Por Roberto Marra
En un nuevo aniversario del asesinato del Che, cabe preguntarse quien era ese hombre que acapara, después de tantos años, el recuerdo de millones de personas en el Planeta. Es preciso indagar e indagarse sobre sus palabras, casi todas olvidadas o tergiversadas, para hacerse una idea exacta del portento perdido con su muerte física. Resulta imprescindible escuchar a sus contemporáneos o leer a sus detractores para comprender la dimensión de semejante persona, hoy día esfumado detrás de imagenes de remeras y banderas cuyos portadores ni siquiera saben de la trascendencia de las palabras y los hechos señeros de aquel inigualable.
Y no fueron su valentía (inmensa), ni su sabiduría innata (asombrosa), lo que en verdad nos debiera atrapar de su figura histórica. Arrojo y conocimiento pueden tener muchas personas, incluso de ideologías adversas al Che. Lo que resulta absolutamente necesario, es adentrarse en su concepción de un Mundo Nuevo, que lo remitía, invariablemente, a la generación de un Hombre Nuevo.
No era una concepción de carácter mitica o religiosa, sino una manera de concebir la estructura medular de ese ser humano que Guevara sostenía como imprescidible para dar vida a ese otro Mundo que veía como la única alternativa a la decadencia moral y material del que lo obligara a tomar las armas para abrir un camino de esperanzas, aunque sea en un pequeño rincón de este Planeta arrasado por la miseria y el abandono, el latrocinio y la perversión provocados por el Poder que todo lo puede en base a la mentira y la fuerza.
Era un hombre de acción, pero no sólo de la armada. Era una persona que le otorgaba a la palabra el valor de lo trascendente, el fundamento de la transmisión de las ideas que pudieran despertar las conciencias adormiladas por el fuego de las falsedades imperiales y el correlato de sus adláteres de cada nación. Dejó escritos sus pensamientos, base insoslayable para quien pretenda comprender la realidad de entonces, que sigue siendo la de ahora, aún con sus diferencias circunstanciales por el paso del tiempo (perdido).
Leerlo, debiera ser un deber para todos quienes pretendan ser protagonistas de la historia contemporánea y futura. Comprenderlo, sería el inicio de la renovación espiritual para aquellos que sólo se basan en los dichos de los enemigos de la humanidad, autoasumidos como rectores de nuestros pensamientos. Convertir sus palabras en protagonismo real, elevando su mensaje a los perdidos en la maraña de los embustes cotidianos, convertiría su legado en parte de un conocimiento elemental para la construcción del Hombre Nuevo que él pretendía como fundamento de una sociedad sin más dominio que el de las consciencias de sus integrantes.
Y así, empoderados con un sueño cuya construcción fuera la herramienta básica para encontrar la felicidad popular, avanzar hacia el horizonte casi inasible, pero imprescindible, de la bella lógica de la Justicia Social.
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