Uno de los paradigmas del neoliberalismo es la ya famosa “teoría del derrame”. Es aquella que determina que, para que los sectores empobrecidos de la población puedan alcanzar mejores condiciones económicas, primero debe haber un crecimiento macro-económico que les permita a las corporaciones dominantes realizar inversiones que, a su vez, “derrame” sobre la población algo de los beneficios que eso genere. Un fraude relatado como “filosofía” del desarrollo virtuoso, cuando lo único “beneficioso” del sistema es la acumulación multiplicada de riquezas obtenidas por la multiplicación de los esfuerzos de los postergados de siempre, conminados a la espera eterna de los réditos que sus ostentosos usufructuarios jamás les distribuirán.
Ha siso mil veces retratado con la figura de un vaso lleno que, a punto de rebalsar y dejar caer las gotas de su preciado contenido a los desesperados sedientos que se encuentran en su base, siempre va a pasar algo que evite que tal cosa suceda, desde una succión de semejante riqueza desde arriba mediante los más diversos métodos, hasta el ficcional crecimiento de la altura del propio vaso. La cuestión es que jamás llegará el tan deseado flujo de bienes, confiscados permanentemente por la avaricia creadora del método perverso que engaña y tuerce los destinos de las naciones hacia los rincones de la miseria y el subdesarrollo.
Argentina ha podido “descansar” de tan sucio criterio miserabilizador de los gobiernos, en un muy corto período de su historia reciente. Cuando lo logró, reapareció la esperanza de la existencia de la justicia social, avasallada siempre por aquella metodología del horror financiero y anti-productivo. La explicación estuvo en la valentía de los gobernantes frente al Poder Real, ese que domina las estructuras económicas fundamentales y lava los cerebros desde sus púlpitos televisivos. La medida del éxito ante semejante enemigo de lo popular y lo nacional, de la soberanía y del buen vivir de las mayorías, sólo pudo ser alcanzado por el atrevimiento de tocar sus intereses, de poner límites a sus demandas obscenas, de transferir tanta acumulación ilícita hacia los auténticos productores de la riqueza nacional.
Alejados estamos ahora mismo de ese tipo de acciones valientes, cuando toda la actitud gubernamental pasa por hacer “convenios” con los dueños del Poder, por establecer “consensos” con esos paquidermos generadores de todos los males y receptores de todos los beneficios. Se ríen (literalmente) de las propuestas de mejoras distributivas, se enojan ante la posibilidad de que les alcance un mísero impuesto a sus evasiones milmillonarias, contratacan con ferocidad remarcando precios y generando corridas financieras para obligar a retroceder al gobierno hasta de sus tímidas propuestas.
La población, escuchante quieta de las intrigas y las demonizaciones mediáticas, sólo atina a protestar en voz baja y señalar a los responsables que los mismos medios falsificadores de la verdad les señalan. La culpa será (siempre) del “populismo”, palabra tan en boga y tan estigmatizante como todo lo que se genera desde las corporaciones de la palabra escrita, radial, televisiva e informática. Palabra que, en nuestro País, remite al peronismo, el alter ego del odio oligárquico y clasemediero por excelencia. Para eso, la historia se oculta desde la niñez en las escuelas, hasta la vejez y las pantallas del entretenimiento falaz. El pensamiento deja así de ser propio, para convertirse en un apéndice de esa informe masa de brutalidades expandidas por centenares de propaladores de la imbecilidad consumada.
No alcanza con la buena voluntad, ni es productivo el endiosar el diálogo de sordos con semejantes enemigos de la justicia distributiva. Vale mejor hacerles frente con el respaldo de las mayorías conscientes de la necesidad de acabar con sus poderes fácticos y eliminar del camino sus piedras del retroceso permanente. La generosidad hacia tanta odiosa condición de dominación, termina por derribar las esperanzas populares y hacernos caer en las trampas mil veces colocadas ante nosotros. El relato del derrame debe cesar ya, dejando paso al de la convocatoria al protagonismo del Pueblo, que no puede seguir siendo el convidado de piedra en las discusiones de su destino. La mentira programada en los focus group de los “dinosaurios” de la economía, ya no debe ser tenida en cuenta, salvo para conocer sus intenciones y maniobrar para impedir sus puestas en marcha.
Atreverse a hacer lo que ya se hizo en otros tiempos de felicidades al alcance de la mano, no es una simple expresión de deseos o una utopía. Es la necesidad convertida en bandera para la victoria, es el derecho a ser una Nación guiada por sus verdaderos dueños, es quitarles de las manos ensangrentadas por décadas de odios y oprobios a los malditos ladrones de nuestra historia que, para evitar sus retornos, deberán pagar ejemplarmente sus culpas de traidores.
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