Imgen de "Globedia" |
Por
Roberto Marra
Los
tóxicos son sustancias que, de acuerdo a las cantidades de los
mismos, provocan efectos químicos en los organismos vivos, generando
trastornos que pueden ser desde leves hasta mortales. Agro, por su
parte, es un prefijo que equivale a “campo”. Todo indicaría,
entonces, que la conjunción de ambos términos nos da una palabra
(agrotóxicos) que nos habla de elementos químicos que poseen
peligros para los seres vivos involucrados en la actividad
relacionada con el aprovechamiento de las riquezas potenciales de la
tierra.
No
son nuevos los métodos agropecuarios que involucran sustancias
potencialmente peligrosas para elevar la productividad de cultivos o
animales. Pero ha sido en los últimos cuarenta años
(aproximadamente) que ha venido elevando su participación en esas
metodologías productivistas que solo buscan rindes fabulosos sin
considerar sus efectos “secundarios”. Y han resultado ser las
tierras de los países considerados “sub-desarrollados”, los que
más se han visto invadidos por esos procesos y toda la parafernalia
que viene detrás, como la generación de organismos genéticamente
modificados, probados en nuestras feraces sabanas y pampas, para
regocijo de la industria y los laboratorios que crean y distribuyen
esos inventos.
Después
de un largo período de aplicación de estos sistemas, fueron
haciendo su aparición los efectos que, desde el comienzo mismo de
sus aplicaciones, fueron advertidos por científicos y expertos de
todo el Planeta. Se han venido sembrando semillas y criando animales
de forma tóxica, pero nunca ha sido capaz nadie que pertenezca al
círculo vicioso de la productividad agraria letal, de prestar
atención a tales avisos. Peor, por el contrario, se han rebelado
furiosamente contra quienes señalan con detalles precisos los daños
reales que provocan ahora y provocarán mucho más en el futuro, de
continuarse con las mismas prácticas.
“Poderoso
caballero, Don Dinero”, ha logrado inmunidad para los asesinos
escondidos en los laboratorios, los productores de mentes obnubiladas
por las ganancias monumentales y los nuevos modelos de 4x4, y los
funcionarios de lapiceras ágiles para firmar decretos que les
aseguren la tranquila continuidad de sus perversiones agrarias. Las
disculpas extorsivas fluyen raudamente de las bocas de los ineptos
que pretenden dirigir los destinos de la producción, anteponiendo
los bolsillos repletos de dólares frente al final obsceno de la
muerte de personas relacionadas con la actividad, una especie de
“ofrenda” al “dios mercado” que los conduce.
Pavoroso
destino buscado de ex profeso por las corporaciones transnacionales
que dominan oligopólicamente el manejo de las producciones
agropecuarias del Mundo. Genocidio planetario derivado de la codicia
insensata de esos poderosos dueños de casi todo, dispuestos siempre
a hacer un poco más de daño, cuando de ganancias se trata.
Alteración genética mediante, somos para ellos como los yuyos que
matan con sus glifosatos, simples plantines que pasan por la vida
para alimentar el suelo con el jugo de nuestras existencias,
obligados a servir al amo que nos asesina con cada bocado contaminado
que tragamos o con cada gota de agua envenenada que consumimos.
No
es que no exista alternativa a semejante desajuste con la naturaleza.
No es que no se pueda cultivar con semillas autóctonas antes que
compradas a los monopolios extranjeros y tener rindes fabulosos. No
es que no se puedan criar animales con métodos complementarios de la
agricultura, sin la utilización horrorosa de anabólicos y
antibióticos, para generar ejemplares fuertes y sanos. No es que
estemos obligados a fabricar nuestras propias tumbas alimenticias.
Las
opciones están allí, al alcance de nuestras manos y, sobre todo, de
nuestras necesidades alimenticias, económicas y sociales. Dar el
paso hacia la soberanía alimentaria, implica renovar los conceptos
productivos, revalorizar los conocimientos ancestrales, reproducir
los valores perdidos detrás de las monedas miserables de un imperio
que también nos domina por este lado, obligándonos a consumir sus
comidas de plástico y cartón pintado, paradigma horrendo de un
destino que es imprescindible cambiar ya, para salvar la vida. La
nuestra y la de todo el Planeta.
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