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Por
Roberto Marra
“Hay
hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año
y son mejores. Hay quienes luchan muchos años, y son muy buenos.
Pero los hay que luchan toda la vida: esos son los imprescindibles”.
Esta frase, que se le atribuye a Bertold Brecht, no alcanza para
nuestro País. Es que quienes se han apoderado de él y del destino
de su habitantes en estos últimos cuatro años, merecen un parrafo
especial en esa sentencia del genial dramaturgo alemán. Hay que
decirlo: hay hombres (y mujeres) que no luchan nunca y lo tienen
todo, esos son los prescindentes.
No
tuvieron que trabajar para ello. Eso lo hicieron los miembros de esa
especie de claque permanente que estos personajes despreciables
tienen siempre a su alrededor, tan parásitos como ellos pero sin las
fortunas de aquellos. Comunicadores con ínfulas de estrellas de las
pantallas, se disputan el aire televisivo para adular a sus sostenes
económicos, acumulando falsas famas que les estallan cuando sus
“rufianes” de ocasión pierden el mando.
Justamente
ahora, por estos tiempos de “explosiones” verbales del presidente
en retirada, donde con su media lengua ha intentado (inútilmente)
reproducir lo que le recomendaron sus preparadores lingüísticos,
comienzan a caerse las caretas de la conveniencia de los
lisonjeadores en cuestión, intentando despegarse del tren de la
derrota segura, para iniciar una nueva carrera de alabanzas inútiles
tras de los futuros empoderados por el Pueblo.
Los
excesos verbales y las ridiculeces metafóricas no le alcanzaron al
“prescindente”. No hubo anuncios del fin de las inundaciones que
pudieran derivar los votos perdidos por los cuatro años de desmanes
inconcebibles. No pudieron los llantos de cebollas emocionar a nadie,
después de palpar los bolsillos y notar sus flacuras. No hubo
“carajos” donde subirse para eludir la ola brutal de desprecios a
los derechos y miseria perversamente diseñada por el Poder.
Ahora
vienen la etapa de sus huidas, dejando detrás la tierra arrasada
donde deberemos cultivar otra vez la vieja semilla de la justicia
social, abonándola con el sudor de los mismos que perdieron todo
durante el virreinato del obsceno personaje que nos impusieron los
idiotizados con odios sin origen cierto, los propios sojuzgados por
esta caterba de brutos con demasiadas fortunas fugadas.
Atravesar
estos últimos días de sus maléficas decisiones, será muy duro.
Parar esta ola bestial de destrucción social necesitará de mucho
más que esfuerzo. Será preciso plantarse con la firmeza de las
convicciones a flor de piel, mostrar los músculos de la fuerza común
que las sustentan y desarrollar los planes con la urgencia de los
hambreados y la desesperación de los millones de necesitados de
buenas noticias ciertas, para darle fin a la mentira diseñada para
torcer sus empeños. Será esa la chispa que incendie otra vez la
llama de la voluntad popular, perdida durante cuatro años por culpa
de esos parásitos de la política, los prescindentes fabricantes de
nuestra muerte cotidiana.
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