domingo, 5 de enero de 2014

EL ACUERDO ENTRE CANÍBALES

Por Hernán Brienza*

En estos tiempos de celebración de fechas democráticas, y hace pocas semanas los argentinos cumplimos 30 años ininterrumpidos bajo ese sistema, se hace necesario no sólo discutir y debatir el rol de los gobiernos,  sino también el de las oposiciones. El otro día, revisando archivos televisivos, encontré la célebre entrevista que Sergio Villarruel, Roberto Maidana y Héctor Timerman le hicieron a principios de septiembre de 1973 al todavía candidato a presidente Juan Domingo Perón. En ese reportaje, el viejo líder, devenido en "león hervíboro" definió a la sociedad argentina como "muy politizada pero con muy poca cultura política" e insistió en la necesidad de armar un consejo de gobierno integrado por oficialistas y opositores que sirva de elemento de consenso entre el Poder Ejecutivo y el Legislativo. Se sabe que la idea de Perón provenía más de la tradición corporativista, con influencia de las Cortes europeas, y relegaba al Parlamento a poco más que redactores de leyes, por lo tanto no es útil retomar esa línea argumentativa. Pero me parece importante detenerme en dos cuestiones básicas: la "cultura política" y el rol de las oposiciones.
Entiendo por "cultura política" las formas de relación entre los distintos actores políticos respecto al sistema democrático –gobierno, oposición, grupos de presión, medios de comunicación– y la forma de involucramiento del individuo ante la cosa pública. Y sostengo que en la Argentina de los últimos 30 años se ha llegado a lo puede denominarse un "acuerdo entre caníbales". Es decir, ante el brutal colofón –la dictadura militar– de la etapa que denomino la "Democracia Imposible" (1916-1983), los principales actores políticos, lejos de llegar a un pacto de premisas mínimas, interpusieron el espanto ante lo pasado. En los momentos de cordialidad, cada uno de los actores jugó su rol con delicada hipocresía; en los momentos de crisis, comenzaron los tarascones. 
Pensemos, por ejemplo, en los finales de ciclo como el de Raúl Alfonsín o la crisis del 2001. Recordemos la brutalidad de la oposición justicialista entre 1988 y 1989, y la voracidad de los grupos de presión como la SRA, la UIA y los principales medios de comunicación, que hicieron todo lo posible para marcar la cancha a la política. Y de hecho lo lograron entre 1991 y el 2001. La crisis de principio de siglo también mostró la facilidad con que la sociedad argentina se canibaliza produciendo muertos, heridos, desplazados, crisis política. Algunos de esos chispazos volvieron a encenderse en diciembre último, claro.
Claro que no se trata de la lógica de la sociedad de consenso, lo que estoy planteando. La política es conflicto, claro. De intereses económicos, de influencias y voluntades y de armazones simbólicos. Lo que cambia, respecto de la "cultura política", es el compromiso de no romper el juego democrático, por ejemplo. La lógica amigo–enemigo, por ejemplo, es perjudicial para la construcción de una "cultura política" sólida. Primero, porque no reconoce al Otro como un par; segundo, porque cierra cualquier tipo de disenso hacia el interior de cada uno de los bloques; tercero, porque no permite el pensamiento en diagonal, es decir, no permite articular elementos de uno y otro sector. Es comprensible en momentos de grandes transformaciones, pero termina siendo contraproducente si se mantiene a lo largo del tiempo. 
¿Por qué? Porque cristaliza a la sociedad en dos posiciones irreconciliables, que tarde o temprano llegan al conflicto. En el "mientras tanto", se producen enfrentamientos de baja intensidad, prejuicios cruzados, incomprensiones y, sobre todo, la lógica centrífuga impide seducir a los sectores moderados en la escala política. Y se construye un andamiaje discursivo de la justificación total por un lado y del ataque total, por el otro. Así, ni el oficialismo permite a los suyos ver los propios errores ni permite a la oposición comprender que no se puede criticar todo y siempre sin caer en contradicciones flagrantes. Se borran lo parámetros: no importa qué haga la presidenta en realidad. Antes era omnipresente ahora omniausente, la cuestión es criticar, oponer, destruir. Y lo mismo puede ocurrir, en algunos casos, con los actos de gobierno. No importa si está bien o mal tal o cual acto de gobierno, hay que defender de cualquier manera. 
Claro que la peor parte la lleva el oficialismo, en todos los casos. Por el desgaste que produce la gestión y porque algunas decisiones pueden generar malestar dentro de las propias filas. Dentro de lo que se conoce como "kirchnerismo amplio", por ejemplo, ya se empiezan a sentir algunas filtraciones, producidas por sectores progresistas que no se sienten interpelados por algunas políticas determinadas y se sienten más invitados a romper con el oficialismo para “salvarse” a ellos mismos que a bancar la parada frente a las tempestades que se avecinan. Para la oposición (en sentido amplio: actores políticos y grupos de presión) el negocio hoy más que nunca es la oposición destructiva.
El otro punto a tomar en cuenta respecto de la "cultura política" es el involucramiento de los individuos en el ámbito político. Claro que no se trata de un "compromiso militante perpetuo", ya que una sociedad así no podría reproducirse económicamente. Pero el argentino lejos está de ser un ciudadano ejemplar: cree que con "pagar los impuestos" –lo mínimo indispensable y en muchos casos evadiendo a la AFIP- ya se ganaron el carnet de Príncipe y Paladín Argentino. Capacidad de información, niveles de participación, compromiso con su realidad inmediata, cooperación solidaria también definen un hacer y un pensar en la materia. Y, sobre todo, su relación con los partidos políticos. 
La crisis de representación de los partidos habla del comportamiento de los políticos pero dice más todavía del individualismo outsider, es decir, de aquellos que prefieren cortarse solos para sobrevivir cargándole sus costos a los demás. Para poner un ejemplo sencillo: el argentino medio semeja a la "bruja quejosa" o el "sabelotodo" del edificio que en vez de comprometerse con el consorcio y controlar desde el Consejo de Administración, se la pasa por los pasillos acusando de corrupción y de mal manejo al tipo que intenta controlar al Administrador fraudulento. Obviamente, estos personajes siempre van a encontrar una factura abultada o una obra que falta o está mal hecha, lo que nunca van a hacer es arremangarse para solucionar el problema. Pero como pagan las expensas, creen que tienen derecho a basurear a cualquiera. Un edificio se sostiene con un par de estos personajes, pero si la mayoría actúa de esa manera, esa administración se convierte en un infierno. Con la política pasa algo similar. Si nadie se compromete y todos se limitan a pagar los impuestos y a quejarse panza arriba, no hay mejora de la cultura política posible.
Por último, un punto que nunca es visualizado es que el "ciudadano que paga las expensas" –escrita esta apelación con ironía– es el verdadero conflicto de intereses en el campo de la acción política. Alborotado por la "histeria coyuntural", definen siempre como adversaria a la gestión política y no a los grupos de presión que muchas veces son más culpables de su situación inmediata que el Estado. Con los cortes de luz, apuntaron al Estado antes que a las empresas; con la inflación señalaron al Estado antes que a los formadores de precios. Más allá de la responsabilidad que tengan los agentes estatales en la falta de control de ciertas empresas, los responsables directos son esos agentes privados. Pero la "cultura política" anti estatal, antisistémica, anárquica-neoliberal –que no tiene absolutamente nada que ver con el noble pensamiento del anarquismo– dirige al individuo a acusar al Estado antes que al privado. Y no es buen negocio en términos colectivos, excepto para el privado, claro. Los medios de comunicación, que son empresas privadas alimentadas por empresas privadas hacen muy bien su tarea, por supuesto.
Una última cosa más: los políticos, que también son en cierta medida una corporación, deberían tomar nota de que su "negocio" consiste en estar más cerca del individuo que de las empresas privadas, porque, se sabe, aunque hoy estén en la oposición, mañana, si están en el oficialismo, los grupos de presión también van a ir por ellos. Y una democracia profundizada no consiste solo en el derecho al pataleo sino fundamentalmente del acceso a la acción política de la mayor cantidad de ciudadanos y de la preeminencia de lo colectivo, a través del Estado y sus diferentes formas de representación y participación, frente a lo privado e individual. Lo contrario es este pacto con los caníbales que llevamos los argentinos desde hace más un siglo.


*Publicado en Tiempo Argentino

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