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Roberto MarraImagen de "Visión País"
La palabra “trabajo” proviene, etimológicamente, de la designación de un elemento de tortura, el “tripalium”, especie de cepo que era utilizado para amarrar a los reos en la antigua Roma. Pasó a constituirse en referencia de los esfuerzos físicos cuyos resultados eran dolores parecidos a los de una tortura de ese nivel. No es extraño, entonces, que esa acción y su efecto hayan terminado por equipararse al sufrimiento de los bueyes al arrastrar elementos de labranza de la tierra, mediante el denominado “yugo”.
Extraña paradoja del origen de esa palabra que nombra a una de las mayores aspiraciones de la mayoría apabullante de personas, cuyas existencias giran en torno de ese ambicionado “trabajo”, “laburo” o “yugo” que les permita su alimentación, su vestido y su hábitat. Contradictoria forma de desarrollar sus vidas la de los seres humanos, considerando semejante etimología, al establecer como anhelo soportar el peso de una “tortura” diaria a cambio de una remuneración que, mayoritariamente, no se condice con las necesidades ciertas que se tienen para sobrevivir.
Pero el trabajo se ha constituido, a pesar de su procedencia semántica, en el centro de las disputas sociales, derivadas de las relaciones de poder generadas por el capitalismo reinante. La apropiación del concepto de “desarrollo” como herramienta de los constituidos como Poder Real, terminó por involucrar a los “modernos esclavos” en batallas mortales en la búsqueda de la sobrevivencia, o la elevación de sus niveles de vida, esto cuando se trata de una capa social un poco más elevada en los términos retributivos de sus esfuerzos.
Sector mayoritario siempre, los trabajadores se han convertido en el eje de discusión permanente, en la medida de la mayor o menor justicia distributiva del resultado de la suma de sus esfuerzos en la sociedad. Enfrente anidan los “buitres” humanos, los empoderados de las riquezas a fuerza del engaño y sus “daños colaterales”, los dueños de las fortunas sustraídas mediante ese proceder ominoso del liso y llano robo de la plusvalía generada por los millones de atrapados en esa inmensa red de necesidades, las más de las veces, innecesarias.
Los manejos sistematizados de las definiciones económicas, financieras, históricas y sociales, han logrado establecer ideologías y paradigmas absolutamente inútiles para quienes ofrecen su fuerza de trabajo, sea manual o intelectual. La formación escolar inicial y su correlato universitario, han ido generando individuos mayoritariamente desinteresados en sus pertenencias y en las razones de sus situaciones en la pirámide social. Sumado al apoderamiento masivo de los medios de comunicación por parte del Poder Real, se ha logrado producir lo que se señala como “pensamiento único”, esa manifestación de la profunda denigración humana, destinada sólo a favorecer a un pequeñisimo número de personas, que se imaginan a sí mismas como predestinadas para ejercer esos repugnantes roles de “dirigentes” de la humanidad.
Tan alto es el grado de penetración de semejante criterio excluyente, que la política, eso que debiera ser un imprescindible método de búsqueda de superación de las desigualdades y sus pérfidos resultados, termina por integrarse a la maquinaria perversa que generó y estableció el estado de las cosas que nos somete al arbitrio de tan pocos y martiriza al resto de la sociedad.
La corrupción, el “canallito de batalla” de los canallas que dictaminan culpables a través de las pantallas vomitivas de falacias, es, en realidad, el instrumento de los poderosos para envilecer esa noble actividad. Con sus espúrios manejos prebendarios, desvían la atención de las mayorías hacia los árboles de las acusaciones infundadas que les tapan el bosque de sus miserias, enlodando a los pocos líderes capacitados para entender las razones de los martirios cotidianos y proponer salidas reales a semejantes padecimientos.
Para que el “trabajo” deje de asemejarse a su antigua definición, para que el “yugo” diario sea quitado de nuestros cuerpos y espíritus maltratados, para que la pobreza no sea más la condición mayoritaria de quienes ennoblecen la humanidad con sus empeños, para que la miseria no siga alimentando las fortunas de los engreídos propietarios de casi todo, es momento de levantar la vista hacia el horizonte de la verdad.
Es tiempo de volver sobre los pasos de la ignominia y la sinrazón, de tomar de nuevo a aquellas banderas libertarias hechas jirones por la horda de inútiles autoasumidos como dueños de una realidad que nos pertenece por esfuerzo, de reconocer en los millones de sometidos a nuestros hermanos, de re-encontrar las utopías abandonadas al costado de un camino convertido en autopista al abismo de la irracionalidad inventada para hacer papilla nuestras esperanzas. Es hora, por fin, de comenzar a terminar con la tortura cotidiana, aplastar a los ladrones de nuestras capacidades, expulsarlos de sus tronos de pretendida hegemonía moral y transformar al trabajo en la ocupación de los roles deseados por cada quien, en busca de un desarrollo que sólo puede ser auténtico, con Justicia Social.
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