Por Roberto Marra
Las sobreactuaciones son una forma generalizada de las transmisiones de posiciones políticas sobre determinados temas de coyuntura. Expresiones exageradamente vehementes, manifestaciones mediáticas de tonos sublevados, epítetos ofensivos para con los oponentes, denostaciones y estigmatizaciones, son la moneda corriente en ese sucio proceder que se pretende parte de lo que todos, ofensores y ofendidos, terminan por denominar como “juego político”.
A partir de esos actos, siempre apoyados en una mediatización profusa y relatada por sus cómplices comunicacionales, los estigmatizadores aprovechan los sentimientos arraigados en la población sobre una cierta “moral” politiquera, “lo que se debe o no debe hacer”, “lo que está bien o está mal”, simplificación que termina por convertir cualquier escenario controversial en un simple partido de fútbol sin pelota, pero con muchos árbitros muy arbitrarios.
No es un modo exclusivo de la politica argentina. Esto se repite en muchos países, con sus particularidades, pero con orientaciones y objetivos generalmente similares. Se da también en el ámbito de las politicas internacionales, en esos ámbitos asambleísticos donde participan representantes de muchas naciones, donde las mismas formas se adoptan para intentar “ganar” votaciones contra determinadas posiciones y generar “victorias” que, la mayor de las veces, resultan pírricas.
La razón no es la capacidad humana más utilizada en ciertos representantes de la especie. Al menos, eso pareciera al escuchar y ver las malversaciones de la realidad en la que basan sus actos despotricantes. A los gritos y con ademanes intencionalmente amenazantes, estos paquidermos con formas humanoides alteran la convivencia para dañar el sistema democrático y transmutarlo por una parodia de tal cosa, con el indudable objetivo de destruir al oponente en ejercicio del poder ejecutivo. Son pasos pensados en una sola dirección: impedir la aplicación de sus políticas o, al menos, evitar la repetición de su mandato.
Pero no sólo del “adversario” provienen las trabas a las gestiones. Son las posiciones demasiados medrosas del propio adversado las que terminan por hacer germinar la autodestrucción de las metas y los principios en base a las cuales se generaron. Los posicionamientos intermedios, los intentos por quedar bien “con Dios y con el Diablo”, hacen a la destrucción de la confianza en semejantes representantes. La ciudadanía ve trastocadas sus ilusiones, frenados los ímpetus de cambios reales, alterando sus convicciones al notar las dudas y trastocamientos de los pasos prometidos.
Cambiar para que nada cambie, es una vieja pero reproducida consigna del Poder Real. Es la manera que le ha permitido seguir dominando y profundizando su hegemonía. Y es el modo en que algunos gobiernos de origen popular terminan por aceptar sus debilidades como insuperables. Esto, cuando no se actúa con malicia premeditada, lo cual resulta de muy difícil comprobación, pero es sólo tal probabilidad la que termina mellando la relación del Pueblo con sus elegidos.
Hay maneras diferentes de proceder por parte de los dubitativos eternos. Suelen manifestar cierta pasión para expresarse respecto a algún tema que le permita mostrar su firmeza ante un poder que resulte particularmente revulsivo para la población. Pero tal actuación, aunque sea sincera, no modifica de manera sustancial la relación con quienes ejercen de verdad el dominio de la sociedad y su desarrollo.
Después vienen las redes mediáticas, que se encargan de demonizar o ensalzar según le convenga al Poder Real. Cualquier gobierno de estirpe popular es su enemigo, y como tal tratado. Para eso, no se privan de minar con insistencia las relaciones internas de tales gobiernos, para implosionarlos y atomizarlos. Más horroroso resulta descubrir las traiciones premeditadas, los actores “encubiertos” que utilizan el engaño prelectoral para posicionarse como parte de un conglomerado popular al que sólo entran para ganar prestigio personal y posicionarse como alternativa a los líderes de verdad.
En tiempos donde las urgencias son impostergables, donde acucian la pobreza y la indigencia, donde la desigualdad campea oronda y se reproduce día a día, no pueden admitirse retrasos ni desvíos politiqueros. En épocas de necesidades aplastadas por paradigmas neoliberales que no son combatidas con el vigor que se requiere, de la cultura de la venganza como paradigma paralizante, resulta imprescindible la reaparición del Pueblo movilizado y protagonista, única garantía de freno a tanta indolencia y desapasionamiento por los valores que fueron y serán el combustible de la esperanza popular.
Desbrozar el camino de las traiciones y los engaños miserables, es fuente de seguridad para alcanzar las metas requeridas. Hacer prospectiva con los sueños postergados, es la acción indispensable de los y las líderes que se asuman como tales en nombre exclusivo de sus sostenedores. Escuchar a los seguidores, desentrañar sus necesidades para volverlas objetivos, trazar la línea de la virtud de las convicciones como el límite a las oscuras intenciones traicioneras, será la manera de cumplir con el plan de retornar a la Patria abandonada, de regresar al viejo y único camino de la soberanía popular, de retornar a la identidad nacional perdida en las pantallas, los parlantes y las letras muertas sobreactuadas por los adláteres locales de un imperio que nos provoca y nos mata en nombre de la libertad que nos han robado desde siempre.
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