Por
Roberto Marra
Desde
chicos nuestras madres nos enseñaron la importancia de los “buenos
modales”. La cortesía hacia los demás forma parte del andamiaje
de la socialización ejercida desde los progenitores y, más tarde,
desde la escuela. Con esa base conceptual para las relaciones
humanas, el mundo en que vivimos debiera ser un “edén”, donde la
amabilidad y la urbanidad formaran parte irrestricta en las
relaciones humanas.
Sin
embargo, aquellos “buenos modales” abandonados que nos enseñaron
alguna vez de niños, se nos exige ahora para dirigirnos a ellos, los
dueños del Poder. Se nos exige como individuos y como sociedad, al
pretender que los gobiernos que elegimos para representar nuestros
intereses, en busca de una justicia social tan anhelada como
escurridiza, también deban establecer una suerte de reverencia
permanente ante sus poderes (supuestamente) infinitos.
Si
un miembro de un gobierno popular se “atreve” a manifestar la
irrefutable verdad de los hechos que determinan las marginaciones
sociales, las pobrezas materiales y espirituales de las mayorías que
ese Poder fabrica cada día, de inmediato saltarán sus escribas
miserables para señalar los “atrevimientos” de tales
funcionarios, y exigir las rectificaciones que serán el
salvoconducto para frenar sus actos golpistas (por un tiempo,
apenas).
Peores
serán las reacciones de los sectores sociales que forman parte de
ese Poder casi omnímodo, dictaminando el fin de esos gobernantes si
continúan con los dichos contrarios a sus intereses. Para esto,
nadie como los pertenecientes a esa clase heredera de latifundios
regados con sangre de indígenas primero y de peones después. Allí
andarán extorsionando con sus “tractorazos”, pretendiéndose
ajenos a la sociedad, parte de una aristocracia que solo está para
ganar, estirpe a quienes los impuestos no pueden ni deben jamás
tocarlos.
Los
gobernantes sensibles, aprisionados entre los reclamos populares, las
necesidades de inmediata protección a los más débiles, las
demandas de los trabajadores públicos y privados, el apremio de las
pequeñas empresas y el imprescindible desarrollo productivo que
genere divisas para el pago de las deudas, se ven compelidos a bajar
el tono confrontativo de sus discursos, para refugiarse en aquellos
“buenos modales” que, de seguro, les “sugerirán” desde los
medios para congraciarse con los poderosos, bajo amenaza de acabar
hasta con esta ilusión de democracia en la que se vive, donde la
igualdad solo es retórica y la libertad depende del nivel económico
que se posea.
No
faltarán los apasionados militantes que se horrorizen por los tonos
“cautelosos” de sus líderes, por la falta de determinaciones
tajantes ante los enemigos políticos. El cansancio de los años de
padecimientos en espera de vencer a los malditos dueños de nuestras
vidas, les otorga un buen grado de razón. Claro que la sociedad y
sus mayorías pasivas, la carencia de una consciencia colectiva que
redunde en la comprensión de la realidad y el efecto disuasivo de la
farsa mediática que provee de verdades inventadas para la ocasión,
harán de esos deseos casi letra muerta, papilla política que se
desangrará en divisiones inútiles, solo favorables al enemigo que
cizaña nuestras utopías y trata de enterrarlas en el foso del
infortunio eterno.
Es
tiempo, ahora mismo, de edificar y asumir nuestro protagonismo
colectivo para demostrarles a nuestros históricos y mortales
enemigos, que se acerca el fin de sus soberbias y sus dominios; que
somos capaces de construir una sociedad solidaria a pesar suyo; que
las banderas surgidas al calor de las luchas de dos siglos no serán
arriadas ante sus corruptos procederes; que la vida de todo un Pueblo
no será dejada nunca más en sus manos a cambio de un derrame que,
ya lo supimos decenas de veces, jamás sucederá; que sus extorsiones
las aplastaremos con unidad de criterio y acción; que la Patria no
es “el campo” ni su sucio dinero manchado del glifosato asesino;
que un grupo de oligarcas no habrá de poder ya con nuestra decisión
de ser mucho más que una simple suma de individuos, para
convertirnos en aquello por lo que nuestros ancestros de espada en
mano fueron derrotados al comienzo de nuestra historia libertaria:
una Nación justa, libre y soberana. Habrá que hacerlo, con buenos o
con malos modales.
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