Imagen de "New York Magazine" |
Por
Roberto Marra
La
cultura comunicacional estadounidense ha ido penetrando de tal manera
a la del resto de los países, que ya no hay diferencias entre lo que
se puede ver y escuchar en cada uno de ellos. Los modos y las formas
son copiados con absoluta fidelidad a ese modelo atravesado por una
clara ideología supremacista, despreciativa y menoscabante de otras
civilizaciones, solo mostradas como curiosidades étnicas, antes que
como lógicas manifestaciones de culturas alternativas a las propias.
De
allí a la tergiversación de la realidad, solo media la ética que
pudiera sostener el comunicador, las más de las veces dispuesto a
pisotearla en nombre de ese conocido y poderoso caballero, “don
dinero”. Colocada esa medida de la irresponsabilidad social como
patrón de la comunicación, ya nada se podrá esperar de bueno para
satisfacer las necesidades del conocimiento masivo de los sucesos
reales, tan indispensables para elaborar buenas conciencias y
construir mejores futuros para los pueblos.
Por
esos andariveles transitan quienes deben transmitir los hechos
complejos que suceden en nuestras naciones tan convulsas. Con esos
paradigmas falaces se entrometen en nuestras vidas a través de las
pantallas y destruyen las verdades populares, hacen añicos lo
evidente y generan desprecios y odios incompatibles con los hechos,
que jamás se conocerán a través de semejantes aprendices de la
inmoralidad disfrazada de “seriedad”.
Uno
de los más copiados métodos político-periodísticos que se han
impuesto en casi todos los países, es el de los “debates” entre
candidatos de una inminente contienda electoral. Allí se pone blanco
sobre negro acerca de que va este método comunicacional, basado en
la organización de lo falaz para obligar a pensar como el sistema
político mundial lo crea conveniente para sus intereses.
La
hipocresía elevada al rango de lo ético, la manipulación de los
tiempos para socavar las opiniones adversas al Poder, la
intencionalidad malévola de los temas permitidos y sus impuestas
tajantes definiciones para imposibilitar lo que arguyen como sus
objetivos democráticos; todo se conjuga para dar por tierra con esos
supuestos objetivos tolerantes de las diferencias, transformando el
tan promocionado “debate”, en un simple juego maniqueo, donde la
verdad brilla por su ausencia y la confusión es el rasgo permanente
en las breves y obtusas “discusiones” que se les permite a los
participantes.
Los
espectadores de esta teatralización de la realidad política, solo
verán una representación de lo que en verdad piensan o sienten los
personajes políticos que allí se presentan. Aun con la mejor
voluntad que pongan cada uno de ellos, las limitaciones impuestas
como reglas para “debatir” serán la pared donde chocarán sus
posibles buenas intenciones de dar a conocer sus verdades, generando
sensaciones de vacíos de propuestas y anulando lo que una real
discusión podría brindar para reconocer virtudes y defectos de cada
quien.
Se
trata de una forma más de tergiversar la realidad, donde las
“estrellas” terminan siendo los periodistas, rígidos defensores
del status quo que los sostienen para idiotizar a los millones de
incautos que quedan atrapados en sus redes de maleficios
comunicacionales. Caminando por la cornisa de la verdad, haciendo
malabares con las palabras cortadas a los actores principales de
estas parodias, adoptando poses y tonos copiados a sus alter egos
norteamericanos, estos maquiavélicos representantes de la mentira
organizada intentarán dejarnos las dudas que los poderosos puedan
utilizar para sostener sus ventajas sociales.
A
pesar de sus intentos, siempre habrá una punta de donde tirar del
ovillo de las falsedades, para desarmar tanta hipocresía
desvergonzada, tantos dolores sociales ocultados con falacias, que se
van cayendo ante el empuje de la lucha popular, el enemigo más
temido por estos intrigantes lacayos del Poder, esclavos de sus
palabras y cómplices de las acciones degradantes de una sociedad que
sabrá, antes de lo que ellos prevean, expulsarlos del trono de las
vanidades sin sustento y arrojarlos al definitivo rincón de la
ignorancia.
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