Desgraciadamente para la democracia argentina, ni Hotton ni la radical Elsa Álvarez tienen pruebas de los supuestos ofrecimientos y sobornos que ellas mismas dicen no haber recibido (¿?)Alguien tiene que decir la verdad sin pelos en la lengua. No lo hizo el diario Clarín. Tampoco lo hicieron los voceros de TN ni los diputados que responden al Peronismo Federal o a Elisa Carrió. Ni siquiera Mirtha Legrand o Mariano Grondona se atrevieron a decirlo con todas las letras. Por eso alguien tiene que decirlo.
Es tiempo de que alguien lo diga: el diputado kirchnerista Carlos Kunkel es un ultraviolento (K) que tuvo el tupé de poner la cara justo en el mismo lugar donde la angelical legisladora Graciela Camaño iba a poner el puño. Y como dijo el flamante marido Mauricio Macri: ni siquiera lo noqueó. Es más, habría que agregar que ni siquiera sangró Kunkel, si es que sangre tiene. Y después de todo, es seguro que algo habrá hecho.
Inversión de la culpabilidad se llama lo que hicieron esta semana los principales voceros de los medios de comunicación hegemónicos. Es decir, que la víctima sea culpable de su propio dolor. Aquí fue sólo una cachetada mal dada, pero si se lleva el argumento hasta las últimas consecuencias, se verá que en el fondo no hay otra cosa que la justificación de la violencia y la cosificación del Otro. Detrás de la investigación de la víctima subyace la perversión de medirle el largo de la pollera a la mujer violada, o de hurgar en la militancia política del joven asesinado o torturado buscando ese nefasto “algo habrán hecho”. Los medios hegemónicos han demostrado una vez más su carga de prejuicio, de intolerancia, de manipulación de la información como en las peores épocas. Hasta un inefable presentador de noticias de TN osó decir que el cachetazo de Camaño era una remake del enfrentamiento entre la juventud sindical y la izquierda peronista de los ’70. Una frase digna de romper las mediciones del boludómetro nacional, para decirlo en términos académicos. La tragedia de miles de muertos banalizada en un manotazo –porque no fue ni un jab ni un uppercut y está en discusión si llegó a ser un cross de derecha– merece que alguien tipifique el delito de “intoxicación de cerebros por caso de micrófono fácil”.
Pero claro, cada sector político tiene los comunicadores que se merece. La diputada Cynthia Hotton, con tonito de alumna de primer banco de escuela privada, explicó “las presiones” que sintió al haber llamado (ella) a la diputada Patricia Fadel. ¿Fue una cama? ¿Le tendió una trampa para hacerla hablar? Es imposible saberlo a esta altura, pero su participación en esta comedia de enredos demuestra los límites de los “nuevos políticos” que se “sienten presionados” por negociaciones que pueden no ser las habituales pero que son parte de la política y que ocurren aquí, en Europa y en los Estados Unidos, por ejemplo. Apoyo parlamentario a cambio de beneficios sectoriales, partidarios o locales hacen a las negociaciones democráticas desde los tiempos de la antigua Grecia.
Desgraciadamente para la democracia argentina, ni Hotton ni la radical Elsa Álvarez tienen pruebas de los supuestos ofrecimiento y sobornos que ellas mismas dicen no haber recibido (¿?) Y es una pena, porque ayudaron a montar un escándalo mediático que intentó enlodar al oficialismo y terminó convirtiéndose en una nube de humo, pero que desprestigió, una vez más, al sistema político argentino en su conjunto. Las presiones no son delitos, y que un diputado se queje por presiones es como que un delantero de Boca se queje porque la defensa de River no lo deja hacer goles.
Párrafo aparte merece la irresponsabilidad política y mediática de Carrió, quien agitó el fantasma de la Banelco con su sonrisa ladeada y socarrona para las cámaras pero no aporta ninguna prueba a la justicia. Antes, por lo menos, para realizar sus investigaciones llenaba cajas y cajas de papeles y documentaciones. Ahora, alcanza con un guiño para las cámaras de TN. Peligrosa parábola la que dibuja Carrió con sus actuaciones: de estrella progre hannaharendtiana a política que justifica los medios por los fines. En términos místicos podría decirse que pasó de parecer la valiente Doncella de Orleáns que iba a salvar a Francia como Juana de Arco a semejar a María Estuardo, la reina inglesa que pasó a degüello a miles de protestantes en un brote mítico que le valió un extraño homenaje: el rojo trago Bloody Mary fue en su recuerdo por haber derramado tanta sangre en su país. Esto dicho como quien sabe que no está haciendo otra cosa que “bastardear las palabras”. Pero quien bastardea a una bastardeadora tiene 100 años de perdón, supongo.
Mientras la oposición se empeña en suicidarse ante los ojos de la sociedad impidiendo que el gobierno obtenga su presupuesto –ya se sabe que en el juego democrático los que aparecen como grandes perdedores son los débiles y los verdugos–, la presidenta anunció el cierre del acuerdo con el Club de París sin la intermediación del FMI para terminar de sacar al país del default y defendió el modelo económico frente a los empresarios de la UIA que cuestionaron algunos aspectos económicos del actual proceso, y exigieron un tipo de cambio más alto y competitivo aun a costa de generar un mayor inflación que perjudique al bolsillo de los trabajadores. Es decir, que en el mismo momento en que la oposición la emprendía a trompadas como único método de demostrar su impotencia, la presidenta, quien no ha tenido siquiera posibilidad de elaborar el duelo por la muerte de su marido, debía discutir los destinos de la Nación con las corporaciones económicas nacionales e internacionales. Al mismo tiempo, claro, Mauricio Macri se tomó unos días de descanso para disfrutar de su luna de miel en un paraíso perdido.
Viendo las dos imágenes, mirando la película desde 2003, se entiende por qué la imagen positiva de Cristina Fernández trepa en todas las encuestas. No se trata del efecto viudez como quieren hacerlo pasar –no sin cierto prejuicio de género– los comunicadores de hegemónicos. Se trata de que la sociedad, a medida que avanzan las elecciones ejecutivas, reconoce la solidez política, económica e ideológica del proceso que se inició en 2003 y ve de qué manera se deshilacha la oposición como alternativa de gobierno para 2011. Esas son algunas de las claves para entender por qué la presidenta ha fortalecido su relación con amplios sectores de la sociedad. Las encuestas más optimistas ya hablan de una intención de voto –ya no imagen positiva– de 48 o 49% en el ámbito nacional y un 65% en el Conurbano Bonaerense, un lugar definitorio para las presidenciales del año que viene.
Hay un hecho exageradamente positivo que puede producirse el año que viene si la presidenta gana las elecciones. Por primera vez desde 1983, un jefe de Estado puede ser elegido, no sólo sin el apoyo si no incluso contra la voluntad del Grupo Clarín. Es un paso adelante inconmensurable para la democracia argentina. Teniendo en cuenta el marco político de este fin de año, la posibilidad de un triunfo contundente por parte del gobierno en 2011 –falta mucho todavía– es lógico que la oposición –salvo, claro, algunas excepciones– se ponga nerviosa. El mamporro de Camaño, entonces, no es otra cosa que una gran metáfora. Una metáfora del “no poder”. Y en política el “no poder” es casi un síntoma, una consecuencia, de la “no política”, de la “antipolítica”. <
*Periodista, escritor y politólogo.
Publicado en Miradas al Sur
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