Si
hay algo que el Poder tiene claro, es que ninguna de las figuras
emblemáticas elegidas para encabezar los procesos
político-económicos que les sirven a sus intereses, tiene asegurado
su apoyo eterno. Es que cada uno de ellos son solo pasajeros en esa
locomotora de la acumulación de riquezas, que arrastra los vagones
repletos de riquezas siempre mal habidas, siempre con olor a pólvora
o de color sangre, siempre dejando en el andén de la miseria a
millones de ilusos que espera el derrame prometido cada vez que pasa
por la estación de la inventada esperanza, ese tren de la avaricia
concentrada.
Los
“elegidos” lo serán en tanto sus utilidades sean manifiestas.
Cuando ya sus nombres dejen de convocar o provoquen el inevitable
rechazo que surge tras esos períodos de obnubilación ciudadana que
los coloca en el sitio dirigencial de toda una sociedad, serán
inevitablemente desechados, abandonados al costado de las vías que
nos habrán conducido, siempre, al peor de los mundos, al borde mismo
del abismo de la pérdida de la Nación.
No
tendrán prurito alguno en soltarles las manos y dejarlos solos, para
buscar de inmediato al próximo elegido, que será “construído”
con la ventaja de la acumulación de experiencias anteriores, a
sabiendas de las necesarias preparaciones de subjetividades
ciudadanas que sabrán ajustar lo suficiente para que sea aceptado
mayoritariamente por la población.
Por
increíble que pueda parecer, se renovarán las adhesiones de muchos,
empujados previamente por los consabidos “lavados de cerebros”
que se programan en esos “tanques de pensamiento”, que solo lo
son de oscuras intenciones, a pesar de lo claro que resulta la
repetición de sus consignas, gastadas por tanto uso a lo largo de
tanto tiempo, pero efectivas todavía para las infantiles maneras de
ver la realidad que los rodea, tan obvias como ocultas detrás de las
obscenas cortinas de mentiras de los medios.
“Que
pase el que sigue” parecen decir los poderosos cuando intuyen que
sus “pollos” ya no rinden demasiado. Hasta se darán el lujo de
acercarse a sus enemigos ideológicos, para no perder nada durante
los períodos donde deban retraerse de las gobernanzas, acumulando
fuerzas y facturas que sabrán cobrarse en la siguiente parada,
cuando ya hayan elevado al nuevo “paladín de la democracia” con
el que intentarán regresar al manejo directo del Estado.
Es
la trampa donde tanto ha caído el Pueblo, creyendo en las
denostaciones varias que los poderosos dirigen hacia los mejores
hombres y mujeres que les impiden acrecentar sus poderíos en la
dimensión y con la impunidad que ellos pretenden, pero también
hacia sus propios elegidos, cuando sus servicios no les rinden lo
suficiente. Porque nunca los designados por ellos son tontos ni
locos, sino perversos, verdaderos impúdicos para quienes la moral es
solo una palabra hueca y la sociedad un reservorio de mano de obra
barata para sus negociados.
Es
una tarea imprescindible para el Pueblo, la labor de introspección
que le impida caer nuevamente en ese truco tan obvio y repetido del
cambio de figuritas. Y queda también la necesidad de “abrir la
cabeza” ante los acontecimientos que se sucedan, sin dejar que se
ensucien con la mugre ideológica preparada por el Poder, estudiando
cada palabra y comparando cada hecho, hasta desbrozar la esencia de
sus maléficos mensajes y frenar aquel tren de los avaros
insaciables, para cambiarlo de vía y dirigirlo, por fin, hacia la
soñada estación final de la Justicia Social.
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