Por Roberto Marra
Las páginas de los diarios, las pantallas de TV, los parlantes de las radios, los portales periodísticos en internet, los grupos de whatsapp y cuanta reunión de gente exista, se suman al coro permanente del canto monótono y resignado sobre la aceptación del famoso “acuerdo con el fondo”. Muchas personas, sin embargo, permanecerán ajenas a la realidad, alejadas de los verdaderos vericuetos de las negociaciones, atrapadas en la telaraña de lugares comunes que intentan explicar algo que muy pocos logran entender por completo.
No se trata de un error de comunicación. Es la intención de quienes promueven la ignorancia como el paso previo a la dominación de las voluntades. Es la manera en que logran establecer “consensos” impuestos por la fuerza de la repetición infinita de slogans y frases hechas de ex-profeso, con la deshonesta intención de provocar adhesiones o rechazos ante cada suceso que involucre una disputa de poder.
“No se puede hacer otra cosa”; “mejor un mal acuerdo que ningún acuerdo”; “no se cuenta con la correlación de fuerzas necesaria para enfrentar al Fondo”; son frases que suenan lógicas en una sociedad como la argentina, vapuleada por un neoliberalismo que no dejó nunca el dominio fáctico de la economía y las finanzas, a pesar del cambio de gobierno y de las buenas intenciones que éste pudiera haber tenido. Suenan razonables estas posiciones no confrontativas, si se las mira desde la condición de sometido, desde el supuesto “destino manifiesto” de los países subalternizados al poderío de un imperio que, hoy en día, parece caerse a pedazos.
No basta con algunos gritos extemporáneos para intentar “domar” la inflación o revertir el proceso de empobrecimiento de la mitad de la población del País. No resultan suficientes los esfuerzos dialoguistas con los poderosos dominadores de todo el espectro económico productivo y especulativo. No termina de verse alguna esperanza de subsanar las desigualdades profundas entre los más ricos y las masas de indigentes que nunca terminan por comer ni un gramo de la “torta” eternamente mal repartida.
Suponiendo, con mucha buena voluntad, que gracias a este reciente “acuerdo” con el FMI, se lograra un crecimiento económico real, cabe la duda (por experiencia) de su traslado a un proceso de justicia social. Aceptando que los plazos establecidos para el inicio del pago de esta auténtica estafa a la Nación, fueran suficientes para poder hacerlo de verdad, aún así se llegaría a esa instancia con una sociedad mayormente pobre, que estará obligada a trabajar (quien logre tener un trabajo) para abonar cifras obscenas para “honrar la deuda”. Un “honor” que hará trizas los sueños de soberanía e independencia y postergará otra vez la justicia social prometida.
“Si se puede”, gritaba hasta no hace demasiado, el energúmeno domador de reposeras que dedicó cuatro años a destruir cuanto pudo de esta Nación, a hundirnos en el fango de la miseria, a cooptar a políticos venales y convertirlos en títeres de las necesidades del Poder Real que lo sostenía en la Rosada. Con semejantes antecedentes, sigue siendo referente diario de noticieros y “analistas” de café con leche, continúa su imágen de perverso destructor de esperanzas populares pululando, cual príncipe (de las tinieblas), por pantallas y portadas. No hay penas judiciales, no hay penas políticas, no existen sanciones morales, ni para él ni para cada uno y una de sus repugnantes socios creadores de desgracias infinitas para todo el Pueblo trabajador.
Entonces vale preguntarse: ¿por qué razón, honesta y transparente, una parte mayoritaria de la población debe postergar sus vidas, sus deseos, sus sueños, para que un grupo de potentados se asegure la continuidad de sus dominios y la elevación de sus fortunas? ¿quién se pone en el lugar de esas personas postergadas desde siempre, abandonadas a una suerte que no es tal, sino designio provocado por aquellos que ahora cobrarán ingentes cantidades de dólares a cambio de profundizar sus deseperanzas? ¿de qué representación se habla por parte de un gobierno que no se asume desde la pobreza de sus gobernados, antes que del cumplimiento de obligaciones financieras inventadas para destruir el Estado? ¿seremos, entonces, eternos parias en un Mundo convulsionado por el cambio de época que se avecina, o nos asumiremos de una vez como la Patria que intentaron construir quienes creían que con la voluntad emancipadora se podía cruzar cordilleras, batir a enemigos poderosos y liberar naciones? ¿alguien imagina a San Martín (y sus soldados) diciendo “no se puede”, al ver las montañas que nunca le intimidaron?
Mientras tanto, el tiempo, el inasible y escurridizo de siempre, sigue pasando por delante de nosotros, mientras los judas ladrones de sueños y dineros ajenos, los cobardes relatores de realidades falsificadas, los espantosos representantes de un Poder que se siente inconmovible, convierten nuestras vidas en el infierno tan temido de una vida sin presente ni futuro.
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