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Por
Roberto Marra
Hace
mucho tiempo, demasiado ya, que las decisiones que tomamos, las
opiniones que generamos, los análisis que pergeñamos, están
manchados por las certezas que nos instalan en nuestros pensamientos
quienes conducen a la humanidad hacia donde sus intereses les
señalan. Allí mismo somos arrastrados, víctimas de la fuerza de
los métodos de comunicación con los cuales nos informan, pero
también nos educan desde que empezamos a adquirir capacidad para
razonar. Y desde antes también.
Así
es que repetimos como loros los conceptos que nos inculcan,
dictaminamos en base a prejuicios instalados como leyes, enjuiciamos
sin más pruebas que los pareceres de quienes acusan, conformando un
entramado de creencias sobre algo que no existe ni nunca existió,
pero que sostenemos con la pasión que genera el poderoso sentimiento
de cercanía a un Poder que jamás compartirá su omnímodo y
perverso mundo de privilegios.
Nos
aseguran que las guerras que promueven son para salvarnos de los
fantasmas que ellos crean. Por allí deambulan sus “caballitos de
batalla”, utilizando cualquier “ismo” que en cada región del
Planeta pueda afectar sus oscuros intereses. Por esas calles nos
conducen a la ignorancia, ese “placentero” lugar donde pareciera
nunca suceder otra cosa que lo que muestran las pantallas de
televisión. Por ese sucio camino vamos hacia la brutalidad de la
inconsciencia sobre la realidad que explota frente a nosotros, que
nos lastima con sus esquirlas de verdades, pero que negamos para dar
rienda suelta a la felicidad de la mentira programada desde los
campos cibernéticos que ahora usan para someternos con mayor
facilidad.
Logran
objetivos inconcebibles, para quienes todavía permanecemos
arraigados a nuestras propias convicciones. Manejan a voluntad a
millones de personas dispuestas a sentenciar a otras tantas para
satisfacer la ansiedad de los poderosos que dominan sus cerebros.
Empujan a pueblos enteros a guerras fraticidas, a violaciones de los
derechos más elementales, a la muerte cotidiana por la miseria y el
hambre. Fuerzan migraciones en masa hacia los supuestos paraísos de
su espurio “primer mundo”, para luego detenerlos casi a las
puertas de esa falsa salvación, o hacerlos morir en el intento en
travesías imposibles de mares convertidos en cementerios.
Cuando
ya han extraído todo lo que deseaban, cuando han dejado yermas la
tierra y las conciencias, cuando se han cansado de matar en nombre de
la democracia y la libertad que nunca permiten, se retiran
satisfechos a gozar de sus ganancias, dejando tras de ellos solo
muerte y desolación, pobreza y desesperación. Se van a buscar otros
destinos donde elaborar nuevos conflictos que les permitan fabricar
sus armas, sus aviones y sus barcos, con el único objetivo de acabar
con la humanidad, solo por puro placer.
Ahora
están a las puertas de nuestra Patria Grande, listos para atropellar
un pedazo de nuestro territorio suramericano, castigado desde siempre
por ese imperio decadente que se resiste a ver la realidad de sus
días contados. Con las mismas herramientas han envuelto a la mayoría
de los habitantes de la Región con la obscena mentira sobre
supuestas “dictaduras”, paradójicamente elegidas por sus pueblos
con mayorías aplastantes. Con las mismas botas sanguinolentas
intentan pisar la dignidad de quienes todavía se sostienen como
bastiones de lo que fueran esos años felices del renacer de
gobiernos parecidos a sus pueblos.
Dormidas
por las falsas pasiones inventadas para la fácil distracción, las
masas de “gozosos” oprimidos repiten, una vez más, las bestiales
consignas de los poderosos. Señalan sin saber, se tapan los ojos
para no ver lo que surge de las entrañas mismas de la historia que
nos mintieron siempre. Sentencian a la muerte a millones de
compatriotas, con tal de defender los supuestos “status” que les
serán arrebatados cuando el imperio ya no los necesite. Y harán
trizas la esperanza de dar fin a los sueños mil veces transferidos
al futuro, para acabar en el abismo de la crueldad de los peores, de
los malditos emisarios de la muerte.
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