Amado y odiado. Maldecido y vivado. Exaltado y vilipendiado. Abrazado y abandonado. No hubo término medio para este Dios de la pasión y el desparpajo. No tuvo descanso de los ataques arteros y los amores infinitos. Este indispensable hacedor de felicidades sencillas, promotor de sonrisas y sueños de copas levantadas, constructor de alegrías impensadas en los desarrapados de toda la vida, se las arreglaba para extender su mano y ayudarnos a convertir el gol de la esperanza. Removía en el interior de cada uno, los sentimientos más honestos hacia una Patria que encendía con sus fintas, hasta convertir el sol en una pelota que conducía con sus pies enamorados de la gramilla hacia el arco del triunfo popular. Recorrió un camino repleto de sueños y caídas, de zancadillas de su historia de eterno fugado de la vida pobre en la que creció su ilusión de selecciones y mundiales. Salido del barro nunca negado, levantó el imperio de su belleza y maestria futbolera hasta convertirnos a todos en absortos apasionados de esa bola de cuero que hacia bailar el ballet de la gloria permanente. Enfrentaba a reyes y papas, se rebelaba por las mismas injusticias que sublevan a cada ser humano con razón y corazón, se encendía ante los especuladores mediáticos que intentaban alejarlo de su Pueblo, evocaba a los mártires populares y aseguraba su pertenencia a las mejores pasiones soberanas. Se apoyó en los grandes de la historia contemporánea de Nuestra América, alzando su voz contra sus enemigos, desatando la ira de los pretendidos dueños de la pelota y de su vida. Nos arropó con sus palabras sencillas y transparentes, haciendo de la nada un Mundo nuevo de sueños compartidos, dejando una estela de sentidos siempre auténtico, un camino trazado sobre el simple suelo del potrero de la vida.
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