países de mayor desarrollo y el resto de los países pobres que eran
explotados por los países imperiales; ventajas de esa explotación de las cuales
se beneficiaban los trabajadores de cuello duro conjuntamente con los sectores
dominantes de sus propios países. Claramente,
no había ni hay homogeneidad entre unos y otros y aquella proclama del manifiesto
del 48 ¡trabajadores del mundo, uníos! resultó muy difícil sino imposible de
hacerse realidad.
Podemos señalar otro aspecto de este aspecto dicotómico del comportamiento
de la clase trabajadora que permite analizarla desde otro punto de vista, el de
la clase a la que pertenece en un momento dado y el deseo de cambiar de estado,
es decir, de clase, un impulso sicológico innegable en cada ser humano de
cambiar su situación actual a otra considerada más elevada en el contexto
social.
Por eso y y considerando los otros aspectos del pensamiento marxista tales como
la plusvalía, las causales históricas de la acumulación del capital imputadas
al trabajo, el materialismo histórico , las razones culturales que gobiernan la
formación arbitraria de la conciencia humana como ser los aspectos religiosos,
consideramos que el no acierto del que
acusamos a Marx al llamar e impulsar como al sujeto revolucionario a los obreros del siglo 19, error ante la
imposibilidad humana de prever el mundo del futuro, hay que retomarlo
concitando en el carácter de sujeto revolucionario a todos los sectores
sociales sujetos a obvios niveles de explotación por parte de los dueños del
mundo que bajo el lema ¡explotados del mundo , uníos! Impulsen a la formación
de sociedades más justas, iguales y por lo tanto libres.
*Doctor en economía, Docente de la UNR, Miembro del CEP
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